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Alegría Del Advenimiento

gaudete-sundayIII Domingo de Adviento: 12-11-16

La Paz Sea Con Ustedes,

Hoy celebramos el tercer domingo del Advenimiento, tradicionalmente conocido como domingo de Gaudete.  “Gaudete” viene de la palabra Latina “gaudium,” que significa alegría, regocijo, o deleite; y así este fin de semana puede ser llamado “el domingo de alegría.” Ahora, podíamos pensar, “todo Advenimiento debe ser un tiempo de regocijo ¿No? ¡Después de todo nos estamos preparando para la venida de Cristo!” Bueno, sí, pero con alguna cualificación.  Tradicionalmente, la temporada de Advenimiento fue establecida paralela a la temporada de la Cuaresma, un tiempo de oración y ayuno en preparación para el último sacrificio de amor en la cruz y la resurrección de Cristo, que rompería los lazos de muerte que nos mantenían cautivos. Así la temporada de Advenimiento fue establecida con intensión similar; era un tiempo para aumentar la oración, el ayuno y el arrepentimiento para prepararse para la venida del Salvador Jesucristo, nacido para morir para la salvación del mundo (como el regalo de incienso de los Reyes Magos que fue muy acertadamente un predictor de la Fiesta de la Epifanía).  Si nos fijamos en lo que hemos estado discutiendo en los dos últimos domingos de Adviento, este tema de preparación y arrepentimiento se hace evidente en seguida.  Por ejemplo, en el primer domingo de Advenimiento, nos recordaron a siempre estemos en guardia para la llegada del Salvador, y la semana pasada nos recordaron que necesitamos cambiar nuestra manera de pensar, i.e. arrepentirnos, a fin de estar bien dispuestos para recibir el regalo de la gloria de Dios que está por venir en la forma de la unidad de Dios con nosotros, en Su Hijo, Jesucristo, y su subsiguiente entrega del Espíritu Santo par que también nosotros podamos participar en la vida de Dios.  Durante la temporada de Cuaresma, el domingo a la mitad de Advenimiento se celebra como el domingo de Laetare (nombrado por la palabra Latina “laetitia,” que significa alegría o deleite), previsto como recordatorio de la alegría que vendrá el domingo de Resurrección, para la gente que está en medio del ayuno y la penitencia de la Cuaresma; El domingo de Gaudete es paralelo al tiempo de Avenimiento siendo un recordatorio de la alegría que experimentaremos con el nacimiento de nuestro Señor en la Navidad, en medio de la difícil preparación para su venida que debemos hacer durante esta temporada de Advenimiento en la forma de más oración, ayuno y arrepentimiento.  Es por esta razón que nuestras lecturas de este fin de semana nos exhortan a permanecer firmes a nuestros preparativos mientras que nos recuerdan de la alegría que está por venir.

Vemos esta tensión entre paciente resistencia y la alegre esperanza de salvación en clara exposicion en nuestras primera y segunda lecturas para hoy.  Nuestra primera lectura viene de cerca del final de la primera parte del libro de Isaías (i.e. esa parte del libro que se piensa haber sido escrito por la histórica figura el mismo).  Esta lectura sigue de cerca las partes que tratan con las profecías de Isaías contra Israel, advirtiéndoles del exilio venidero, así como las que tratan de las profecías contra las varias naciones vecinas. Así que esta porción de la obra de Isaías es para recordarle a la gente de la fidelidad de Dios. Si, ellos tendrán que sufrir las consecuencias de sus fechorías en la forma de perder el control de su patria y ser llevados al cauterio extranjero, sin embargo, esto no quiere decir que el Señor los abandonará o los olvidara, nada de eso.  En vez, las palabras de Isaías hablan de algo verdaderamente maravilloso representando algo en una escala mucho más grandiosa que solamente el retorno del pueblo a su patria; algo más parecido a una redención cósmica; Isaías dice: “Que se alegre el desierto y la tierra seca, que con flores se alegre la pradera.  Que se llene de flores como junquillos, que salte y cante “de contenta” (Isaías 35:1-2).  Algunos podrían pensar que Isaías nada más está siendo retóricamente espectacular, representando la disposición psicológica de la gente como regresan a casa de su exilio; ¡como el sentimiento que tenemos cuando nos podemos reunir con un amigo que no hemos visto en algún tiempo, o como cuando llegamos a casa de vacaciones, todo parece estar bien, y todo parece que canta! Sin embargo, no creo que Isaías sea simplemente retorico aquí, e incluso si lo es, yo creo que nuestro Dios trata de decirnos algo más, y eso algo más es de lo que habla Pablo cuando nos dice que “…El universo está inquieto, pues quiere ver lo que verdaderamente son los hijos e hijas de Dios…Pero le queda la esperanza; porque el mundo creado también dejara de trabajar para el polvo, y compartirá lo libertad y la gloria de los hijos de Dios” (Romanos 8:19, 20-21). En breve, yo creo que Isaías está hablando de la nueva creación que se experimentará en la segunda venida de Jesucristo, cuando toda la creación será renovada a través de su restauración a perfecta harmonía con Dios. Por lo tanto, Isaías exhorta al pueblo, ‘Calma, no tengan miedo’ (Isaías 35:4) para aquellos a quienes el Señor rescate heredaran lo que el Señor quería que poseerán desde toda la eternidad, aquí representado como Sion (Isaías 35:10); aquellos que están enfermos tendrán plenitud de salud, los ojos de los ciegos verán, los oídos de los sordos oirán, los cojos saltaran y los mudos cantaran (Isaías 35:5-6). Y ¿qué ha motivado todo esto? La gloria del Señor ha aparecido; el esplendor del Señor se ha manifestado (Isaías 35:2), y esto lo que ha renovado todas las cosas.

Es con esta renovación en mente que oímos a Santiago decirnos en nuestra segunda lectura para hoy que tengan paciencia y hagan sus corazones firmes en la resolución hasta la venida del Señor (Santiago 5:7). Él nos presenta el ejemplo del sembrador que cuida pacientemente y cuidadosamente la tierra y el crecimiento de varias plantas, viendo que tengan todo lo que necesiten hasta que finalmente obtenga el resultado deseado en forma de sustento que da vida (Santiago 5:7). Además, añade que no se deben de quejar de su corriente situación, sino que mantengan la actitud del sembrador, quien sabe que toma tiempo para que una planta madure completamente y de su fruto (Santiago 5:9).

Esta es la situación en la que nos encontramos hoy en día, i.e. en medio del crecimiento. En nuestro Evangelio de hoy, encontramos, en la forma de una respuesta a Juan el Bautista, que efectivamente, El que iba a venir a hacer todas las cosas nuevas ha aparecido, trayendo las cosas de las que Isaías hablaba como signos de renovación; ‘los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y una buena nueva llega a los pobres’ (Mateo 11:4-5). Sin embargo, no vemos la plenitud de la visión de Isaías realizada; ¿Por qué es eso? Para estar seguro, el Salvador, el Hijo de Dios ha aparecido y ha ganado la salvación para toda la creación, y, sin embargo, todo, desde niño hasta el lirio, sigue sufriendo vejez y descomposición. La razón es que estamos en un estado de tensión, nuestra salvación ha sido ganada, pero aun no está completa; puesto de manera diferente, estamos en una etapa de ya pero todavía no, un estado de crecimiento.

Para explicar esto, San Maximus el Confesor dividió conceptualmente la historia en tres épocas: La primera fue la que culminó con la Encarnación del Hijo de Dios; la segunda, una época en la que aquellos que habían sido incorporados a la vida y muerte de Cristo a través del bautismo perseguían activamente la deificación; mientras que el tercero vimos como una era de deificación pasiva, i.e. la vida venidera, cuando vamos a participar pasivamente en la vida de la Trinidad (Ad Thalassium 22). Maximus creía que el Hijo de Dios, por su vida obediente, que culmino en su muerte y resurrección, convirtió el uso del sufrimiento y de la muerte en herramientas para condenar el pecado y a través de ellas poder vivir vidas cada vez más plenamente deificadas creciendo en conformidad a la voluntad de Dios, i.e. la vida que fuimos creados para vivir (Ad Thalassium 61). Para Maximus, lo hacemos cooperando libremente con la gracia de Dios en fe, que se nos dio en el bautismo, que nos permite utilizar nuestro sufrimiento, que podríamos llamar dolores de crecimiento, con el fin de crecer en virtud, que Maximus consideraba como tipos y prefiguraciones de los beneficios futuros,” i.e. características de los que viven en la felicidad eterna (Al Thalassium 22). Además, el creía que, a través del ejercicio de la virtud, “Dios que está siempre dispuesto a volverse humano, lo hace en aquellos que son dignos” (Ad Thalassium 22). Observen lo que Maximus está describiendo aquí, cuanto más nos conformamos con la voluntad de Dios, Dios vive más en y a través de nosotros; como San Pablo dice “He sido crucificado con Cristo y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Lo que vivo en mi carne, lo vivo con la fe: ahí tengo al Hijo de Dios que me amo y se entregó por mi (Gálatas 2:20). Como Maximus, Pablo ve esto tomando lugar a través de una interacción dramática entre la fe y la gracia. Además, ambos ven que soportar los sufrimientos tiene un efecto curativo en nuestras vidas (como Pablo dice ‘he sido crucificado con Cristo’) permitiéndonos a conformarnos cada vez más con la voluntad de Dios, no porque Dios este satisfecho por nuestros sufrimientos y los recompensa, sino porque nuestros sufrimientos indican nuestra caída, y así nos impulsa a volvernos hacia Dios, que es nuestra única fuente de vida plena y felicidad.

Amigos míos, es con esta sabiduría que la Iglesia previo a hacer el Advenimiento un tiempo de ayuno, oración y penitencia, porque Ella sabe, como Maximus y Pablo, que nuestras luchas tienen la capacidad de reorientar nuestra voluntad hacia la voluntad de Dios. Por otra parte, no debemos ver esta sumisión a la voluntad de Dios como una imposición sobre nuestra voluntad que restringe nuestras vidas, sino como creciendo en conformidad con nuestra naturaleza. Debemos recordar que fuimos creados ex nihilo, fuera de la nada, y que nuestra única existencia es en Dios, no aparte de él; aparte de él, solo podemos experimentar la muerte. Esto es para lo que el Hijo de Dios vino a recordarnos y a reparar, y es precisamente este mismo mensaje que la Iglesia busca: hacernos hiper-concientes de esto durante la temporada de Advenimiento. Tenemos una oportunidad durante las próximas dos semanas para sumergirnos en esta realidad. Lo hacemos por momentos de mayor silencio, oración, abnegación, y contemplación. De esta manera podemos obtener una comprensión más profunda de ese Fin al cual, junto con toda la creación se mueve, y si podemos aguantar estos dolores de crecimiento, comenzaremos a ver una transformación ocurrir, no solo en nosotros mismos, pero en todos y en todo lo que nos rodea. Porque al final, cooperación con la gracia de Dios significa vivir una vida de amor más completa. ¿Cómo sería tu vida si amaras más perfectamente? ¿Cómo se verían las personas que te rodean si vivieran el amor más perfectamente? ¿Cómo sería nuestro mundo si permitiéramos que el amor de Dios penetrara cada segundo del día, cada acción e interacción? Vemos estas preguntas y nos damos por vencidos inmediatamente, porque sabemos que no podemos vivir de tal manera. ¡PERO ESTO ES EXACTAMENTE EL PUNTO! ¡Nosotros no podemos, pero DIOS SI PUEDE! Y esta temporada de Advenimiento es una oportunidad para permitirle a Él a hacer precisamente eso, a penetrar cada momento de cada día, para que un mundo tan roto pueda ver más plenamente la gloria de Dios reflejada en él. No puedes controlar lo que hacen los demás, pero si puedes permitir que esta transformación tome lugar en ti y a través de ti, y al hacerlo, ¡te conviertes en un vehículo del tipo de alegría que es duradera y transformadora, la alegría de la salvación!

Su sirviente en Cristo,

Tony

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Una Vida De Verdadera Alegría

joy-2XXXII Domingo ordinario: 11-6-16

La Paz Sea Con Ustedes,

La instrucción que hemos estado recibiendo acerca de cómo es que debemos de cultivar la bondad de nuestro índole llego a su culminación el pasado fin de semana en la historia de Zaqueo.  La razón por esto es que, como vimos, de cierta manera, la historia de Zaqueo es también nuestra historia.  Al igual que Zaqueo todos luchamos para mantenernos por encima de las distracciones de la multitud a fin de mantenernos enfocados en lo único que realmente importa y en lo único que puede traernos la felicidad, nuestro Dios.  Ya que existimos en un mundo caído, a todos nos falla y quedamos cortos de alcanzar la marca de vez en cuando, todos pecamos permitiendo que otras cosas o personas se interpongan entre nosotros y nuestro Creador, y a la medida en que permitimos que esto suceda, no experimentamos la vida al máximo.  Esto fue ejemplificado cuando Zaqueo cedía a la tentación de tomar ventaja de su posición como recaudador de impuestos para aprovecharse de sus vecinos de vez en cuando. Sin embargo, con todas sus faltas, las Escrituras otorgan a este hombre un nombre que indica la pureza.  La razón por esto, como vimos, es que aunque caído, Zaqueo quería más que nada superar a la multitud apara poder ver a su Dios, en otras palabras, al menos en ese momento, su deseo era puro, era puro de corazón, y sus deseo fue satisfecho en alineación con la promesa de nuestro Señor (Mateo 5:8).  De hecho, como nuestro Señor les dijo a los que estaban en la escena, “Hoy ha llegado la salvación a esta casa…(Lucas 19:9), la salvación no era otra cosa más que ver a Dios y estar en perfecta relación con El, y con todos los demás, como se ejemplifico en la disposición de Zaqueo al querer arreglar las cosas con los que se había aprovechado (Lucas19:8), pues como ya sabemos, estos dos tipos de relaciones no se pueden separar (Mateo 25:40 y 45).  Este fin de semana, continuamos explorando el tema de la salvación y lo que significa para nosotros ser salvados.

En términos cristianos, la salvación consiste de estar en perfecta comunión con Dios. Esto ocurre, por supuesto, a través de la muerte, resurrección y asunción de Jesucristo, Quien, como verdadero Dios y verdadero hombre, reconcilio a toda la creación con Dios dentro de Su misma Persona, ‘haciendo la paz a través de la sangre de la cruz’ (Colosos 1:20), como nos lo dice San Pablo.  Esto es muy a menudo donde nuestra comprensión de la salvación se pone un poco borrosa.  Para por un momento y pregúntate ¿Cómo experimento yo la salvación? ¿Cómo relaciono el sacrificio de amor realizado en la cruz? Para muchos de nosotros, la cruz nos parece algo muy distante, algo que tuvo lugar hace dos mil años, y aquí radica el problema cuando pensamos de la salvación.  Debido a los acontecimientos históricos que afectaron nuestra salvación (i.e. la vida, muerte resurrección, y ascensión de Jesucristo) ocurrieron hace muchos años, casi inmediatamente colocamos nuestra salvación en algún lugar en el futuro improvisto, como algo que ocurre cuando morimos.  Esto es problemático ya que esto nos empuja a concebir de la salvación como algo que hay que esperar en lugar de perseguir activamente, y en vez necesariamente nos priva de alguna experiencia concreta de salvación.  Esto es triste y equivocado, como vemos en las palabras que Jesús le dijo a Zaqueo en el Evangelio del pasado domingo.  Miren lo que nuestro Salvador le dice, “Zaqueo, baja en seguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa,” (Lucas 19:5) y después le dice a la multitud, “Hoy ha llegado la salvación a esta casa…” (Lucas 19:9).  Hoy es el día de la salvación, no mañana, no en diez, veinte, treinta, o en cien años, ¡HOY! ¿Por qué? Porque Zaqueo se ha reunido hoy con Jesús, y así es también con nosotros cuando encontramos a nuestro salvador por el camino que viajamos.  Ahora, seguro que nuestra salvación no está completa en esta vida, sino que será perfeccionada  en la vida venidera, como lo ha dicho nuestro Señor cuando menciona la resurrección que tendrá lugar en la era venidera cuando ya no habrá muerte’ (Lucas 20:35 y 36), una era en la que nada puede separarnos de Dios, ni por un solo instante.  Por lo tanto, existe una tención aquí, estamos en un estado de “ahora, pero aún no.” En otras palabras, experimentamos la salvación hoy, pero todavía no está completa. Y así es que nos enfocamos en la resurrección en nuestras lecturas para este día.  Debe quedar claro que no experimentamos la plenitud de la salvación a este lado de la eternidad, pero también debemos aclarar que somos capaces en algún sentido y a cierto grado  poder experimentar la salvación aquí y ahora.  La pregunta es ¿Cómo?

En su obra, De Trinita te, San Agustín habla del impacto de la muerte y resurrección de Cristo en términos de una proporción de 1:2.  Como continua a explicar, la única muerte de Jesús se relaciona con nuestra doble muerte, primero con respecto al alma y en segundo lugar con respecto a la muerte del cuerpo.  Igualmente se relaciona la única resurrección de Jesús a nuestra doble resurrección, primero con respecto al alma, que en cierto sentido al unirse a la espiritualidad cristiana ya experimenta la resurrección al unirse a El Quien ya está sentado a la mano derecha del Padre, y en segundo lugar, con respecto al cuerpo el cual en la era venidera ya no experimentara la muerte (De Trinita te, libro 4.5-6; cf. Lucas 20:34-36).  Por lo tanto lo que Agustín nos ayuda a ver es que en Cristo, ya hemos experimentado la muerte y la resurrección en las aguas del bautismo.  Entrando en el agua morimos con Cristo, y saliendo, resucitamos a una nueva vida con El cómo lo describe Pablo (Colosenses 2:12).  Ahora, sabiendo esto, sería una tontería pensar que esta vida que vivimos tiene que permanecer completamente escondida hasta el día que tomemos nuestro último aliento, porque si este fuera el caso, ¿qué clase de vida sería? Este no debe ser el caso, porque nuestro Dios, es un Dios de vida y todos están vivos para El (Lucas 20:38).  Por lo tanto, experimentamos una vida resucitada aquí y ahora a la medida que vivimos unidos a nuestro Dios.  La forma en la que hacemos esto es viviendo una vida de virtud en la cual el amor tiene una primacía de lugar.  Es al cultivar una vida de virtud que podremos ordenar nuestros amores correctamente, y esto nos acerca cada vez más a cumplir el doble mandamiento de amor de Dios y amor al prójimo (Lucas 10:27 y Mateo 22:37-39).

Amigos míos, nuestro Dios no nos pide que nos esperemos para experimentar de la alegría de la salvación, más bien, llamándonos a imitar el amor que Él tiene para nosotros, nos llama de inmediato al gozo de la resurrección.  Seguro que vivir de tal manera es difícil, y no podemos vivir de tal manera solos, este es el punto.  Para vivir de tal manera debemos buscar la unidad con Dios, Quien en turno nos habilita para poder crecer en tal estilo de vida.  Por esta razón San Pablo reza por los Tesalonicenses “Que los anime el propio Cristo Jesús, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado dándonos en su misericordia un consuelo eterno y una esperanza feliz.  Él les dará el consuelo interior y los hará progresar en todo bien de palabra o de obra” (2Tesalonicenses 2:16-17).  Fíjense por favor, que la gracia de la que habla Pablo la cual recibimos de Cristo es para fortalecernos por cada buena acción y palabra.  En otras palabras la gracia que recibimos nos permite vivir una vida llena de amor con cada palabra que decimos y cada acto que hacemos.  De esta manera no necesitamos esperar hasta el día que morimos para experimentar la vida y la alegría de la resurrección, sino que permitiendo que la gracia de Dios nos penetre, le permitimos a Él a que viva en y a través de nosotros permitiéndonos experimentar el amor y la alegría de la salvación, y también así poder compartir ese amor y alegría con otros para que ellos también puedan experimentarlos ¡HOY MISMO!

Su sirviente en Cristo,

Tony

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La Oración de los Exaltados

XXX Domingo Ordinario: 10-23-16

the-exaltedLa Paz Sea Con Ustedes,

En el transcurso de las últimas semanas hemos recibido una educación sobre las dinámicas complicadas que rodean nuestras vidas.  Hemos sido llamados a imitar el Amor que nos ha traído a la existencia siendo caritativos unos con otros.  (e.g. las parábolas del mayordomo deshonesto, y la de Lázaro y el hombre rico) reconociendo nuestra naturaleza reflexiva como creaturas que poseen el imago Dei.  Además, se nos ha pedido a que reconozcamos nuestra radical dependencia en Dios para nuestra propia existencia, y basado en este reconocimiento se nos recuerda que si hemos de vivir la vida al máximo, debemos mantener el diálogo abierto con la base de nuestro ser a través de la oración constante (e.g. la parábola de la viuda) y la que es caracterizada por el agradecimiento (e.g. la parábola de los diez leprosos).  Este fin de semana, se nos dan dos ejemplos que nos dan una visión del camino que tenemos por delante.

Vivimos en una cultura donde “todo es acerca de mi” desde nuestra participación en los medios sociales, a la formación que recibimos en nuestra educación, hasta las mismas casas en que vivimos, la cultura que nos rodea nos obliga a formar nuestra propia identidad.  ¿Por qué? La sabiduría cultural prevalente nos sugiere que es en esto que podemos encontrar la felicidad ¿Por qué razón hacemos lo que hacemos si no es para poseer un sentido de seguridad y de satisfacción? Pero ay, cuanto más nos esforzamos para obtener esos tesoros que son puestos enfrente de nosotros como poseyendo la habilidad de reforzar nuestra propia identidad y dar significado a ella, cuanto más estas cosas (e.g. carros, dinero, placer, una carrera ilustre) demuestran que son incapaces de satisfacer.  Y así seguimos continuamente buscando la manera de probar a los demás que somos realmente felices.  Un casual examen de Facebook o de Twitter demuestra esto.  Constantemente ponemos fotos de nosotros mismos con nuestro último juguete o algo que demuestre nuestro último logro, y todas esas caras sonrientes nos llaman a que reconozcamos algo, nos piden que afirmemos una cosa: “¿Ven lo feliz que estoy?” Pero aunque expresando todos estos ademanes, al fondo parece que lo que realmente está pasando es una súplica para responder a una pregunta muy diferente: “¿Es esto lo que es ser feliz?

El primer individuo  en el mensaje del Evangelio para hoy nos introduce a alguien que se sentiría muy confortable en la cultura social de “todo es acerca de mi.” Jesús nos habla de un fariseo que va al templo a orar (o tal vez deberíamos decir, que va al templo aparentemente a orar) y procede a decirle a Dios lo grande que es diciendo, “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros, o como ese publicano…Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas” (Lucas 18:11-12).  Primero les pido que consideren, ¿no es este tipo de monologo que impregna la mayoría de los mensajes que vemos en las redes sociales hoy en día? En segundo lugar, miren el contenido de la “oración,” incluye todas las cosas que Jesús nos pide que hagamos en las últimas semanas.  Este hombre dice que es generoso con lo que se le ha dado, que reza, y es, sobre todo agradecido por lo que se le ha dado.  Y sin embargo, ¿quién de nosotros escuchamos este pasaje y no nos repugna inmediatamente esta ampulosidad? Entonces la pregunta que debemos hacer es ¿Dónde se equivocó este hombre? La respuesta se encuentra en como este hombre habla sobre el otro individuo que ese día vino al templo para rezar, un recaudador de impuestos.

Para la antigua comunidad judía, tal vez no había un individuo más odiado que el recaudador de impuestos.  Eran vistos como traidores nacionales a dos niveles.  Primero recaudaba impuestos de sus compatriotas en nombre de Roma, el poder extranjero que los ocupaba.  En segundo lugar, tenían el hábito de  sobrecargar a la gente con los impuestos, manteniendo su propia entrada y estilo de vida de esta manera, así que básicamente eran ladrones.  En breve los colectores de impuestos eran los canallas, rechazados por el resto de su comunidad.  Evidentemente este tipo de tratamiento tuvo algún efecto sobre el recaudador de impuestos que se nos presenta este día.  El siente esta separación, siente que ha ofendido a otros y a Dios en el proceso y así, cuando viene a rezar se queda muy lejos ni siquiera quiere ser notado tratando de evitar la mirada castigadora de Dios y de sus compañeros Judíos, y silenciosamente dice: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador” (Lucas 18:13).  Para muchos de nosotros, este tipo de charla auto deprecativa es tan repulsiva como la demostrada por el primero, y sin embargo, esta es la oración que Jesús sostiene como un ejemplo para nosotros.  ¿Por qué? ¿Es porque Jesús quiere hacernos sentir pequeños, o sin valor? Absolutamente que no, pero nos pide que reconozcamos nuestra finitud, nuestra pequeñez, nuestra pecaminosidad.  ¿Por qué? Precisamente porque es solo en el reconocimiento de estas cosas que una relación con Dios tiene sentido.

Declararse uno mismo justo y autosuficiente es declararse a sí mismo como no teniendo necesidad de Dios. Lo que Jesús está señalando es que al pronunciar la oración que hizo, el fariseo se ha declarado completo, podríamos decir redimido o salvado, y si este es el caso, no tiene necesidad de Dios. Esto es precisamente de lo que Jesús nos está advirtiendo hoy. Esto no quiere decir que no debemos hacer las cosas que hace el fariseo, lejos de ello, debemos ser bondadosos con lo que se nos ha dado, debemos ser honestos, fieles y agradecidos, porque como vimos hace un par de semanas, es natural que uno creado a la imagen de Dios sea estas cosas. Sin embargo, nunca debemos considerarnos como un proyecto completo; más bien debemos continuamente, como nos dice Pablo, “sigan procurando su salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Esto significa hacer las cosas que el fariseo dice que ha hecho, pero no con la idea de hacernos un gran personaje, como él ha tomado la ocasión de hacerlo, sino más bien con un enfoque claro en cuál es la razón por lo que hacemos estas cosas, i.e. para acercarnos cada vez más al Dios que nos creó.

En nuestra segunda lectura de la Segunda Carta de Pablo a Timoteo, encontramos al gran apóstol cerca del final de su vida. Sabiendo que está a punto de enfrentar la muerte, le escribe a su amigo, Timoteo, en esencia diciendo adiós. Tomen en cuenta el lenguaje que Pablo usa aquí. Dice que ya está siendo derramado como una libación (4:6), dando a entender que se está ofreciendo a Dios, y habla de esto utilizando la metáfora de correr una carrera (4:7). En otras palabras, ha ejercido gran esfuerzo en vivir la fe que se le ha regalado, y porque ha hecho esto, porque ha dado todo lo que tiene y es en viviendo esta fe que se acerca al final de su vida con plena confianza de que Aquel con quien ha buscado la unidad en todo esto le premiara con Su presencia, i.e. la plenitud de vida (4:8). Es más, le escribe a Timoteo que Dios así lo hará para todos aquellos que viven de tal manera.

Amigos míos, el método de Pablo es el método del recaudador de impuestos. Él es capaz de enfrentarse a lo que le espere el resto de su vida porque sabe que “La oración del humilde atravesará las nubes; no se consolara hasta que no sea escuchado (Sirácida 35:17), y El que adora a Dios con todo su corazón encontrara buena acogida su clamor llegará hasta el cielo” (Sirácida 35:16). Este debe ser nuestra táctica también. Debemos seguir viviendo la vida de amor que Jesús nos llama a vivir, no para que otros nos vean y digan, “Que persona tan buena, ojala yo fuera así!” sino más bien, porque es solo haciéndonos pequeños, haciéndonos humildes, que podremos permanecer conectados con nuestro Dios. Y si lo hacemos así, podemos estar seguros, como Pablo, que Dios nos librara de todo mal y me salvara llevándome a su reino celestial (2 Timoteo 4:18) porque nos ha prometido que “el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:14), no porque habremos llegado a ser grandes por nuestra propia cuenta, sino porque Dios estará vivo en nosotros – esta es la verdadera felicidad.

Su sirviente en Cristo,

Tony

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Viviendo con Actitud de Gratitud

gratitudeXXVIII Domingo ordinario: 10-9-16

La Paz Sea Con Ustedes,

El pasado fin de semana tuvimos el placer de escuchar un mensaje maravillosamente refrescante, aunque también es un reto al hecho que fuimos creados buenos.   Esto fue indicado por el hecho que nuestro Señor nos dijo, que después de que hagamos todo lo que se nos dijo, e.g. perdonar sin fin, tener confianza en nuestro Dios sin medida, y ser caritativos con todos a nuestro alrededor, especialmente con los más necesitados, no debemos considerarnos como que hemos hecho algo extraordinario, sino simplemente como habiendo hecho lo que es normal para alguien que ha sido creado a la imagen y semejanza de Dios, y por lo tanto, en virtud de la creación, es bueno. Las lecturas que escuchamos este fin de semana nos exhortan a no tomar esta realidad por concedida sino, más bien, a dar siempre gracias al hecho que hemos sido formidable y maravillosamente hechos (Salmo 139:14).

Nuestra primera lectura del segundo Libro de Reyes, y la lectura del Evangelio de Lucas, cuentan historias de sanación, especialmente la sanación de leprosos. Los elementos de las historias nos dicen dos cosas muy importantes, que sirven como una representación alegórica de la condición humana.  En primer lugar, el hecho que estos individuos están enfermos (Naamán en la primera lectura, y los diez leprosos en el Evangelio) indican el carácter incompleto de nuestro estado actual. Esto es fácilmente observable en todas nuestras vidas.  Cualquier enfermedad que experimentamos o vemos que otros experimentan, intuitivamente sabemos que va en contra para lo que hemos sido creados.  En lo profundo de nosotros sabemos que no hemos sido creados para los efectos debilitantes de la enfermedad.  Esta intuición solo se expresa más firmemente en nuestra repulsión hacia la muerte.  Simplemente hay algo acerca de la muerte que parece tan antinatural, tan injusta.  En breve, sabemos que estamos destinados a vivir, y al ser enfrentados con enfermedad personal, o con la enfermedad de un ser querido, preguntamos ¿Por qué?  Incluso en los momentos de incredulidad, exigimos una explicación para esta realidad repugnante, y nosotros también clamamos a nuestro Dios exigiendo una respuesta, haciéndole eco a los leprosos del Evangelio, “¡Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros!”

Tomando en consideración nuestra inclinación natural hacia la vida, y la impropiedad de la muerte, encontramos que la condición leprosa de estos individuos tiene una función explicativa.  Como leprosos, estos individuos habrían sido marginados de la sociedad judía, considerados impuros, de un punto de vista médica y religiosa/social.  Aunque la enfermedad de estos individuos habría precedido su expulsión de la sociedad, su condición social sirve alegóricamente como una función epidemiológica (i.e. nos explica por lo que somos propensos a la enfermedad), conectando la enfermedad con el distanciamiento social. La semana pasada, vimos que hemos sido creados para hacer presente al mundo la vida de Dios a cuya imagen hemos sido creados, viviendo vidas de amor sacrificial, de perdón y de confianza en Dios.  Al hacerlo, demostramos lo que significa vivir una vida plenamente humana que solo puede ser realizada viviendo en unión con Dios, Que Es una comunión de Las Tres Personas Divinas.  Sin embargo, con el fin de hacerlo, primeramente tenemos que tomar medidas para ser reincorporados a esta Comunión Divina.

Lo hacemos en el bautismo. En nuestra primera lectura, vemos a Naamán sumergiéndose en el Rio Jordán siete veces, habiendo recibido instrucciones del profeta Eliseo que lo hiciera así (2 Reyes 5:10 y 14)). El hecho que Eliseo le instruyo a Naamán que se lavara en el Jordán siete veces, no debe pasar desapercibido por nosotros. En primer lugar, el agua en sí es una fuente de vida, sin agua, morimos.  Este baño en agua es también un presagio del bautismo, donde sumergidos en el agua alcanzamos vida en el espíritu de Cristo (1 Corintios 12:13).  Finalmente el número siete es el número de terminación (e.g. Dios habiendo terminado la obra de la creación descanso en el séptimo día, Génesis 2:2-3).  Así al lavarse Naamán siete veces indica su restauración a la integridad de su creación enfatizado por el hecho de que se nos dice que al hacerlo, la piel de Naamán se hizo semejante a la de un niño pequeño (2 Reyes 5:14).  El método de curación empleado por Eliseo parece ser diferente del método utilizado por Jesús en nuestro Evangelio de hoy.  En contraste con Eliseo, Jesús  no les dice a los diez leprosos que se vayan a lavar, simplemente les dice, “Vayan y preséntense a los sacerdotes” (Lucas 17:14). ¿Por qué se tenían que presentar ante los sacerdotes?  La comunidad de Israel era teocrática dirigida por funcionarios religiosos en ambos asuntos cívicos y religiosos, y solamente con la aprobación de los sacerdotes un leproso podía ser declarado limpio (vea Levítico 14:1-9). Pero, ¿Qué nos dice eso? Después de todo, nosotros no vivimos en una teocracia, y entonces lo que dicen los sacerdotes o pastores sobre nuestra condición limpia o no, no tiene ningún impacto en nosotros.  Lo que nos indica esto es que, contrario a aquellos que insisten que pueden ser espirituales sin ser religiosos, Jesús no tenía esa intención.  Más bien, era vital que los que habían de vivir por el Espíritu (vea Juan 4:24 y Gálatas 5:25-26) serían reunidos en la comunidad organizada de manera que cada miembro del Cuerpo de Cristo pudiera vivir la vida al máximo desempeñando la parte para la cual él o ella fue creado (vea 1 Corintios 12).  Así, lo que vemos aquí es que ser plenamente vivos significa ser un miembro de esa comunidad la cual tiene como a su cabeza a Jesucristo (Colosos 1:18), dando vida a todos sus miembros en el Espíritu, el Cuerpo de Cristo, i.e. la Iglesia.

Habiéndonos hecho miembros de la Iglesia en el bautismo, atreves de la gracia compartimos en la vida del Dios que nos hizo y así comenzamos a vivir una vida plenamente humana, sin embargo, no hay que volveros perezosos o descansar en nuestros laureles, porque es tan fácil de separarnos del Cuerpo de Cristo, y  perder esta plenitud de la vida como lo es llegar a separarnos de ella.   Por esta razón, Pablo exhorta a Timoteo junto con todos nosotros a que soportemos todo lo que podamos sufrir por ser un miembro del Cuerpo de Cristo, así como Pablo estaba sufriendo (2 Timoteo 2:10), recordándonos de las condiciones de nuestro Bautismo: “Una cosa es cierta: Si hemos muerto con él, también vivimos con él.  Si sufrimos pacientemente con él, también reinaremos con él.  Si lo negamos, también él nos negara.  Si somos infieles, el permanece fiel, pues no puede desmentirse a sí mismo” (2 Timoteo 2:11-13).  Noten, por favor, las condiciones que indica aquí Pablo: si perseveramos, si negamos, si somos infieles.  Y no nos dejemos desviar por la última condición, si somos infieles, el permanece fiel, pues no puede desmentirse a sí mismo.  Esto no quiere decir que no importa lo que hagamos nuestro bautismo nos salva, nada de eso.  Estos versos se deben tomar en conjunto.  ¿A qué es lo que Cristo permanece fiel? ¿A nosotros?  A la medida en que somos miembros de Su Cuerpo, sí, porque Él es fiel a sí mismo como la Palabra del Padre.  Sin embargo, como la verdadera Palabra que nunca cambia, Jesús no puede volverse atrás a lo que nos ha dicho del Padre, esto sería una contradicción de su propia persona.  Así que para permanecer en El, debemos que vivir la vida de amor que él nos manda a vivir, porque solo el amor nos puede guardar seguros dentro de la comunidad de la Vida de Dios que es Amor.

Amigos míos,  es por eso que hoy una actitud de gratitud se pone ante nosotros como un ejemplo a seguir.  Así como Naamán, habiendo sido sanado en las aguas del Jordán, pide dos cargas de mulas de  tierra con el fin de poder ofrecer sacrificios al Dios Quien Naamán reconoce que lo había sanado (en aquellos días se creía que los dioses estaban asociados con el territorio que reinaban).   Y el único leproso, quien al darse cuenta que había sido sanado regreso a darle gracias Al que lo había sanado, y quien es elogiado por nuestro Señor por haberse dado cuenta.  Estos ejemplos se nos dan este día porque son dignos de seguir ya que es precisamente la actitud de gratitud que nos impide creer que podemos alcanzar la vida al máximo por nosotros mismos, y en vez nos recuerda que solo en Dios vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17:28), y podemos tener la esperanza de algún día obtener la plenitud de la “salvación que se nos dio en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna” (2 Timoteo 2:10).

Su sirviente en Cristo,

Tony

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Alcanzando La Verdadera Vida

taking-hold-of-lifeXXVI Domingo Ordinario: 9-25-16

La Paz Sea Con Ustedes,

Ambos mensajes del Evangelio del pasado fin de semana y el de esta semana nos presentan con desafíos únicos para los que vivimos en un país de abundancia.  Para la mayoría de nosotros no hay ninguna duda si tendremos nuestras necesidades de cada día, y esto seguro que es una cosa muy buena.  Sin embargo, esto se presta a la dilución a que pensemos que somos completamente independientes  ¿Para qué necesitamos a Dios? Aunque no conceptualicemos nuestra situación de esta manera, muy a menudo ahí esta esa implicación y no de una manera tan sutil.  Porque hasta a aquellos de nosotros que decimos que somos y verdaderamente buscamos a seguir a Cristo, lo empujamos hacia los márgenes de nuestras vidas, relegando cualquier tiempo que pasamos con El a los domingos o sea una hora por semana. Y aun así, nos preguntamos porque la Misa es tan larga; ¡después de todo tenemos cosas que hacer! El Evangelio de esta semana nos proporciona un severo recordatorio a esta manera de pensar (aunque sea subconsciente), y trata de despertarnos al hecho que verdaderamente somos totalmente dependientes de Dios.

La parábola de Lázaro y el hombre rico que encontramos en la lectura del Evangelio de Lucas este día es a la vez trágica y conmovedora, proporcionando una oportunidad para reflexionar acerca de la manera en que vemos el mundo a nuestro alrededor.  Para empezar, nos encontramos con un hombre rico cuyas experiencias de la vida de dia con día, son muy similares a las experiencias de muchos de nosotros.  El, como muchos de nosotros, tiene todo lo que necesita, mucho que comer, y un hogar agradable y seguro para vivir.  En contraste encontramos a Lázaro.  Un hombre pobre, muerto de hambre, lleno de llagas, el cual se sienta en la puerta del hombre rico, pidiendo comida, mientras que los perros le laman sus llagas.  Este último detalle nos proporciona cierta perspectiva cultural.  Porque en la antigua cultura Judía, los perros eran animales impuros, y por lo tanto, ser asociado con un perro era ser impuro, el más bajo de la sociedad, un marginado.  Uno podría preguntarse ¿estaba Jesús aquí criticando una percepción cultural Judía? ¿Se pensaba que los pobres eran pobres debido a su propia culpa, de la misma manera en que los que estaban enfermos se pensaba que era a causa de sus pecados? No podemos estar seguros; sin embargo. La implicación parece estar ahí y por lo tanto, debido a como termina la historia nos proporciona una fuerte refutación del llamado evangelio de la prosperidad que es predominante hoy en día.

Como continua la historia, ambos hombres mueren, pasando a sus respectivas destinaciones eternas.  Es aquí que el escenario comienza a voltearse.  Como hombre rico, uno pensaría que hubiera habido algún tipo de reunión en honor de ese hombre, alabando su éxito en el mundo, sin embargo, esta historia no es contada por la sociedad en general, sino que viene de la esfera de Dios.  Aquí, podemos establecer un paralelismo a la primera lectura de Amos.  Ahí, Amos se dirige a los que están en Sion, los que se sienten seguros, los notables de las naciones ‘(Amos 6:1).  Y después de exponer su existencia de lujo sarcásticamente, el profeta concluye diciéndoles “Ustedes serán los primeros en ir al destierro y se acabara el alboroto de sus banquetes” (Amos 6:7).  Lo que Amos les está diciendo a los ricos de Israel (a quien en otros lugares acusa con crímenes de extorción, abuso, y de ignorar a los pobres) es lo que Máximo le dice a Cómodo cerca del final de la película, Gladiador: “El tiempo para honrarte a ti mismo pronto llegara a su fin.” Esta es la experiencia del hombre rico, enfrentado al juicio de Dios, como los ricos de Israel en el libro de Amos, su vida no es ni conmemorada ni celebrada; en vez, es expuesto a la experiencia dolorosa de estar separado de Dios, el amor mismo.

Por su parte, Lazaro tiene una experiencia muy diferente, la razón es porque el si tiene un nombre en la historia.  Primeramente, tener un nombre propio tiene algo que decirnos.  El nombre Lázaro es una versión Helenizada del nombre Hebraico, Eleazar, que significa “Dios es mi ayuda.” Es en su mismo nombre que podemos ver la intimidad que Dios tiene con los pobres.  Es solo aquellos que son verdaderamente pobres que de una manera muy real rezan “danos hoy nuestro pan de cada día,” haciendo suyas las palabras de nuestro Señor.  En segundo lugar, el simple hecho que Lázaro recibe un nombre personal, mientras que el hombre rico no recibe uno, es extremamente significativo.  Recuerden que en la parábola de las jóvenes precavidas y de las descuidadas, las jóvenes descuidadas que no estaban preparadas para la llegada del novio y llegan tarde a la fiesta de la boda, ellas tocan la puerta, y suplican que las dejen entrar, a lo cual el Señor responde, “En verdad se los digo, no las conozco.” (Mateo25:12).  Tener un nombre es ser conocido, y así Lázaro es conocido por Dios y se retira a la eternidad donde es bienvenido por Abrahán, su padre en la fe.  A contraste, el hombre rico no posee un nombre propio, desconocido por Dios, porque al igual que sus antepasados a los cuales Amos les hablo duramente, él también había ignorado las dificultades de los pobres, y se negó a asistir a los más insignificantes, aquellos que son tan preciosos para Dios y que son con los que Se identifica (cf. Mateo 25:40 y 45).

Ya vemos entonces que los peligros de ser ricos no son nada nuevo, sino que han estado presentes desde que ha habido ricos y pobres en la sociedad.  Es una realidad que cuando estamos rodeados de abundancia tenemos que luchar para recordar que ninguno de nosotros es menos dependiente de Dios que otros, y que todo lo que tenemos es un regalo para utilizarlo para el bien común.  Es en la luz de este desafío muy real que encontramos a Pablo dirigiéndose a Timoteo, un líder joven en la temprana iglesia, que era seguro se enfrentaría con tal dinámica dentro de la comunidad que el encabezaba.   Inmediatamente antes del pasaje que escuchamos hoy, Pablo le advierte a Timoteo “Debes saber que la raíz de todos los males es el amor al dinero.  Algunos, arrastrados por él, se extraviaron lejos de la fe y se han torturado a sí mismos con un sinnúmero de tormentos” (1 Timoteo 6:10).  Esta es la experiencia del hombre rico en el Evangelio, y para que Timoteo y aquellos a su cuidado puedan evitar este fin, Pablo le proporciona a Timoteo consejos, que también pueden hacer mucho para nosotros hoy en día.

Amigos míos, hoy, Jesús por medio de Pablo nos dice “Pelea el buen combate de la fe, conquista la vida eterna” a la cual somos llamados (1 Timoteo 6:12).  ¿Cómo hacemos esto? Huyéndole a todo lo que el mundo nos dice que nos hará feliz (e.g. riquezas, placer y el poder), en vez enfoquémonos a cultivar la fe, amor, firmeza y gentileza’ (1 Timoteo 6:11).  Cultivando estas cualidades buscaremos más fácilmente el bien de todos a nuestro alrededor, y así poder imitar y acercarnos al que posee estas cualidades perfectamente, Jesucristo, en quien somos llamados a “alcanzar la verdadera vida” (1 Timoteo 6:19).

Su sirviente en Cristo,

Tony

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Encontrando Unos a Otros en la Belleza

Beauty CrossXXIII Domingo Ordinario: 9-4-16

La Paz Sea Con Ustedes,

Como hemos visto las semanas pasadas, recibir formación pedagógica de Jesús es desafiante, por decir lo menos.  Al mismo tiempo, oímos a nuestro Señor advirtiéndonos de las dificultades que se les esperan a aquellos que escogen a seguir por el camino que Él recorre, y también oímos de la paz y esperanza que la vida de discipulado nos puede traer.  El mensaje que oímos este día no es menos desafiante, y en realidad, marca un crucero mientras caminamos y aprendemos a los pies del Maestro de Nazaret.

Para darnos cuenta de lo profundo de lo que está ocurriendo en el Evangelio de hoy, les pido que se imaginen que ustedes están en esa escena.  En el transcurso de las últimas semanas, hemos encontrado las palabras del Rabino de Nazaret desafiantes, misteriosas e intrigantes.  Tal vez debido a los dos últimos aspectos, ustedes como muchos otros, han decidido a acompañarlo por un tiempo más.  Mientras caminas en medio de un grupo de casual conocidos que constituyen un gran grupo de apóstoles ligeramente conectados de Jesús, Él se para, voltea a ver al grupo, y les dice, “Si alguno quiere venir a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, sus hermanos y hermanas, e incluso a su propia persona, no puede ser discípulo mío” (Lucas 14:26).  Si algún murmullo quedaba cuando Jesús se paro en seco, ahora se vuelve en silencio.  Volteas a ver a la persona a tu izquierda y a la de tu derecha confundido, como pidiendo una explicación, solo para darte cuenta que hasta la última persona en la multitud comparte tú mismo sentimiento.  ¿Qué está pasando?  La dificultad con las palabras que Jesús dice, se complican aún más cuando sigue hablando, diciendo “El que no carga con su propia cruz para seguirme luego, no puede ser discípulo mío” (Lucas 14:27).  El silencio que aturde, ahora se convierte en susurros de pánico, una sensación de desconcierto y terror se extiende por todo el grupo.

Ahora, para el lector y/o el oyente de hoy en día, en la apertura de la lectura del Evangelio de hoy, le puede parecer como que yo estoy exagerando lo que pudiera haber pasado en esta ocasión.  Sin embargo, este es el caso solamente con nosotros. Para nosotros, la cruz se ha convertido en un símbolo manso de nuestra afiliación religiosa, sin ninguna verdadera importancia práctica, ya que nunca hemos sido testigos de una crucifixión.  Sin embargo, para un Judío del primer siglo, este no era el caso.  Mejor dicho, para un Judío del primer siglo, la cruz no era un mero símbolo, sino que era un instrumento aterrador de tortura ejercido por los ocupantes Romanos para mantener el orden.  Si algún Judío se atrevía a pensar dos veces antes de tratar a subvertir a las autoridades Romanas, la cruz era un recordatorio constante: Si nos enfadas, te crucificamos.  Si, la cruz era un instrumento de tortura, y un instrumento de soledad.  Y para la consternación de aquellos en la multitud que te acompañan este día, parece como si Jesús los llama justo a eso.

Para acentuar la realidad de sus palabras, Jesús luego habla de los planes que la gente hace antes de emprender un gran proyecto, Él usa los ejemplos de la construcción de una torre y de ir a la guerra.  Luego concluye Su mensaje con las palabras: “Esto vale para ustedes: el que no renuncia a todo lo que tiene, no podrá ser discípulo mío” (Lucas 14:33).  El mensaje está claro, Jesús nos pide que consideremos lo que verdaderamente significa ser su discípulo, y si o si no estamos realmente comprometidos a la misión, y por lo tanto tenemos que tomar una decisión.  De todas maneras, antes de que perdamos la esperanza por completo, vamos a considerar que es lo que dice aquí Jesús, y para un poco de ayuda en esto, podemos referirnos a nuestra segunda lectura de Pablo.

La segunda lectura de hoy proviene de la carta de Pablo a Filemón.  El tema se refiere a un cierto individuo llamado, Onésimo, quien es al parecer, un esclavo fugitivo a quien Pablo tomo bajo su cuidado.  Es la intención de Pablo de regresar a Onésimo otra vez con Filemón, al hacerlo, también envía sus palabras escritas, en la forma de esta carta.  Para fin de apreciar lo que está pasando aquí, tenemos que entender que en la época Romana, el castigo para un esclavo fugitivo era la muerte. Y, sin embargo Pablo está dispuesto a regresar a Onésimo con Filemón.  Usted se puede preguntar, ¿está Pablo fuera de su mente? Una pregunta razonable, a menos de que ya usted supiera que Filemón y los de su casa eran probables miembros de la Iglesia Cristiana en Colosas.  Por lo tanto, cuando mandó a Onésimo de regreso con Filemón, Pablo estaba confiado en que Filemón actuaria con la misma caridad y misericordia Cristiana que el mismo había encontrado en Cristo.  Pablo escribe: “Tal vez esta es la razón por la que estuvo lejos de usted por un tiempo, para poder tenerlo para siempre a su regreso, ya no como un esclavo, pero más que un esclavo, como un hermano querido, amado especialmente por mí, Pablo, pero aún más para usted, como hombre y en el Señor” (V. 15).  Es esta línea que tiene especial poder explicativo con referencia a las palabras difíciles de nuestro Señor que escuchamos anteriormente.  Fíjense en lo que Pablo le escribe a Filemón, ‘estuvo lejos de usted por un tiempo, tal vez para que al su regreso, él se pudiera quedar para siempre, no como esclavo, sino como hermano y como hombre (i.e. un individuo con plena dignidad) en El Señor.’

Mis amigos, el mensaje de Jesús este fin de semana nos dice la misma cosa. ¿Tiene Jesús deseos de que nosotros odiemos a nuestra familia? ¡Absolutamente que no! Lo que está diciendo es que si nos apegamos a cualquier cosa, a nuestra familia o incluso a nuestra propia vida, ¡lo hemos perdido todo! Ya que es solo en la persona de Jesucristo crucificado que lo podremos ganar todo.  Como lo ven, Jesús es el ejemplo perfecto de lo que significa ser humano precisamente debido a la cruz.  Con la oportunidad de la cruz, Jesús tiene una manera de mostrarnos su amor de una manera radical y total, la cruz se convierte en ese momento cuando la belleza humana se muestra en su totalidad, porque no hay amor más grande que este (cf. Juan 15:13).  Es imitando esta belleza que podremos, a la misma vez, hacernos aún más humanos y alcanzar la habilidad de poder ver el contenido de belleza en todo a nuestro alrededor.  La consecuencia de esta imitación, es que nosotros lograremos a poder reflectar la belleza de Aquel que Es belleza, y viéndolo a Él lograremos a poder ver la belleza a todo a nuestro alrededor reflectada por Su mirada, permitiéndonos a ver a nuestros seres queridos como verdaderamente lo son, no solamente como tías, tíos, primos, hermanos o padres, sino que los veremos cómo reflexiones de la verdadera belleza que se encuentra solamente en Él quien nos amó hasta la muerte, aun una muerte en la cruz.

Su sirviente en Cristo,

Tony

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Enfoquémonos En La Carrera Actual

Race TrackXX Domingo Ordinario: 8-14-16

La Paz Sea Con Ustedes,

El domingo pasado hablamos acerca de que la fe puede actuar como un portal que nos permite vivir la vida eterna comenzado aquí y ahora.  Además, vimos que una vida llena de fe no es caracterizada por una vida conducida con la mentalidad de acercamiento abstracto, sino que es caracterizada por una búsqueda activa de la vida que Dios nos llama a vivir, como lo fue modelado por nuestro padre en la fe, Abrahán.  Así también, escuchamos a Jesús que nos llama a pasar por el portal de fe para que nosotros y todos a nuestro alrededor comencemos a vivir la vida para la cual fuimos creados, ahora mismo.  Esta semana nos enfrentamos con la difícil realidad que vivir una vida llena de fe nos puede llevar por un camino doloroso y solitario.

Las lecturas de esta semana hacen un buen trabajo proporcionando ejemplos de la soledad que podemos experimentar en diferentes niveles de la sociedad como resultado de vivir una vida basada en la fe.  En nuestra primera lectura, encontramos a la princesa de Judá exigiendo la vida del profeta Jeremías.  Jeremías había adquirido tal resentimiento por haber proclamado al pueblo de Judá que resistir los poderes de Babilonia era fútil ya que había sido determinado por Dios que la gente de Judá serian, de hecho, superados y exiliados a manos del rey de Babilonia.  Así pues, Jeremías animo a  la gente a cumplir con la voluntad de Dios, a que se entregaran a Babilonia pacíficamente (cf. 38:2-3).  Esto no le cayó bien a la princesa de Judá, quien no solo se negó a reconocer tal mensaje como siendo de inspiración divina, pero quiso desterrar al portador de ese mensaje de la vista de todos.

La experiencia de Jeremías es la experiencia de muchos cristianos por todo el mundo hoy en día, por supuesto a diferentes grados.  En el Medio Oriente, los cristianos son martirizados por el solo hecho de practicar su fe; mientras que aquí en nuestro propio país los individuos se enfrentan a que se les termine su empleo, o arriesgan a que lleven a sus negocios a la corte por expresar sus creencias. Lo que vemos de ejemplo en la historia de Jeremías y en la vida moderna, es que la Palabra de Dios es tan difícil de aceptar que la gente, con mucha frecuencia, prefieren aislar a aquellos que viven de acuerdo con la Palabra de Dios (para que no les recuerde de La Palabra), y así no permitirles que pregunten de su modo de vida, no importa que tan mal vivan (cf. Sabiduría 2:12).

Los ejemplos citados hasta ahora, nos dejan en una posición bastantemente confortable.  Después de todo, podemos ver el mundo de hoy y nos decimos – Sí, es un lugar duro para nosotros, los cristianos, vivir hoy en día, y nos damos una palmadita en la espalda.  Pero antes de flotar en una nube de los que se creen justos, debemos preguntarnos, ¿hasta dónde llega mi lealtad a la Palabra de Dios? ¿A quien y a que estoy dispuesto a alejar si me impide vivir la vida que Dios me llama a vivir.?

En su obra “El Gran Divorcio,” C. S. Lewis nos dice de una mujer llamada Pam, quien, al acercarse a las puertas del cielo se horroriza cuando la recibe su hermano en vez de su hijo a quien había perdido durante su vida en la tierra.  Su hermano procede a informarle que antes de que pueda ver a su hijo, que ya ha llegado a la patria eterna, tendrá que reordenar sus amores.  En breve, como le dice su hermano, el amor de Pam para su hijo, se había convertido en un dios falso porque se estableció como un bien por sí mismo, aparte del amor de Dios.  Y, como su hermano le señala, no podemos amar nada adecuadamente, ni a nuestra familia completamente, hasta que amemos a Dios en primer lugar (vea el Gran Divorcio, capítulo 11).  Dejamos a Pam en el mismo lugar que la encontramos, negándose a reconocer que sus amores habían sido desordenados de esta manera, y por lo tanto, distanciada no solo de Dios, pero también de su hijo y de todos los demás.

De una manera un poco diferente, encontramos a Jesús que nos advierte de la división que vendrá a nuestras vidas si vivimos una vida que busca una relación con Él en vez de con el mundo.  Hoy, Jesús nos dice que Él no ha venido a traer paz al mundo, sino una división ardiente (cf. Lucas 12:49 y 51).  Como Él continua a decirnos, esta división no solamente dividirá a los creyentes del mundo, como vimos en la historia de Jeremías, pero dividirá miembros de la familia unos contra otros.  Seguro que este es un mensaje difícil de aceptar.  Pero antes de huirle como si fuera un mensaje velado, que seguramente significa algo distinto a lo que dice, preguntémonos una pregunta: ¿Porque?  ¿Porque dice Jesús tal cosa?

Para encontrar la respuesta, vamos a reconsiderar la historia de Pam.  Lo que mantenía a Pam aparte de Dios era el amor desordenado para su hijo.  Este tipo de amor sin orden, como nos dice Lewis, es difícil de detectar ya que aparece como un bien, y debido a su semejanza, cuando “finalmente niega la conversión su corrupción será peor que la corrupción que llamamos las paciones inferiores.  Se trata de un ángel con fuerza superior, y por lo tanto, cuando cae se hace un diablo más feroz” (El Gran Divorcio, cap. 11).  Si tomamos un momento para considerar, podemos encontrar que hemos sido engañados a caer en formas similares de amor sin orden.  ¿Cuantas veces no hemos excusado las acciones de los que amamos, viendo hacia otro lado, incluso cuando sabemos que viven de manera opuesta a la forma que nos han enseñado es lo correcto, simplemente porque son nuestros seres queridos?

Mis amigos, lo que hace que las palabras que oímos a Jesús decir esta semana, sean tan difícil de aceptar es que son al mismo tiempo una acusación a un nivel muy personal, y son un llamado a vivir vidas de justicia, benevolencia y sacrificio de sí mismo; i.e. una vida de verdadero amor.  Tristemente, en nuestro mundo caído, verdadero amor es a menudo rechazado, lo que resulta en división, odio, y hasta violencia, como se vio tan enfáticamente en el Calvario.  ¡Por esta razón, debemos, como el autor de Hebreos nos dice hoy, mantener el enfoque y persistir en la carrera que corremos que busca unidad con nuestro Dios, para hacer que su amor ya esté presente en el mundo! (cf. Hebreos 12:1-4).  ¡Si perseveramos y mantenemos nuestro enfoque en Jesús, podremos estar seguros que superaremos todas las adversidades para poder vivir la vida al máximo, en esta vida y en la próxima!

Su sirviente en Cristo,

Tony

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Una Desapego Saludable

Healthy IndifferenceXVIII domingo ordinario: 7-31-16

La Paz Sea con Usted,

Durante las últimas semanas hemos estado recibiendo un curso de Jesús respecto al fundamentalismo de discipulado.  Hemos visto que la vida de un discípulo es: 1) Fundada sobre una relación con Cristo que busca unidad con El; 2) Tiene la imitación de Cristo como su propósito practico; y 3) Consiste de dos fundamentales y complementarias dimensiones: la activa y la contemplativa.  Esta semana se nos da instrucción en cómo estas dos dimensiones de la vida de discipulado deben ser aplicados cuando se trata de bienes materiales.

“¡Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión!”  Así comienza el mensaje relatado por Qohelet en nuestra primera lectura de Eclesiastés.  Para muchos esto puede parecer cómo un comentario nihilista de la vida expresado por el autor, cuyo mismo nombre significa “recolector” o “adquiridor” en hebreo.  Si leemos más adelante se nos informa al hecho que este individuo ha acumulado muchas de las cosas buenas que la vida tiene que ofrecer (riqueza, placer, poder), y ha llegado a la conclusión que no vale nada al fin de nuestra vida, todo lo que hemos adquirido tendrá que ser entregado a otro (cf. Ec. 2:21).  La parábola relatada por Jesús en nuestro Evangelio de hoy tiene mucho del mismo mensaje, pero incluye dos distinciones importantes.

Para empezar, Jesús no nos dice que tener bienes materiales es malo, pero nos da una advertencia importante, que debemos que tener cuidado y protegernos contra toda codicia porque nuestra vida “no depende de la abundancia de los bienes que posea” (Lucas 12:15).  La advertencia es contra la codicia, la característica que demuestra el hombre en la parábola, no es contra los bienes materiales por sí mismos.  Esta es una distinción importante porque se nos dice que para el cristiano no es necesario denunciar todos los bienes materiales (a pesar que seguramente algunos lo hacen y sirven cómo viva proclamación enfática del mensaje proclamado hoy), sino que los bienes materiales se deben ver con la propia actitud.

Esta actitud es resumida y explicada mejor por el concepto la indiferencia ignaciana, cómo es explicado por San Ignacio de Loyola, un hombre que, cómo Qohelet, tuvo mucho de los bienes que el mundo ofrece antes de alcanzar su conversión.  Cómo San Ignacio escribe en sus Ejercicios Espirituales: “Debemos entonces, sobre todas las cosas, tratar de establecer nosotros mismos un desapego completo con respecto a todas las cosas creadas…ya que el orden requiere que deseamos y escojamos en todo lo que nos conduzca de seguro al fin para el cual fuimos creados.”  El fin que menciona aquí San Ignacio es el mismo fin al cual nuestra vida de discipulado es dirigida cómo lo explica San Pablo en la segunda lectura de hoy, unidad con nuestro Dios por medio de Jesucristo (cf. Col 3:1-5 &9-11).  Por lo tanto, siguiendo el pensamiento de San Ignacio, debemos procurar tener todas las cosas en nuestra vida solamente a la medida que nos conduzca para acercarnos más a este fin, y rechazarlas si nos apartan o nos alejan más de este fin.

Mis amigos, Qohelet, Pablo y Jesús nos animan esta semana a mantener un desapego saludable cuando se trata de bienes materiales.  Esto no es una condenación a los bienes materiales, sino un llamado para ver las cosas como son.  Es decir, que los bienes materiales no tienen la capacidad para satisfacer, o traernos felicidad por si mismos.  En ves, solo tienen valor si los podemos usar para acercarnos al fin para el cual hemos sido creados, unidad con Dios en Quién “vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28).  Si podemos aceptar este mensaje no nos limitaremos a ser ricos en una manera que eventualmente se desvanezca, sino alcanzar a ser ricos en lo que vale ante Dios.  Y ¿Qué es lo que vale ante Dios?  Que tengamos vida, y la tengamos en plenitud (cf. Juan 10:10), cómo El lo probo cuando mando a Su Hijo para poder tener la posibilidad de vivir justo esa vida (cf. Juan 3:16).  Así que, si nos hiciéramos ricos en lo que vale ante Dios, debemos vivir como el Hijo Encarnado.  Es decir, debemos vivir vidas de amor sacrificial con todo lo que poseemos; bienes materiales, habilidades, tiempo, etc.  Al hacerlo así, a la misma ves ayudamos a otros a vivir una vida en plenitud y de este modo acumularemos el tipo de riqueza que realmente vale ante Dios.

Su sirviente en Cristo,

Tony