Primer domingo de Cuaresma: ciclo A
La Paz sea con Ustedes,
Este domingo celebramos el primer domingo de Cuaresma. Habiendo dicho esto, no debemos pensar ni por un minuto que la transición a una nueva temporada litúrgica marca un cambio abrupto en lo que la Iglesia tiene que ensenarnos acerca de quién es Dios y quienes estamos destinados a ser, como es revelado más conspicuamente en Jesucristo. Pues mientras que la Temporada de Cuaresma enfoca nuestra atención directamente en el significado de la Pasión del Señor, su Muerte y su Resurrección, no debemos pensar en estos acontecimientos como si fueran dispares de la Encarnación o de cualquiera de los otros acontecimientos en la vida de Jesús. En su lugar debemos de pensar en ellos como todos cantando en concierto, cada evento sonando una diferente nota reveladora en el opus de Dios conocido como la historia de la Salvación.
Por esta razón es bueno que recordemos que entramos en la Temporada de la Cuaresma en los talones de nuestra exploración del Sermón de la Montana del Señor. Recuerden que se dijo que la vida a la cual Jesús nos llama en este Sermón representa una nueva manera de como ver la vida, dándole carne, por así decirlo, a su llamado a el arrepentimiento (N. B. recuerden que arrepentimiento es traducido del Griego, metanoeite, que literalmente significa cambiar de opinión). Además, recuerden que dijimos que el Sermón de la Montana es una exposición reveladora de la ley eterna, que explica como las cosas son destinadas a funcionar. La semana pasada el catequices ontológico alcanzo un punto culminante cuando Jesús nos pidió que viviéramos en total dependencia de Dios de acuerdo con nuestra naturaleza, porque solo es en el que “vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17:28) en un sentido más literal de lo que nuestra experiencia existencial sugeriría. Este fin de semana, Jesús continúa el crescendo iniciado el pasado fin de semana, pero esta vez acompañado por el acompañamiento armónico de su vida.
Dada la asociación popular que estos textos se leen pobremente, vale la pena señalar que la tradición de la Iglesia, comenzando con los Padres, siempre ha leído estos pasajes alegóricamente o tipológicamente, lo que significa que están destinados a transmitir una profunda verdad precisamente de esta manera. Esto no sugiere una contradicción con la ciencia sino que nos relata una verdad sobre la vida humana de una manera teológicamente correcta, dejando la ciencia detrás de ella al estudio de la ciencia, su propia esfera. Aquí simplemente observamos que no son contradictorios y dejamos el asunto al lado.
Con esto en mente, nos regresamos hasta el principio donde encontramos la misma verdad proclamada por Jesús la semana pasada en el Sermón de la Montaña en forma alegórica, i.e. que no tenemos vida aparte de la animación que la vida de Dios nos imparte. Esto es lo que se indica cuando se nos dice que “YAVE Dios formo al hombre con polvo de la tierra; Luego soplo en su nariz un aliento de vida, y el hombre tuvo aliento y vida” (Génesis 2:7, énfasis mío). Fíjense aquí que Dios de ninguna manera envidia a la familia humana, sino que la da libremente de su pura bondad, una realidad que se señala adicionalmente en que se nos dice que Dios le dice a nuestro primer padre, Adán, “puedes comer todo lo que quieras de los árboles del jardín,” por supuesto con la infame excepción “del árbol de la Ciencia del bien y del mal,” de ese árbol, Dios le dice a Adán, “El día que comas de él, ten la seguridad de que morirás” (Génesis 2:16-17). Observen lo que está pasando aquí, Dios le ha dado a la humanidad una libertad inmensa, una libertad para la cual fuimos creados para disfrutar como Pablo nos recuerda (Galatos 5:1), solo poniendo ante ellos (Adán representando toda la familia humana) una prohibición, y una que podríamos considerar que se oye un poco extraña, y que podríamos tener la tendencia a dejarla al lado de inmediato como pura mitología. Sin embargo, independientemente del género, la Biblia, nunca es un mito, pero como la palabra de Dios siempre es una afirmación de la verdad. Entonces, ¿Cómo entendemos esta prohibición?
La prohibición es de abstenerse de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Aquí podemos ver una verdad ontológica pintada en forma alegórica. El bien aquí indica la vida, el mal simplemente la falta de ella, de acuerdo con la comprensión del mal transmitido por pensadores como Agustín (Enchiridion, 11) y Gregorio de Nyssa (Cathechetical Oration, 7). Así, lo que se le prohíbe a la familia humana es simplemente decidir como funciona la vida; Dicho de diferente manera, no podemos alcanzar y agarrar la vida como nuestra propia posesión, no porque Dios es codicioso como ya hemos visto, sino porque esa simplemente no es la forma en que Dios ha hecho que las cosas funcionen. Entendido de esta manera, podemos fácilmente ver por lo que tal acción necesariamente terminaría en la muerte.
Luego observen lo que la serpiente le dice a Eva; sus palabras son astutas porque ella de inmediato le “ofrece” a nuestros primeros padres lo que no tiene medios para dar, y además, los medios que Dios ya les había dado para lograr si permanecen en relación con él. Ella le dice a Eva, “No es cierto que morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses” (Génesis 3:4-5). Aquí el diablo está jugando con la palabra de Dios. El diablo le dice a Eva que ella y Adán “serán como dioses,” si toman la vida por si mismos como es significado al comer del árbol. Sin embargo, creados a la imagen de Dios, Adán y Eva fueron hechos para participar de la Vida Divina, y aún más, ¡su vida depende de que participen de ella! Por lo tanto, en su propia naturaleza, Dios les ha dado la capacidad de “ser como Dios,” y así cuando la serpiente les dice que serán como “dioses,” se oye intuitivamente correcto. Sin embargo, en el intento de tomar la vida por su cuenta, de inmediato se convierten como todos los dioses de la historia humana, quienes “tienen boca y no hablan, ojos, pero no ven; tienen orejas, pero no oyen, ni siquiera un suspiro hay en su boca” (Salmo 135:16-17). Una y otra vez, durante toda la historia de la salvación, desde los profetas como Jeremías hasta Jesús, la Palabra de Dios tratara de despertar a la familia humana de este estupor para que se den cuenta que la verdadera vida solo se puede tener con Dios (cf. Jeremías 5:2 y Marcos 8:18).
Lo que el diablo fue capaz de lograr engañando al primer Adán, lo vemos hacer de nuevo con el segundo Adán, Jesucristo, en nuestra lectura del Evangelio para hoy (cf. 1 Corintios 15-45). Observen la hermosa simetría entre la lectura del Evangelio y nuestra primera lectura para hoy. Justo antes de ser tentado por el diablo, Adán fue inhalado con el Espíritu de Dios animándolo (Génesis 2:7); Así también en nuestra lectura del Evangelio se nos dice que “El Espíritu condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el diablo” (Mateo 4:1). El escenario ha sido puesto para que Jesús comience su trabajo de recapitulación; i.e. de tomar toda la historia humana en un modo correctivo que reemplaza la desobediencia de la familia humana con el correctivo de su obediencia, una idea que vemos en los escrituras de San Pablo (Efesios 1:10) y llevado adelante por el trabajo de Ireneo, este último, nos dice que Cristo, “…en Su trabajo de recapitulación sumo todas las cosas, a la vez, haciendo la guerra contra nuestro enemigo y aplastando al que al principio nos llevó cautivos en Adán…” (Contra las Herejías, Libro 5.21.2). Así que ¿Cómo es exactamente que Cristo conquista al diablo?
Haciendo precisamente lo que él nos llamó a hacer el pasado fin de semana, i.e. siendo completamente obediente a Dios, que no es otra cosa que permanecer totalmente dependiente de él, y enfocarse exclusivamente en él. Vemos esto en que las respuestas que Jesús da a cada tentación del diablo son formuladas por la Escritura; Deuteronomio 8:3, Deuteronomio 6:6 y Deuteronomio 6:13 respectivamente. Fíjense por favor que todos los pasajes de Escritura citados por Jesús vienen de Deuteronomio, que refleja el nombre Griego deuteronomion, que significa “dar la ley por segunda vez.” Esto se vuelve aún más significante cuando nos damos cuenta de la manera en que el diablo tienta a Jesús que es perfectamente paralela a la manera en que el tentó a nuestros primeros padres. Primero, señala la comida para tentarlo, en un intento a que el Segundo Adán despegue sus ojos de Dios. En segundo lugar, volteando la palabra de Dios; el Diablo en realidad erróneamente cita el Salmo 91 en la segunda tentación. Y finalmente con la tentación de darles lo que Dios ya había prometido, pero con un giro de desorden. Recuerden por ejemplo que en las Bienaventuranzas Jesús le asegura a la gente que los humildes heredaran la tierra, y que el reino de Dios le pertenece a los pobres de espíritu, el reino de Dios habiendo llegado a ser identificado sobre los anos con la persona de Jesús mismo, el que une la humanidad a Dios. Aquí, el Diablo promete darle a Jesús los “reinos del mundo” si Jesús lo adora, prometiéndole otra vez a Jesús algo que intuitivamente se oye bien, pero es lo suficientemente desordenado como para eliminar la posibilidad de que esa promesa se cumpla agarrándola como para poseerla por su propia cuenta. En breve, mientras que nuestros primeros padres se separaron de Dios por no vivir de acuerdo con la Ley, i.e. de la manera que Dios hizo las cosas; Jesús supera la tentación precisamente viviendo dicha Ley.
Dentro de estas tentaciones el diablo le lanza “todo lo que el mundo tiene que ofrecer” a Jesús, i.e. “la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos, y la arrogancia del éxito,” como nos dice San Juan (1 Juan 2:16). Podríamos conocer estas tres como placer, poder, y egocentrismo; Jesús es tentado con la primera en la primera tentación, con la segunda en la final tentación, y con la tercera en la segunda tentación. Y la única manera en que Jesús puede vencer estas tentaciones es permanecer enfocado en Dios y confiar en su promesa; i.e. permaneciendo humildemente obediente. Cerca del comienzo de esta reflexión se menciona la importancia de leer la vida de Cristo en conjunto, y no como partes fracturadas. Este episodio de la tentación en el desierto es un buen ejemplo. Tradicionalmente, la Iglesia ha entendido toda la vida de Cristo como salvífica, y Maximus el Confesor nos ayuda a entender como con este episodio se puede decir que así es. Como Maximus lo entendió, las tentaciones sufridas por Cristo en el desierto fueron ejemplares de la forma en que sano toda nuestra naturaleza humana, superando las pasiones desordenadas que con tanta frecuencia nos llevan al pecado, separándonos aún más de Dios (Ad Thalassium 21).
Amigos míos, este fin de semana, como comenzamos la Temporada de la Cuaresma la Iglesia tradicionalmente nos llama a enfocarnos en tres actividades principales, cada una destinada a imitar la manera en que vemos a Jesus superar las tentaciones del diablo en nuestro Evangelio de hoy. Por ejemplo, Jesus fue capaz de superar la primera tentación al darse cuenta de que hay más en la vida que los placeres físicos, en este caso el placer de la comida, y así se nos llama a ayunar. En la segunda tentación, Jesus fue tentado a convertirse en la preocupación central de su vida, y así se nos llama a rezar más. Y en la tentación final Jesus es tentado con los poderes mundanos, y nosotros en turno, se nos llama a dar limosna, regalando incluso lo que tenemos para reconocer que todo lo que posiblemente podríamos tener nos ha sido dado por Dios y por lo tanto debe de ser usado únicamente para su gloria. Haciendo estas cosas no solo imitamos las acciones de Cristo, sino que nos asimilamos a su misma vida para la cual hemos sido creados, una vida que participa de la misma gloria de Dios.
Su sirviente en Cristo,