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Levantando a los Caídos

Primer domingo de Cuaresma: ciclo A

La Paz sea con Ustedes,

Este domingo celebramos el primer domingo de Cuaresma.  Habiendo dicho esto, no debemos pensar ni por un minuto que la transición a una nueva temporada litúrgica marca un cambio abrupto en lo que la Iglesia tiene que ensenarnos acerca de quién es Dios y quienes estamos destinados a ser, como es revelado más conspicuamente en Jesucristo.  Pues mientras que la Temporada de Cuaresma enfoca nuestra atención directamente en el significado de la Pasión del Señor, su Muerte y su Resurrección, no debemos pensar en estos acontecimientos como si fueran dispares de la Encarnación o de cualquiera de los otros acontecimientos en la vida de Jesús.  En su lugar debemos de pensar en ellos como todos cantando en concierto, cada evento sonando una diferente nota reveladora en el opus de Dios conocido como la historia de la Salvación.

Por esta razón es bueno que recordemos que entramos en la Temporada de la Cuaresma en los talones de nuestra exploración del Sermón de la Montana del Señor.  Recuerden que se dijo que la vida a la cual Jesús nos llama en este Sermón representa una nueva manera de como ver la vida, dándole carne, por así decirlo, a su llamado a el arrepentimiento (N. B. recuerden que arrepentimiento es traducido del Griego, metanoeite, que literalmente significa cambiar de opinión).  Además, recuerden que dijimos que el Sermón de la Montana es una exposición reveladora de la ley eterna, que explica como las cosas son destinadas a funcionar.  La semana pasada el catequices ontológico alcanzo un punto culminante cuando Jesús nos pidió que viviéramos en total dependencia de Dios de acuerdo con nuestra naturaleza, porque solo es en el que “vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17:28) en un sentido más literal de lo que nuestra experiencia existencial sugeriría.  Este fin de semana, Jesús continúa el crescendo iniciado el pasado fin de semana, pero esta vez acompañado por el acompañamiento armónico de su vida.

Dada la asociación popular que estos textos se leen pobremente, vale la pena señalar que la tradición de la Iglesia, comenzando con los Padres, siempre ha leído estos pasajes alegóricamente o tipológicamente, lo que significa que están destinados a transmitir una profunda verdad precisamente de esta manera.  Esto no sugiere una contradicción con la ciencia sino que nos relata una verdad sobre la vida humana de una manera teológicamente correcta, dejando la ciencia detrás de ella al estudio de la ciencia, su propia esfera.  Aquí simplemente observamos que no son contradictorios y dejamos el asunto al lado.

Con esto en mente, nos regresamos hasta el principio donde encontramos la misma verdad proclamada por Jesús la semana pasada en el Sermón de la Montaña en forma alegórica, i.e. que no tenemos vida aparte de la animación que la vida de Dios nos imparte.  Esto es lo que se indica cuando se nos dice que “YAVE Dios formo al hombre con polvo de la tierra; Luego soplo en su nariz un aliento de vida, y el hombre tuvo aliento y vida” (Génesis 2:7, énfasis mío).  Fíjense aquí que Dios de ninguna manera envidia a la familia humana, sino que la da libremente de su pura bondad, una realidad  que se señala adicionalmente en que se nos dice que Dios le dice a nuestro primer padre, Adán,  “puedes comer todo lo que quieras de los árboles del jardín,” por supuesto con la infame excepción “del árbol de la Ciencia del bien y del mal,” de ese árbol, Dios le dice a Adán, “El día que comas de él, ten la seguridad de que morirás” (Génesis 2:16-17).  Observen lo que está pasando aquí, Dios le ha dado a la humanidad una libertad inmensa, una libertad para la cual fuimos creados para disfrutar como Pablo nos recuerda (Galatos 5:1), solo poniendo ante ellos (Adán representando toda la familia humana) una prohibición, y una que podríamos considerar que se oye un poco extraña, y que podríamos tener la tendencia a dejarla al lado de inmediato como pura mitología.  Sin embargo, independientemente del género, la Biblia, nunca es un mito, pero como la palabra de Dios siempre es una afirmación de la verdad.  Entonces, ¿Cómo entendemos esta prohibición?

La prohibición es de abstenerse de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.  Aquí podemos ver una verdad ontológica pintada en forma alegórica.  El bien aquí indica la vida, el mal simplemente la falta de ella, de acuerdo con la comprensión del mal transmitido por pensadores como Agustín (Enchiridion, 11) y Gregorio de Nyssa (Cathechetical Oration, 7).  Así, lo que se le prohíbe a la familia humana es simplemente decidir como funciona la vida; Dicho de diferente manera, no podemos alcanzar y agarrar la vida como nuestra propia posesión, no porque Dios es codicioso como ya hemos visto, sino porque esa simplemente no es la forma en que Dios ha hecho que las cosas funcionen.  Entendido de esta manera, podemos fácilmente ver por lo que tal acción necesariamente terminaría en la muerte.

Luego observen lo que la serpiente le dice a Eva; sus palabras son astutas porque ella de inmediato le “ofrece” a nuestros primeros padres lo que no tiene medios para dar, y además, los medios que Dios ya les había dado para lograr si permanecen en relación con él.  Ella le dice a Eva, “No es cierto que morirán.  Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses” (Génesis 3:4-5).  Aquí el diablo está jugando con la palabra de Dios.  El diablo le dice a Eva que ella y Adán “serán como dioses,” si toman la vida por si mismos como es significado al comer del árbol.  Sin embargo, creados a la imagen de Dios, Adán y Eva fueron hechos para participar de la Vida Divina, y aún más, ¡su vida depende de que participen de ella! Por lo tanto, en su propia naturaleza, Dios les ha dado la capacidad de “ser como Dios,” y así cuando la serpiente les dice que serán como “dioses,” se oye intuitivamente correcto.  Sin embargo, en el intento de tomar la vida por su cuenta, de inmediato se convierten como todos los dioses de la historia humana, quienes “tienen boca y no hablan, ojos, pero no ven; tienen orejas, pero no oyen, ni siquiera un suspiro hay en su boca” (Salmo 135:16-17).  Una y otra vez, durante toda la historia de la salvación, desde los profetas como Jeremías hasta Jesús, la Palabra de Dios tratara de despertar a la familia humana de este estupor para que se den cuenta que la verdadera vida solo se puede tener con Dios (cf. Jeremías 5:2 y Marcos 8:18).

Lo que el diablo fue capaz de lograr engañando al primer Adán, lo vemos hacer de nuevo con el segundo Adán, Jesucristo, en nuestra lectura del Evangelio para hoy (cf. 1 Corintios 15-45).  Observen la hermosa simetría entre la lectura del Evangelio y nuestra primera lectura para hoy.  Justo antes de ser tentado por el diablo, Adán fue inhalado con el Espíritu de Dios animándolo (Génesis 2:7); Así también en nuestra lectura del Evangelio se nos dice que “El Espíritu condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el diablo” (Mateo 4:1).  El escenario ha sido puesto para que Jesús comience su trabajo de recapitulación; i.e. de tomar toda la historia humana en un modo correctivo que reemplaza la desobediencia  de la familia humana con el correctivo de su obediencia, una idea que vemos en los escrituras de San Pablo (Efesios 1:10) y llevado adelante por el trabajo de Ireneo, este último, nos dice que Cristo, “…en Su trabajo de recapitulación sumo todas las cosas, a la vez, haciendo la guerra contra nuestro enemigo y aplastando al que al principio nos llevó cautivos en Adán…” (Contra las Herejías, Libro 5.21.2).  Así que ¿Cómo es exactamente que Cristo conquista al diablo?

Haciendo precisamente lo que él nos llamó a hacer el pasado fin de semana, i.e. siendo completamente obediente a Dios, que no es otra cosa que permanecer totalmente dependiente de él, y enfocarse exclusivamente en él.  Vemos esto en que las respuestas que Jesús da a cada tentación del diablo son formuladas por la Escritura; Deuteronomio 8:3, Deuteronomio 6:6 y Deuteronomio 6:13 respectivamente.  Fíjense por favor que todos los pasajes de Escritura citados por Jesús vienen de Deuteronomio, que refleja el nombre Griego deuteronomion, que significa “dar la ley por segunda vez.”     Esto se vuelve aún más significante cuando nos damos cuenta de la manera en que el diablo tienta a Jesús que es perfectamente paralela a la manera en que el tentó a nuestros primeros padres.  Primero, señala la comida para tentarlo, en un intento a que el Segundo Adán despegue sus ojos de Dios.  En segundo lugar, volteando la palabra de Dios; el Diablo en realidad erróneamente cita el Salmo 91 en la segunda tentación.  Y finalmente con la tentación de darles lo que Dios ya había prometido, pero con un giro de desorden.  Recuerden por ejemplo que en las Bienaventuranzas Jesús le asegura a la gente que los humildes heredaran la tierra, y que el reino de Dios le pertenece a los pobres de espíritu, el reino de Dios habiendo llegado a ser identificado sobre los anos con la persona de Jesús mismo, el que une la humanidad a Dios.  Aquí, el Diablo promete darle a Jesús los “reinos del mundo” si Jesús lo adora, prometiéndole otra vez a Jesús algo que intuitivamente se oye bien, pero es lo suficientemente desordenado como para eliminar la posibilidad de que esa promesa se cumpla agarrándola como para poseerla por su propia cuenta.  En breve, mientras que nuestros primeros padres se separaron de Dios por no vivir de acuerdo con la Ley, i.e. de la manera que Dios hizo las cosas; Jesús supera la tentación precisamente viviendo dicha Ley.

Dentro de estas tentaciones el diablo le lanza “todo lo que el mundo tiene que ofrecer” a Jesús, i.e. “la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos, y la arrogancia del éxito,” como nos dice San Juan (1 Juan 2:16).  Podríamos conocer estas tres como placer, poder, y egocentrismo; Jesús es tentado con la primera en la primera tentación, con la segunda en la final tentación, y con la tercera en la segunda tentación.  Y la única manera en que Jesús puede vencer estas tentaciones es permanecer enfocado en Dios y confiar en su promesa; i.e. permaneciendo humildemente obediente.  Cerca del comienzo de esta reflexión se menciona la importancia de leer la vida de Cristo en conjunto, y no como partes fracturadas.  Este episodio de la tentación en el desierto es un buen ejemplo.  Tradicionalmente, la Iglesia ha entendido toda la vida de Cristo como salvífica, y Maximus el Confesor nos ayuda a entender como con este episodio se puede decir que así es.  Como Maximus lo entendió, las tentaciones sufridas por Cristo en el desierto fueron ejemplares de la forma en que sano toda nuestra naturaleza humana, superando las pasiones desordenadas que con tanta frecuencia nos llevan al pecado, separándonos aún más de Dios (Ad Thalassium 21).

Amigos míos, este fin de semana, como comenzamos la Temporada de la Cuaresma la Iglesia tradicionalmente nos llama a enfocarnos en tres actividades principales, cada una destinada a imitar la manera en que vemos a Jesus superar las tentaciones del diablo en nuestro Evangelio de hoy.  Por ejemplo, Jesus fue capaz de superar la primera tentación al darse cuenta de que hay más en la vida que los placeres físicos, en este caso el placer de la comida, y así se nos llama a ayunar.  En la segunda tentación, Jesus fue tentado a convertirse en la preocupación central de su vida, y así se nos llama a rezar más.  Y en la tentación final Jesus es tentado con los poderes mundanos, y  nosotros en turno, se nos llama a dar limosna, regalando incluso lo que tenemos para reconocer que todo lo que posiblemente podríamos tener nos ha sido dado por Dios y por lo tanto debe de ser usado únicamente para su gloria.  Haciendo estas cosas no solo imitamos las acciones de Cristo, sino que nos asimilamos a su misma vida para la cual hemos sido creados, una vida que participa de la misma gloria de Dios.

Su sirviente en Cristo,

Tony

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El Tejido de la Felicidad

Sexto domingo de Tiempo Ordinario: ciclo A

La Paz sea con Ustedes,

En los dos últimos fines de semana hemos estado explorando como entender a Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, como la Luz del mundo.  Además, hemos estado profundizando  nuestra comprensión  de lo que significa para nosotros ser participantes y portadores de la Luz que es Cristo.  Hace tres fines de semana vimos que decir que Cristo es la Luz es decir que él es la Verdad, la metáfora de la luz funcionando como un medio de comunicar como es que en su misma persona Cristo nos revela una última realidad, que es la unidad que brota de Deidad Trino que es nuestro Creador y cuyo ser soporta y está destinado a empapar todos los aspectos de nuestra vida.  Luego, hace dos fines de semana llegamos a entender cómo viviendo las bienaventuranzas nos conforma a esta realidad, permitiendo que la vida de Dios empape nuestra existencia, que a su vez, como vimos el fin de semana pasada, nos permite atestiguar de esta relación cada vez más profunda al mundo, extendiendo su mensaje de verdad a las áreas más rotas de nuestro mundo.  Este fin de semana se nos da una vista más cercana a la estructura de esta relación a fin de que podamos permitir que su estructura sirva como la base sobre la cual fijamos nuestra escalera de la bienaventuranza dándole una firme base.

El Evangelio para este fin de semana nos da una mirada de Jesús que a menudo descuidamos como sociedad y que es Jesús como legislador.  Muy a menudo, la descripción moderna de Jesús es una de “buen muchacho.”  Tendemos a pensar que Jesús es como alguien que quiere ser nuestro amigo, cuyo amor por nosotros nos anima a vivir la vida de la mana que pensamos que nos hace felices y nos da la licencia para hacerlo, no importa lo que hagamos, él nos amara de todos modos.  Por lo tanto, concluimos, nadie me puede juzgar ni decirme que lo que hago está bien o mal.  Si nuestro Evangelio hace una cosa para nosotros este día debe iluminarnos al hecho de que este modo de pensar no podría estar más lejos de la verdad.  Habiendo dicho esto, nuestras lecturas de hoy tienen mucho más que ofrecernos.

Para fin de comprender las palabras pronunciadas por Jesús con respecto a la Ley  en el Evangelio de hoy, es importante que las leamos dentro del contexto apropiado.  Debemos recordar que hace dos fines de semana comenzamos la sección del Evangelio de Mateo conocido como el Sermón del Monte.  Típicamente cuando oímos decir el Sermón del Monte pensamos en las Bienaventuranzas que comienzan  el sermón al principio del quinto capítulo del Evangelio de Mateo, pero la verdad es que este “sermón” es mucho más largo, llega hasta el fin del capítulo siete.  Esto siendo el caso, estaremos examinando su contenido hasta el comienzo de la Cuaresma.

Así que ¿Qué es el Sermón del Monte? En su comentario sobre el Sermón del Monte, San Agustín escribe que allí encontramos “como medida para las más altas normas de moralidad, es el perfecto patrón de la vida Cristiana” (El Sermón del Señor en el Monte, Libro 1, Capitulo 1).  Ahora, como gente de una cultura postmoderna, al oír la palabra “moralidad” nuestros oídos casi se cierran, ya que nos preocupa que alguien está a punto de decirnos que es lo que debemos de hacer.  Sin embargo, tomemos un segundo para considerar lo que significa la vida moral para Agustín.  Ustedes ven, para Agustín y el resto de los Padres de la Iglesia, junto con muchos otros pensadores antiguos, la cuestión de la moralidad esta esencialmente unida a la cuestión de lo que significa ser feliz en el sentido más verdadero del termino (cf. Agustín, El Modo de Vida de la Iglesia Católica, Libro 1, Capitulo 5.8).  Por lo tanto, cuando los Padres de la Iglesia leyeron el Sermón del Monte, entendieron que era la respuesta de Jesús a esta misma pregunta, como lo demuestra su principio con los  pronunciamientos definidos por la felicidad, que conocemos como las bienaventuranzas.  Esta idea se pierde un poco en la tradición ya que la palabra que traducimos como bendito es la palabra Griega makarios que es tan adecuadamente traducida “feliz” como es traducida “bendita.”  Por lo tanto, debemos entender el Sermón  en el Monte como la guía de Jesús para la felicidad.

Ahora, si todo lo que se ha dicho antes es realmente el caso, cuando empezamos a leer el Evangelio de hoy y escuchemos a Jesús diciéndonos “No crean que he venido a suprimir la Ley o los profetas.  He venido, no para deshacer, sino para traer lo definitivo” (Mateo 5:17), nos confundimos  un poco.  La razón siendo que en una sociedad contemporánea, la palabra “ley” ha llegado a tener la misma connotación negativa que la palabra “moralidad” tiene.  En pocas palabras, ambas palabras nos dan la impresión que le impone restricción a nuestra libertad, lo que a la vez impide nuestra capacidad de buscar la felicidad.  Por lo tanto, hablar de la ley, moralidad y felicidad en la misma frase simplemente no tiene sentido para nosotros.  Sin embargo, esto es meramente una percepción errónea de nuestra parte, que se ha incorporado culturalmente dentro de nuestras sensibilidades por varias razones, pero esto no debe de ser el caso, como un par de puntos clave nos demuestra.

Primero, como Cristianos creemos en un Dios que es nuestro Creador.  Y así como cualquier creador emprende el acto de la creación con un propósito específico para lo que él o ella crea en su mente, así también lo hace nuestro Dios.  La Iglesia nos ensena que este propósito esta grabado en la misma tela de nuestra naturaleza.  Para una explicación de cómo funciona esto, podemos mirar a Santo Tomas de Aquino.  Aquino escribió que estamos ordenados a nuestro fin (i.e. Nuestro propósito) por “principios interiores,” que naturalmente nos ordenan o nos obligan  interiormente a buscarlo, algo asi como la manera en que los objetos magnéticos se atraen unos a los otros (Summa Theologiae, I-IIae Q. 1.6 & Q. 2.4),  porque naturalmente deseamos nuestra perfección que logramos alcanzando dicho fin/propósito (Summa Theologiae, I-IIae Q. 1.7).  Además, porque estamos creados a la imagen de Dios, Aquino creyó que nuestro fin, o nuestro propósito, fue bienaventuranza (observen el paralelo con el Sermón del Monte), que el identifico como una activa participación en nuestro sumo Bien, i.e. Dios (Summa Theologiae, I-IIae Q. 3.1).  Puesto sencillamente, hemos sido creados para una perfecta comunión con Dios, y el mismo tejido de nuestra naturaleza busca esta comunión, que nosotros, a su vez, experimentamos básicamente como deseo a la felicidad.

Por favor fíjense, que en esta discusión de nuestro fin/propósito, hemos estado discutiendo la manera en que las cosas han sido creadas de manera que están intrínsecamente constituidas de una manera muy particular por una razón particular.  La descripción de cómo se han creado las cosas para existir dentro de una estructura ontológica, (i.e. la estructura básica de la realidad), la Iglesia habla de ella como la ley eterna.  Ahora observen que dentro de este paradigma, la Ley no es un conjunto arbitrario de regulaciones impuestas por un ser más grande que la vida que conocemos como Dios, sino que es una descripción de la última realidad, o nos dice la manera en que las cosas realmente son y han sido creadas para ser.  Así, cuando oímos “ley” debemos entenderla como una declaración de la realidad.” La Iglesia cree que esta ley ha sido cosida en el tejido de todas las cosas, incluyendo a nosotros mismos, de tal manera que tenemos una comprensión natural de la misma interiormente y exteriormente a través del funcionamiento de nuestro intelecto, este entendimiento se describe como la ley natural.  Además de la ley natural, la Iglesia habla de otra porción de la ley eterna conocida como Ley Divina.  Esta es la parte de la Ley que se nos ha sido revelada y que normalmente asociamos con los Diez Mandamientos.  Es en este último tipo de ley que encontramos a Jesús comentando el día de hoy.

En el Evangelio de hoy, cuando Jesus habla de la Ley el usa cuatro versiones de Ustedes han escuchado lo que se dijo…pero yo digo’ (Mateo 5:21, 27, 31 y33), indicando que él ha venido para ampliar y a perfeccionar la ley que fue dada al pueblo de Israel como parte de su pacto con Dios como el menciona en nuestro Evangelio de hoy (Mateo 5:27).  Así, desde la perspectiva de Jesús, no solo no debemos estar irracionalmente enojados hasta el punto de insultarnos unos a otros (Mateo 5:21-22); no solo no debemos engañar a nuestros cónyuges, pero no debemos mirar a alguien con lujuria (Mateo 5:27-28); y no debemos buscar una salida a nuestros compromisos, como el matrimonio, sino que debemos permanecer fieles a nuestra palabra (Mateo 3:31-32, y 33-36).

Ahora, podemos fácilmente absorbernos  en todos los “no” en las palabras de Jesús este día, y nos iríamos sintiéndonos reganados, sin embargo, esto perdería totalmente el punto.  Observen lo que Jesús nos está diciendo.  A través de su expansión de la Ley, Jesús nos está exhortando a vivir las vidas que hemos sido creados para vivir, y que puede conducirnos a la verdadera felicidad y que el después resumirá en un comprensivo mandamiento, i.e. Amar a Dios con todos nuestro corazón, alma y mente y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (cf. Mateo 22:37-39).  Observen por favor que en este sumario la totalidad de nuestras vidas están implicadas, lo que indica que la ley tiene que ver con el tejido mismo de nuestra naturaleza como se mencionó anteriormente.  Así, la razón por la que Jesús amplia la Ley no es para hacer que nuestras vidas sean más onerosas y  más molestias, sino ¡para que podamos vivir la vida al máximo! Esta es precisamente la razón por la que Dios nos revela su ley, como se nos recuerda en nuestra primera lectura para hoy (Siracida 15:15).

Amigos míos, como la Luz de la Vida Jesús viene a revelarnos lo que significa vivir la vida al máximo.  Hoy lo hace revelándonos más detalles sobre cómo vivir una vida plenamente humana.  Jesús no está simplemente sugiriendo un paradigma ético, está haciendo una declaración de la realidad, y hoy Jesús nos dice que es solo viviendo de acuerdo con esta realidad que podemos llevar una vida plena y verdaderamente feliz.  Esto es lo que nuestro Dios desea más que nada para nosotros, la manera en que nos creó está configurada para funcionar de esta manera, y cuando hizo imposible que el orden natural funcionara a través del pecado, envió a su Hijo para salvarnos o recrearnos, reintegrándonos, por decirlo así, a esta estructura (cf. Juan 10:10).  Sin embargo, como nuestro Creador él sabe cuál es nuestro propósito, pero no nos obligara a vivir de tal manera.  En vez, tal como nos recuerda nuestra primera lectura, nosotros tenemos que escoger (Siracida 15:15-16), y al final esta elección es realmente una cuestión de si deseamos una felicidad verdadera y duradera que nos encuentra convirtiéndonos en todo lo que hemos sido creados para ser.  Si lo hacemos, los ojos de la fe nos permitirán a ver las palabras que Jesús nos dice hoy por lo que verdaderamente son, una porción del pronunciamiento por el cual el coció junto el universo cuando el Padre hablo y a través de él fue creado todo, su Palabra (Juan 1:1-3; Colosenses 1:16).

Su sirviente en Cristo,

Tony

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Subiendo la Escalera de la Beatitud

Cuarto domingo de Tiempo Ordinario: ciclo A

La Paz sea con Ustedes,

Este fin de semana nuestras lecturas nos invitan a regresar justo a donde dejamos nuestras lecciones sobre cómo debemos vivir en imitación del Cordero de Dios.  Pero primero vamos a recordar lo que hemos aprendido en los últimos dos domingos.  Para empezar hace dos semanas encontramos que como individuos creados a través del Hijo en imago Dei, encontramos que va de acuerdo con nuestra naturaleza responder al don de vida Eucarísticamente, i.e. con una disposición de acción de gracias hacia Aquel que nos ha dado la existencia.  En conjunción aprendimos que esta respuesta de acción de gracias le da eco al Cordero de Dios, quien supera la división del pecado y de la muerte por la ofrenda “este es mi cuerpo, entregado por ustedes,” tanto al Padre como a la familia humana, con el fin de reconciliar a ambos, actuando como puente metafísico entre las naturalezas dispares que atravesamos imitando la acción del Hijo.  Luego el pasado fin de semana encontramos que es por esta misma respuesta que simultáneamente entramos en comunión con nuestro Creador así siendo transformados  de la oscuridad de la división y de la muerte a la Luz de Vida y así convertirnos en redes vivientes proyectando la Luz de la Vida en la que participamos, al mundo caído con la esperanza de que todos puedan ser reunidos en la unidad de la gloria y la vida de Dios.  Hoy aprendemos como es que debemos de participar en esta transformación de nuestras vidas a fin de que cada vez podamos convertirnos más eficazmente en redes que atraigan al mundo a unidad con su Creador.

El cambio es difícil.  No les estoy diciendo nada de  lo que ya saben, pero piensen en esto por un segundo.  Recuerden la última vez que tuvieron que pasar por algún cambio de cualquier tipo.  Podría haber sido un cambio de residencia, posiblemente una movida muy lejos del lugar que llama su casa por mucho tiempo.  Quizás fue un cambio de empleo.  O quizás fue un intento a una resolución de Año Nuevo, que las estadísticas muestran que están en grave peligro de dejarse al lado alrededor del primer mes en el Año Nuevo.  En otras palabras, si ustedes hicieron alguna resolución de Año Nuevo, es más probable que no, que se darán por vencidos cualquiera de estos días.  Ahora, no estoy planteando todos estos ejemplos para ser un tremendo deprimente, sino para demostrar la declaración con la que comencé; el cambio es difícil.  ¿Por qué es eso?

Bueno, no voy a tratar de dar una respuesta científica o comprensiva a esa pregunta.  Sin embargo, voy a presentar un par de ideas que creo que contribuyen en gran medida a nuestra aparente incapacidad para hacer cambios, ya sea voluntariamente o con éxito o ambos.  Comencemos diciendo que muy a menudo la experiencia del cambio es diferente de nuestra planificación de la misma. ¿Por qué? Yo sugiero que porque naturalmente deseamos una vida de dinamismo, después de todo, somos por nuestra naturaleza hechos para participar en la vida dinámica de la fuerza que subyace toda la realidad, i.e. la vida Trina de nuestro Dios. Sin embargo, mientras que naturalmente tenemos sed de este dinamismo hay algo dentro de nosotros que parece desafiar naturalmente dicho dinamismo, deseando a permanecer en el mismo sitio, capaz de definirnos en un cierto título de profesión determinada, estatus económico, e incluso geográficamente, poniendo raíces y poseyendo una casa. Ahora, no estoy diciendo que estas cosas son malas en sí mismas, en vez mi enfoque esta en nuestro deseo de definirnos.  Fíjense en lo que realmente es esto, es un deseo de estancarse, de estar en un lugar y decir, “esto es quien yo soy, esta es mi identidad.” Pero observen lo que ha ocurrido aquí, al tratar de definirnos y a plantar una bandera en algún espacio metafísico, hemos hecho precisamente lo que Adán y Eva hicieron cuando llegaron a ese árbol y arrancaron la proverbial manzana, estamos buscando la existencia por nosotros mismos, definida como nosotros la definiríamos, y esto es antitético a la naturaleza dinámica para la cual hemos sido creados.

Vamos dando un paso más allá.  Muy a menudo cuando nos proponemos a cambiar, nos desilusionamos con la dificultad que nos enfrentamos en la realización de dicho cambio.  Pregúntenle a cualquiera persona que haya intentado a dejar de beber, fumar, o intento a abstenerse de esa deliciosa pieza de chocolate para cortar unos centímetros de su línea de cintura, el cambio no es tan simple como decir, “Si, yo puedo dejar de hacer eso.” En otras palabras, lo que ha pasado es que nos hemos sobreestimado. Coincidentemente esto es precisamente porque las personas en Alcohólicos Anónimos tienen un patrocinador y porque los expertos nos dicen que si realmente queremos lograr nuestras metas, es mucho más probable que lo hagamos si le decimos a alguien que nos pueda responsabilizar.  En breve, intentar a cambiar es la manera más rápida de llevarnos a la realidad, dándonos una visión realista de lo que estamos hechos.

Esto es precisamente lo que las lecturas para hoy nos llaman a entender.  Pero primero, tomemos un rápido paso hacia atrás para tomar nota de un detalle contenido en nuestra lectura del Evangelio de la semana pasada.  Allí nos dijeron que Jesús comenzó a predicar y a decir, “Renuncien a su mal camino, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mateo 4:17; mi traducción).  La palabra aquí traducida como arrepentimiento es la palabra Greca metanoeite, que literalmente significa cambiar de opinión. Hace dos semanas vimos que la actitud del Cordero de Dios, al cual estamos llamados a imitar, es de humilde obediencia (Filipenses 2:6), y es precisamente la humildad la que permite una actitud de arrepentimiento a la cual Jesús nos llamó la semana pasada y que se hacen destacar en nuestras lecturas de hoy.

La razón porque la humildad tiene la capacidad de transformar la manera en que vemos las cosas se ve en el significado literal de la palabra.  Humildad tiene sus raíces en la palabra Latina humus, que significa tierra o suelo.  Así, una actitud humilde nos da una visión realística de la realidad, comenzando por nosotros mismos y nuestra situación metafísica en la vida, una situación metafísica caracterizada por una completa dependencia de nuestro Creador para cada momento de nuestra existencia (Sabiduría 11:24-25), “El cuya palabra poderosa mantiene el universo” (Hebreos 1-3; cf. Colosenses 1:17).  Hoy, en nuestra lectura del Evangelio de Mateo, es esta misma Palabra por la que todas las cosas se mantienen en existencia que comienza su famoso Sermón del Monte con la proclamación de las bienaventuranzas.

Nuestra lectura del Evangelio comienza diciéndonos, “Jesús, al ver toda aquella muchedumbre, subió al monte. Se sentó, y sus discípulos se reunieron a su alrededor.  Entonces comenzó a hablar y les ensenaba diciendo…” (Mateo 5:1-2). Para nosotros esto parece ser una simple descripción de colocación, pero para los judíos las acciones descritas aquí son extremamente significativas.  Fíjense que se nos dice que primero ‘se sentó’ y luego ‘sus discípulos vinieron a él.’ ¿Por qué este orden de palabras en lugar de simplemente decir que sus discípulos estaban con él y les comenzó a enseñar? Porque en la cultura Judía, cuando los rabinos enseñaban, lo hacían sentados. Sin embargo, Jesús no está sentado en ninguna silla ordinaria, está sentado encima de una montaña.  Recordemos aquí que Tomas de Aquino describió la sabiduría como el alcance de Dios, o la vista desde la cima de la montaña, desde la cual se puede ver el orden de las cosas. Observen ahora la hermosa complejidad aquí. Tenemos la misma Palabra de Dios a través de la cual todas las cosas habían sido hechas y en las cuales todo se mantiene en existencia (Colosenses 1:16-17).  Aquel al que Pablo, y muchos Padres de la Iglesia después de él, identificarían como la misma Sabiduría de Dios (1 Corintios 1:24), físicamente ascendiendo al alcance de la sabiduría para ensenarnos.  Para estar seguro, lo siguiente tendrá mucho que decirnos sobre la realidad de cómo son las cosas.  Y el primer consejo que Jesús tiene para nosotros es ser humilde, como él dice “Felices los que tienen el espíritu del pobre” (Mateo 5:3).  Si recordamos la definición de la humildad, esto tiene todo el  sentido del mundo, porque teniendo una apropiada visión de nosotros mismos, i.e. sabiendo que toda nuestra existencia depende de Dios a cada segundo de cada día, nos coloca en una posición para comenzar a crecer más cerca de él.

San Agustín de Hipona leyó las bienaventuranzas como una receta para el desarrollo espiritual (El Sermón de nuestro Señor en el Monte, Libro 1, capitulo 4).  Por consiguiente, Agustín nos dice que las palabras “Felices los que tienen el espíritu del pobre,” indican que la “primera fuente de bienaventuranza es la humildad,” ya que hace posible cada etapa subsecuente.  Luego, Agustín identifica la mansedumbre con la piedad, que busca aprender todo lo que puede de las escrituras. La tercera etapa se caracteriza entonces por la comprensión, ya que aquellos que comprenden lo que hemos perdido al estar separados de Dios lloran por su estado actual.  Esta realización nos conduce a la siguiente de hambre y sed de justicia, mientras buscamos trascender nuestro estado actual y vivir de acuerdo con las bendiciones para las cuales fuimos creados.  Habiendo llegado a la quinta etapa, nos volvemos misericordiosos cuando buscamos a ayudar a otros que se han enredado a las dificultades de la vida, deseándoles que emprendan este viaje con nosotros.  Viviendo misericordiosamente nos hace puros de corazón, llevándonos así a la siguiente etapa en la que somos capaces de discernir más fácilmente entre el bien y el mal. “Finalmente, la séptima máxima es la sabiduría misma.  Es la contemplación de la verdad, haciendo al hombre completo pacifico, y asumiendo la semejanza de Dios” (ibid.). Viendo esto como el pináculo, Agustín vio la octava bienaventuranza como devolviéndonos al principio, porque “presenta y aprueba algo consumado y perfecto” (ibid.).

Amigos míos, hoy se nos llama a comenzar a subir la escalera de la bienaventuranza, y como se sube cualquiera otra escalera, requiere tener un pie firme en el escalón de abajo y concentrarse en el escalón de arriba, así es con nosotros a medida que tratamos de aumentar la intimidad que compartimos con nuestro Dios. Como la Encarnación nos ensena, hemos sido creados para compartir la misma vida de Dios, pero no podemos llegar allí basándonos en la fuerza de nuestra voluntad.  Si, el cambio es difícil, y transformarse de un pecador a un santo es la transformación más difícil que cualquiera de nosotros experimentaríamos.  Dentro de este proceso, la humildad que nuestro Dios nos dice que comencemos nos permite a ver dos cosas: “Para los hombre es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mateo 19:26).

Su sirviente en Cristo,

Tony

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El Regalo De Recreación

La Natividad Del Señor (La Navidad): 12-25-16

La semana pasada nos ofrecieron una oportunidad para retroceder y reflexionar sobre la realidad de que Dios tiene un plan en mente para la familia humana, y dentro de ese plan, un plan para cada persona por individual.  Si, eres llamado a tomar parte en la economía de la salvación trayendo la presencia de Dios al mundo y así traer a todos aquellos que te encuentres más cerca de él.  Este es un gran llamado, un llamado que simultáneamente encapsula y transciende cualquier otra tarea que emprendamos mientras viajamos  por esta peregrinación terrenal.  Tan grande es este llamado que todo lo que hacemos debe de ser dirigido a desempeñar nuestra parte en una esquema tan hermosa, intricadamente concebida por la Divina Providencia, porque esta es la manera en que Dios nos otorga la plenitud de nuestra dignidad como personas humanas, para que podamos participar en la redención del mundo restaurándola a la plenitud de la belleza, reconciliándola con el que  la había llamado a ser desde el principio.  Sin embargo, para que pudiéramos tomar parte en un esfuerzo tan augusto, era necesario que nosotros, la familia humana, fuera reconciliada a comunión con nuestro Creador.  Y así, hoy celebramos la Encarnación de la Palabra por medio de la cual se hicieron todas las cosas, quien se hizo uno de nosotros a fin de que pudiéramos hacernos uno con él, y así compartir en su obra de la salvación.

A lo largo de las últimas semanas, la Iglesia nos ha estado preparando para tomar parte en esta celebración, y lo hace porque se da cuenta de que como personas humanas, podemos ver el evento de la Navidad y tratarlo como un cumpleaños.  Que podamos sucumbir a tal idea es comprensible, porque de hecho, esto es lo que celebramos, el nacimiento de nuestro Señor.  Sin embargo, surgirán problemas si todo lo que tenemos en mente para hoy es la celebración del nacimiento de un niño que tuvo lugar en circunstancias extrañas.  Cuyo nacimiento fue predicho por los profetas y anunciado a su madre por el mensaje de un ángel; cuyo nacimiento tomo lugar en alguna cueva remota porque su madre y padre adoptivo eran viajeros pobres, y que fue puesto en un pesebre por falta de una camita adecuada, pues mientras estos detalles constituyen una gran historia, una historia con la capacidad de cautivar nuestra imaginación de tal manera que representamos los acontecimientos afuera y adentro de nuestros hogares, su conmemoración no cautiva por si mismo la profundidad del evento en si.

Por muchas razones, este día se celebra como muchos otros cumpleaños.  Primeramente, estamos conmemorando un nacimiento.  En segundo lugar, intercambiamos regalos de la manera que lo haríamos en otras celebraciones de cumpleaños (excepto que en este caso todos recibimos regalos). Y por último, como la mayoría de celebraciones de cumpleaños nos tomamos extra tiempo para sentarnos a una comida especial entre nosotros.  Sí, todos los detalles en la superficie hace que parezca que estamos celebrando un simple cumpleaños, sin embargo, si nos permitimos a permanecer en la superficie nos vamos a perder el regalo que se nos está ofreciendo.

Consideren por un momento, que se les coloca un paquete brillante en su regazo. Tiene todos los adornos, la cinta, un mono, y una tarjeta indicando que este regalo fue escogido especialmente para ti por alguien que se tomó el tiempo no solamente para comprar dicho regalo sino que también te lo presenta de una manera muy esplendida. Rápidamente desatas la cinta, colocas el mono en un lugar seguro con el fin de usarlo otra vez el próximo ano, y abres el paquete con la anticipación que sentías como cuando eras un niño y justo cuando jalas el ultimo pedazo de papel y el regalo está a plena vista, tu corazón se hunde, todo el regocijo que sentías hace solo un momento se ha evaporado al aire. ¿Por qué? Porque no tienes ni la menor idea de cómo usar lo que has encontrado adentro del paquete ni tienes el menor deseo de poseerlo. Por ejemplo, me podrían dar a mí un brillante nuevo conjunto de herramientas Veritas para carpintería, pero si no sé cómo usarlas, no voy a estar emocionado al recibirlas. Igualmente me podrían dar un nuevo juego de palos de golf Callaway, pero si no juego golf, para mí son tan buenos como una parada de puerta lujosa. El punto es, a pesar del dicho, cuando se trata del valor del regalo desde el punto de ver del receptor, el deseo de poseer un regalo es tan importante como el pensamiento del donante. Así es en la Navidad, si todo lo que esperamos recibir es una invitación a una fiesta de cumpleaños, eso es exactamente lo que obtendremos.

¡Dios tiene en mente a darte mucho más esta Navidad! Pero para que puedas recibir el regalo que desea darte en su plenitud, necesitas entender exactamente lo que te está dando y esto requiere una mirada dura en el espejo.  La Iglesia hace todo lo posible para forzar esta mirada en el espejo en su elección de lecturas para las diversas celebraciones litúrgicas que ocurren en vísperas de Navidad.  Por ejemplo, en la Misa de vigilia la primera lectura de la última parte de Isaías, proclama que las naciones verán la vindicación del pueblo de Dios, y ya no serán llamados “Abandonados” o “Desolados” (Isaías 61:4).  Similarmente, en la Misa durante la noche, la primera lectura que viene de la primera parte de Isaías clama “El pueblo de los que caminaban en la noche diviso una luz grande; los que habitaban el oscuro país de la muerte fueron iluminados (Isaías 9:1).  Así que debemos preguntarnos en que situación nos encontramos que debemos ser vindicados y en qué lugar de oscuridad habitamos que tal Luz tan esplendida transformara el paisaje.  Esto es precisamente donde entra la parte difícil, porque lo que estas lecturas nos están recordando es de la realidad del pecado.  Si, con el fin de verdaderamente apreciar el regalo que Dios desea darnos esta Navidad, primero debemos reconocer el hecho que a través del pecado nos hemos desconectado de la fuente de vida y de la felicidad, i. e. nos hemos separado de Dios.  Si no reconocemos esto, en realidad, hay muy poco que celebrar en la Navidad.  Porque verdaderamente la Navidad es un tiempo para que los pecadores se regocijen, y si no eres un pecador ¿de qué te regocijas?

Es con esta realidad en mente que en el ano 381 en esta misma ocasión, San Gregorio de Nazianzo proclamo al pueblo de Constantinopla: “Esta es nuestra fiesta, esto es lo que celebramos hoy: La venida de Dios a la raza humana para que podamos hacer nuestro camino a él, o regresar a él (para ponerlo más precisamente), para poder despojarnos de la vieja humanidad y ponernos la nueva humanidad, y que como hemos muerto en Adán,  poder vivir en Cristo” (Oration 38, 4).  Esta profunda realidad es lo que la Iglesia proclama en el Evangelio que selecciona para la Misa de la mañana el día de la Navidad.  Allí encontramos el prólogo famoso de Juan, que en el Evangelio de Juan sirve en lugar de una narración del nacimiento.  Esto es porque Juan esta menos interesado en los hechos históricos que rodean el nacimiento de Cristo y más centrado en la persona que está naciendo.  Así Juan proclama, “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios.  Él estaba ante Dios en el principio.  Por él se hizo todo, y nada llego a ser sin él.  Lo que fue hecho tenia vida en él, y para los hombres la vida era luz.  La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la impidieron…Y la Palabra se hizo carne, puso su tienda entre nosotros…” (Juan 1:1-5 y 14).  Vemos aquí que Juan se preocupa por darnos aquí algunos puntos clave.  Primero, la Palabra es Dios, y así, El que se ha hecho carne es también Dios.  En segundo lugar, como Dios, Juan lo conecta con la creación del mundo.  De hecho, es precisamente por eso que Juan usa “Palabra” para describir la persona de Jesús.  La palabra Griega que Juan está usando es “Logos,” que significa razón o acción creativa; un término usado por neoplatónicos en el mismo sentido metafísico que Juan lo está usando aquí para transmitir que Jesús es la misma acción creativa de Dios.  Por último, vemos que para Juan, decir que Jesús es la Palabra es al mismo tiempo decir que Jesús es la Luz de la vida, i. e. Él es el objeto propio de la razón, Aquel hacia el cual todas las mentes deben estar plenamente atentos a fin de vivir la vida a su plenitud.

Estos son temas que a menudo son usados por los Padres de la Iglesia cuando se habla de nuestra salvación. Por ejemplo, Agustín comentara sobre la Luz de la que habla Juan diciendo que es “la luz de las mentes racionales, que distinguen a los hombres de los animales y los hace precisamente hombres” (Sobre la Trinidad, Libro 4.3). Luego pasa a explicar que cuando Juan habla de la luz que supera la oscuridad, “la oscuridad es la mente tonta de los hombres, cegada por los deseos depravados y la incredulidad,” así, para fin “de curarlos y hacerlos bien la Palabra por la cual todas las cosas fueron hechas se hizo carne y habito entre nosotros” (Sobre la Trinidad, Libro 4.3 y 4). Así, lo que vemos en Juan y en los comentarios de Agustín, la conmemoración del nacimiento de Cristo necesariamente implica la celebración de nuestra salvación, los dos no pueden ser considerados exclusivos entre sí, porque cuando lo hacen, uno pierde su pleno significado.

Amigos míos, hoy celebramos el Amor de Dios que se Encarnó por nosotros. Pero solo cuando apreciemos plenamente que no somos todo lo que hemos sido creados para ser, podremos realmente comenzar a apreciar lo que Dios ha venido a lograr en la Encarnación y lo que es que celebramos este día; no celebrando lo que es nuestro, sino lo que pertenece Al que es nuestro- a nuestro Señor; no celebrando la debilidad, sino la curación; no celebrando esta creación, sino nuestra re-creación” (Gregorio de Nazianzus, Oration 38.4). Esta re-creación es precisamente el regalo que Dios desea darte este día porque “por naturaleza no somos Dios; por naturaleza somos hombres; por el pecado no somos justos. Así que Dios se convirtió en un hombre justo para interceder con Dios por el hombre pecador… Así que nos aplicó la similitud de su humanidad para quitar la disimilitud de nuestra iniquidad, y convirtiéndose en participante de nuestra mortalidad nos hizo participes de su divinidad” (Sobre la Trinidad 4.4). Hoy, Dios quiere llevarte y compartir contigo su vida misma, no te alejes de este regalo, ¡corre hacia el con toda tu mente, corazón, alma y fuerza con los brazos abiertos para que te envuelvas en el amoroso abrazo que te espera para encontrarte!

Rezando para que tú y los tuyos disfruten de una bendita temporada de Navidad,

Su sirviente en Cristo,

Tony

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La Venida de la Gloria de Dios

reign-of-godII Domingo de Adviento: 12-4-16

La Paz Sea Con Ustedes,

La semana pasada como comenzamos la temporada de Adviento, vimos que para estar verdaderamente preparados para darle la bienvenida a nuestro Salvador, debemos prepararnos para su venida viviendo de una manera que nos disponga a ser sus discípulos. Hacemos esto, como San Pablo nos recordó “poniéndonos la armadura de la luz” (Romanos 13:12).  Estas palabras tienen un par de connotaciones que son especialmente importantes para el mensaje que recibiremos hoy.  Primeramente, y lo más importante, nos recuerda el momento de nuestro bautismo, cuando fuimos reclamados para Jesucristo, y no solo fuimos hechos seguidores suyos, sino que también fuimos transformados y renovados a su semejanza porque como Él es la verdadera Luz del Mundo (Juan 8:12) nosotros también podamos llegar a ser luz en las tinieblas participando en Su Luz que es la Vida Misma (recuerden las palabras del Credo “Dios de Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de verdadero Dios…”).  En segundo lugar, y consecuentemente “ponernos la armadura de luz no quiere decir nada más que “ponernos a Jesucristo” permitiéndole vivir a través de nosotros como Pablo tan a menudo nos llama a hacerlo.  ¿Cuál es la “armadura de Luz?” En su carta a los Efesios Pablo lo describe como ‘el cinturón de la verdad, la coraza de la justicia, poner el Evangelio de la paz a nuestros pies (para que guie nuestros pasos), el escudo de la fe, el casco de la salvación, y la espada del Espíritu (Efesios 6:10-17).  Poniéndonos esta armadura, al mismo tiempo imitamos la vida del Salvador y nos armamos para tomar parte en lo que vimos a C.S. Lewis llamar “una gran campaña de sabotaje,” (Mere Christianity, 46), es decir, estableciendo el Reino de Dios aquí y ahora, como la oración que Jesús nos enseno nos llama a hacer (Venga Tu Reino…Mateo 6:10).  Como vamos a ver se puede notar este mismo tema este fin de semana, veremos que es precisamente la venida de Jesucristo lo que nos trae el equipo que necesitamos para tomar parte en tal esfuerzo.

El evangelio de este fin de semana usa lo que algunos pueden ver como las imágenes oscuras que encontramos el pasado fin de semana donde Jesús hablo “del ladrón en la noche” que viene cuando menos lo esperamos (Mateo 24:43). Irónicamente, vimos que este ladrón es, en realidad, Jesucristo mismo, que viene a liberar a la humanidad de las garras del pecado y de la muerte que es el dominio (casa) del Diablo.  Este fin de semana, este tipo de advertencia viene de él que preparo el camino del Señor (Mateo 3:3), Juan el Bautista. En el Evangelio de hoy, oímos que el Bautista advierte a los líderes religiosos de su día diciendo: ¡Raza de víboras! ¿Cómo van a pensar que escaparan del castigo que se les viene encima?’ (Mateo 3:7).  Eso no es exactamente lo que podríamos pensar como buenas noticias Navideñas, ¿verdad? Pero tal vez deberían ser, déjenme explicar.  Vemos a Juan el Bautista diciéndoles a los Fariseos y a los Saduceos que deberían dejar de confiar de su estado terrenal y que en su lugar “Muestren los frutos de una sincera conversión” (Mateo 3:8).  La razón por la cual las palabras de Juan son tan terminantes es que él se da cuenta de lo que está por suceder, el Salvador que Israel ha estado esperando está a punto de llegar y si la gente no cambia seriamente su manera de pensar el vendrá y se ira justo como Jesús nos advirtió la semana pasada, como un ladrón en la noche.  Este cambio de pensar requiere que la gente ‘se arrepienta’ para darse cuenta que se han desviado de la forma en que Dios los llamo a vivir, y es imperativo que lo hagan inmediatamente para que puedan reconocer a El que vendrá después de Juan, trayendo consigo un don radicalmente transformador de vida, el Espíritu Santo (Mateo 3:11).  El mensaje de Juan es tan desesperado y fuerte porque él sabe que para recibir este Regalo de Vida requiere que reconozcamos que estamos en necesidad de tal transformación.  Si por otra parte pensamos que todo está como debe de ser, no estaremos adecuadamente dispuestos a recibir el regalo que el Salvador viene a otorgarnos.  La pregunta para nosotros es la misma.  ¿Cómo vemos la venida de Cristo? ¿Qué anticipamos que será su efecto?

Fácilmente nos envolvemos en las hermosas luces que adornan las casas, arboles, cercas, y faroles.  Nos esforzamos desesperadamente por comprar ese último regalo (o muchos de ellos) para poder intercambiarlos en reuniones familiares y empresariales.  Todo esto se dice ser parte del “sentimiento de Navidad” que por sí mismo suena como una cosa buena.  Pero otra vez, cual es el “sentimiento de la Navidad?” ¿Para qué es que nos esforzamos tanto en preparar? Si el “sentimiento de la Navidad” es simplemente para sentir la alegría, la emoción que anticipamos cuando estamos con nuestros seres queridos y amigos, acompañado de la ligera alegría de desenvolver un paquete maravillosamente envuelto, entonces podemos estar seguros de que esta Navidad será como la última.  Muchos de nosotros nos miramos unos a otros y nos decimos, “¡Que pronto se pasó! ¿A dónde se fue el tiempo?” ¿Por qué es esto? Me supongo que es porque generalmente nada pasa en Navidad que valga la pena.  Yo sé, esas no son palabras agradables a oír, (y tal vez que se me ha pegado la ira de Juan el Bautista), pero escúchenme.  Jesús no quiere que esta Navidad, o cualquier otro día de nuestras vidas sea igual que el resto.  Dios no se hizo hombre para entrar y decir “hola” para recordarnos que todavía está allí cuidando de nosotros desde algún lugar lejano, para que la respuesta propia en Navidad sea decirle hola educadamente y seguir muestro camino alegre como si fuéramos conocidos pasando unos a otros en la banqueta; una experiencia olvidable que podríamos decirle a nuestras esposas y niños casualmente en conversación “adivinen a quien vi hoy…” antes de discutir las cosas verdaderamente importantes como las cuentas y las promociones. ¡NO! Como dirían los Padres de la Iglesia de una forma u otra, ¡Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios! Si usted leyó esto y no reviso lo que se escribió otra vez, hay un problema.  Si eso no le explota la mente y hasta suena un poco herético, entonces esta Navidad pasara sin que pase algo que verdaderamente valga la pena.  Si, Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios. ¿Cómo sucede esto? Compartiendo en la vida misma de Dios a través de Su Don del Espíritu Santo.

Esta es la razón por la que el Hijo de Dios vino al mundo.  El tomo una naturaleza humana para que al sanarla de  la oscuridad del pecado y de la muerte la recrearía, disponiéndonos una vez más para poder participar en la vida para la cual fuimos creados desde el principio.  En otras palabras, al unirse hipostáticamente a la naturaleza humana, el Hijo de Dios hace posible que la familia humana se incorpore a la intimidad de la Vida Trinitaria.  Somos incorporados a esta vida en el bautismo del que habla Juan en el Evangelio de hoy.  Es el mismo Espíritu Santo que nos permite participar de la vida de Dios, dado a  nosotros a través del Hijo.  El Espíritu Santo es el Don que Jesús nos vino a otorgar.  Por esta razón la profecía de Isaías para este fin de semana habla de lo que tradicionalmente llegaron a ser conocidos como los dones del Espíritu Santo.  Estos dones no son otra cosa que las cualidades de Cristo que se hacen nuestras cuando recibimos el Don del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, fortaleza, piedad y temor de Dios.  Estas cualidades son parte integrantes de nuestro propio desarrollo como creaturas marcadas con el imago Dei en el momento de nuestra formación porque llevan a su madurez la vida de Dios dentro de nosotros.  Por esta razón, al escribir sobre el Sermón en el Monte, San Agustín emparejaba cada don con una bienaventuranza y una petición del Padre Nuestro, y de manera similar, San Tomas de Aquino las emparejaba con lo que el llamo “las virtudes capitales.” San Agustín añadiría que vivir una vida de virtud es esforzarse por la felicidad, y que “si la virtud conduce a la vida feliz, entonces no definiría la virtud de otra manera más que como el perfecto amor de Dios” (El Camino de la Iglesia Católica, página 22), mientras que San Gregorio de Nyssa iría un paso más allá a decir que ‘Dios es virtud.’

Amigos míos, lo que Dios tiene en mente para nosotros esta Navidad es una transformación radical, lo que Él quiere, en definitiva, es hacernos como El mismo. Y Él sabe que no podemos hacer esto por nuestra propia cuenta.  Él sabe que la única manera de llegar a ser como Él es que El primero se haga como nosotros.  Este es el significado de la época Navideña, y la época de Advenimiento es la anticipación de esa transformación.  Pregúntate a ti mismo ¿Qué pasaría si realmente me transformara  esta Navidad? Es difícil imaginarse, y para ponerlo simplemente, si nos permitiéramos ser transformados por la llegada de Cristo esta navidad (y todos los días), pasarían cosas que nunca nos podríamos imaginar.  Si queremos empezar a imaginar cómo sería esto, podríamos considerar las palabras de San Pablo que nos exhorta a “vivir en buen acuerdo, según el espíritu de Cristo Jesús.  Entonces ustedes, como un mismo corazón y una sola voz, alabaran a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 15:5-6).  Es difícil de imaginar tal harmonía en nuestro mundo de hoy, sin embargo, esto es precisamente lo que Isaías representa en nuestra primera lectura también, escribiendo que cuando el a quien el Espíritu del Señor aparezca: El lobo habitara con el cordero, la puma se acostara junto al cabrito, el ternero comerá al lado del león, y un niño chiquito los cuidara…No cometerán el mal, ni dañaran a su prójimo en todo mi cerro santo, pues, como llenan las aguas el mar, se llenara la tierra del conocimiento de YAVE” (Isaías 11;6 Y 9).  Tal imagen, aunque increíble, es solo la punta del iceberg cuando se trata de lo que el poder de Dios puede hacer en nuestras vidas si lo dejamos.  Esta temporada, Dios desea mostrarle al mundo Su gloria, y ¡El desea demostrar Su gloria a través de ti! Porque la gloria de Dios es una persona humana viviente; y la vida de la persona humana consiste en contemplar a Dios” (San Ireneo, Contra las Herejías, BK 4.20.7).  El Hijo de Dios viene esta Navidad, ¿Lo contemplaras y aceptaras el Regalo de Su Vida, o le pasaras como a una persona común que encuentras en la banqueta?  Tu respuesta hará toda la diferencia en el mundo, no solo para ti, ¡sino que para todos con los que te encuentres!

Su sirviente en Cristo,

Tony

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El Rey de Corazones

pantocratorLa Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo: 11-20-16

La Paz Sea Con Ustedes,

Durante los últimos dos fines de semana hemos estado discutiendo como es que la salvación que ha sido ganada para nosotros por Jesucristo, y que será experimentada en su plenitud al fin de los tiempos, también se puede vivir y experimentar comenzando aquí y ahora.  Hemos visto que es en vivir una vida de obediencia amorosa a Dios, en unión con y con la ayuda-agraciada de nuestro Salvador Jesucristo que esta clase de vida es posible vivir.  Tan difícil como esta idea es de comprender mentalmente, es más difícil de llevar a cabo en práctica por muchas razones desde la influencia de la sociedad hasta nuestra tendencia a colocarnos al centro de nuestras vidas y hacer de nuestros intereses el bien supremo al que dedicamos todos nuestros esfuerzos.  Es por esta razón que, habiéndonos alertado al hecho de que por nuestra misma naturaleza somos criaturas de amor desinteresado, la  Iglesia nos recuerda de quien es que recibimos tanto nuestro principio como a quien es que luchamos para alcanzar al final.

Tristemente, como una sociedad actualmente nos enfrentamos con las dificultades de división tanto a nivel nacional como internacional.  Mientras que esto no es nada nuevo a la historia de la civilización humana, la rapidez y la facilidad con la que nos condenamos unos a otros a través de los medios de comunicación sociales lo es, y esto es algo que se debe lamentar.  Un instrumento que podría servir como un medio para reunirnos en dialogo constructivo se utiliza como medio de destrucción.  Hoy en día es una hazaña si pasan unas pocas horas de nuestro día sin ser testigos o partidarios de un discurso público que tiene como objetivo nada más que derribar al prójimo.  ¿Por qué? ¿Qué ganamos con esto? ¿Qué victoria hay en la discordia? ¿Por qué encontramos tan difícil escucharnos unos a otros? La razón por la que perseguimos este camino que no nos lleva a ninguna parte es que no tenemos absolutamente ninguna idea de la razón por qué estamos aquí (ni siquiera nos hacemos esta pregunta ya), mucho menos a donde es que vamos.  En lugar de tomar el tiempo para darnos cuenta de que por nuestra naturaleza tenemos un objetivo común, nos miramos a nosotros mismos para ver qué es lo más agradable para nosotros en cualquier momento.  Este quebramiento es precisamente la razón por la que la fiesta de hoy nos puede servir como un bello propósito curativo despertándoos a la realidad que a pesar de lo que se trate la corriente conversación publica, por nuestra propia naturaleza, estamos destinados para algo radicalmente diferente.

Hoy, la Iglesia celebra La Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, una celebración que fue instituida en 1925 por el Papa Pio XI.  Mirando el documento que instituyo la celebración, es interesante notar que las razones dadas para tal celebración son tan aplicables hoy como lo fueron hace 91 anos.  Es bastante obvio al leer el documento que la Iglesia estaba mirando alrededor y viendo muchas de las mismas cosas que vemos hoy, incluyendo líderes de naciones que parecían tener sus propios intereses en mente en lugar de servir a la gente bien.  Viendo esto, el Papa quiso recordarle a la gente un par de cosas.  En primer lugar, a pesar de lo que los líderes piensen de sí mismos, de hecho no tienen autoridad absoluta sobre las vidas de las personas que gobiernan o incluso ni de sus propias vidas para prescindir de ellas como ellos deseen.  En cambio, el Papa deseo recordarles que no había “ninguna diferencia en este asunto entre el individuo y la familia o el estado; porque todos los hombres, ya sea colectivamente o individualmente, están bajo el dominio de Cristo” (Quas Primas 18).  Además, les recordó a los líderes que una nación es feliz cuando su pueblo vive en concordancia entre sí, y afirmo que solo Jesucristo es el “autor de la felicidad y verdadera prosperidad para cada hombre y para cada nación,” y por lo tanto si los gobernantes de las naciones desean preservar su autoridad, promover y aumentar la prosperidad de sus países, no descuidaran el deber público de dar reverencia y obediencia a la regla de Cristo” (ibid).  Lo que el Papa reconoció aquí y de lo que aún no se da cuenta la sociedad en general es que solamente reconociendo el orden de las cosas creadas y aprendiendo a ver la belleza en ellas podremos encontrar la paz como una sociedad.  Este proceso de reconocimiento comienza con la humildad; una humildad que reconoce a Cristo como Rey del Universo.  ¿Por qué? Porque él lo hizo, y lo hizo con cierta orden de belleza que solo puede ser realizada cuando toda la creación lo busque juntos.

Ahora, me doy cuenta de que como miembros de una sociedad post-moderna, casi instintivamente nos encojemos ante la idea de que hay un poder superior en nuestras vidas que nosotros mismos.  Lo que es gracioso es que nosotros parecemos pensar que fue por miles de años de experiencia e investigación que hemos llegado a esta conclusión, pero una lectura casual de Génesis 2 les dirá que la familia humana ha buscado erróneamente esto desde que caminamos en la tierra por primera vez.  Estaba equivocado entonces y está equivocado ahora, y la razón por la que cometemos este error es que no reconocemos que clase de rey es que vivimos bajo de su autoridad.  Así que la pregunta es, ¿Qué clase de rey es Jesucristo? En Quas Primas, El Papa Pio XI escribe que ‘Jesucristo es el Rey de los Corazones’ (p. 7), y como nuestro Evangelio de hoy nos señala, el reina desde el trono de la cruz.  El hace la cruz su trono por una razón y una sola razón, y es que es precisamente la cruz que de una manera como ninguna otra tiene la capacidad de demostrar la profundidad y amplitud de su perfecto amor.

Además de la Solemnidad que celebramos hoy, también celebramos el fin del Jubileo del Ano de Misericordia proclamado por El Papa Francisco, y la primera línea del documento que proclama este Jubileo añade a nuestra comprensión del tipo de Rey que es Jesucristo.  El Papa Francisco comienza el documento Misericordiae Vultus escribiendo que “Jesucristo es el Rostro de la misericordia del Padre,” y rápidamente añade que por sus palabras, sus acciones y toda su persona, Jesucristo revela la misericordia de Dios. (p.1). ¿Qué es la misericordia de Dios? Sencillamente la misericordia de Dios es el Amor que es Dios mirando al pecador.  Si, Jesucristo revela algo de la naturaleza de Dios que es tan asombrosa y extraordinaria que ni siquiera habríamos imaginado o esperado si no hubiese sido revelado por el Hijo de Dios Encarnado.  Eso es, como San Gregorio de Nyssa dice, “el amor del hombre es una marca propia de la naturaleza divina…” (Discurso sobre la Instrucción Religiosa, p. 15); en otras palabras, Dios, por su propia naturaleza, es filantrópico, amante de la familia humana.  Y el deseo tanto demostrar su amor para la familia humana que estuvo dispuesto a hacer cualquier cosa, incluso ir hasta el extremo de experimentar una muerte trágica y horrible para que al mirarle seamos motivados a amarle de regreso.  Pues como San Agustín escribe, “no hay nada que invita el amor de otra persona más que tomar la iniciativa de amar…” (De catechizandis rudibus, 4,7).  Esto es precisamente lo que vemos experimentado por el ladrón crucificado al lado de Jesús en nuestra lectura del Evangelio de hoy.  Habiendo sido agraciado con un asiento en la primera fila para ver el misterio de la salvación, el ladrón reconoce tres cosas que son clave.  La primera no podemos ver y es lo que se acaba de explicar; i.e. mirando a Jesucristo, el ladrón fue despertado al amor que es Dios.  En segundo lugar, el ladrón quiere responder de la misma manera pero porque ahora ve lo que el amor verdadero es, se da cuenta de lo corto que ha estado a vivir una vida de amor y siente que no es capaz de amarle a cambio.  Es por este reconocimiento de haber fracasado en amar, que le dice al otro crucificado con ellos: “¿No temes a Dios tú, que estas en el mismo suplicio? Nosotros lo hemos merecido y pagamos por lo que hemos hecho, pero este no ha hecho nada malo” (Lucas 23:40-42).  Finalmente, este hombre sabe que debe amar, pero que no puede hacerlo sin ser amado primero, y así dice “Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino” (Lucas 23:42).  En este hombre vemos el poderoso impacto que Dios desea tener en todos los corazones al haberse levantado como el signo del amor de Dios ante el mundo entero.

Amigos míos, ¡este es el maravilloso acto de amor que celebramos este día! Porque tenemos un Rey que desea no ser servido, sino servir (Mateo 20:28 y Marcos 10”45); un Rey que dio su vida por amor a nosotros (Juan 15:13); un amor que desea la vida en plenitud para aquellos que son amados (Juan 10:10); y un Rey que como Creador sabe que la verdadera libertad solo se puede tener viviendo una vida de amor (Gálatas 5:13-14).  Y así hoy, la Iglesia sostiene ante el mundo entero el rostro de la misericordia de Dios, Jesucristo, y lo proclama Rey del Universo, no para que temblemos ante el con temor, sino que al mirar el rostro del Rey de los Corazones, nuestros corazones sean motivados a amarlo en cambio, y amándolo a el amarnos unos a otros.  Haciéndolo así, atendemos a las necesidades de hoy, y al mismo tiempo proveemos un excelente remedio para la peste que ahora infecta a la sociedad’ (Quas Primas, 24).  Por cada vez que elegimos responder al Amor en amor, nos movemos un paso más cerca a realizar el reino que Jesucristo vino a proclamar (Marcos 1:15).

Su sirviente en Cristo,

Tony

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Una Vida De Verdadera Alegría

joy-2XXXII Domingo ordinario: 11-6-16

La Paz Sea Con Ustedes,

La instrucción que hemos estado recibiendo acerca de cómo es que debemos de cultivar la bondad de nuestro índole llego a su culminación el pasado fin de semana en la historia de Zaqueo.  La razón por esto es que, como vimos, de cierta manera, la historia de Zaqueo es también nuestra historia.  Al igual que Zaqueo todos luchamos para mantenernos por encima de las distracciones de la multitud a fin de mantenernos enfocados en lo único que realmente importa y en lo único que puede traernos la felicidad, nuestro Dios.  Ya que existimos en un mundo caído, a todos nos falla y quedamos cortos de alcanzar la marca de vez en cuando, todos pecamos permitiendo que otras cosas o personas se interpongan entre nosotros y nuestro Creador, y a la medida en que permitimos que esto suceda, no experimentamos la vida al máximo.  Esto fue ejemplificado cuando Zaqueo cedía a la tentación de tomar ventaja de su posición como recaudador de impuestos para aprovecharse de sus vecinos de vez en cuando. Sin embargo, con todas sus faltas, las Escrituras otorgan a este hombre un nombre que indica la pureza.  La razón por esto, como vimos, es que aunque caído, Zaqueo quería más que nada superar a la multitud apara poder ver a su Dios, en otras palabras, al menos en ese momento, su deseo era puro, era puro de corazón, y sus deseo fue satisfecho en alineación con la promesa de nuestro Señor (Mateo 5:8).  De hecho, como nuestro Señor les dijo a los que estaban en la escena, “Hoy ha llegado la salvación a esta casa…(Lucas 19:9), la salvación no era otra cosa más que ver a Dios y estar en perfecta relación con El, y con todos los demás, como se ejemplifico en la disposición de Zaqueo al querer arreglar las cosas con los que se había aprovechado (Lucas19:8), pues como ya sabemos, estos dos tipos de relaciones no se pueden separar (Mateo 25:40 y 45).  Este fin de semana, continuamos explorando el tema de la salvación y lo que significa para nosotros ser salvados.

En términos cristianos, la salvación consiste de estar en perfecta comunión con Dios. Esto ocurre, por supuesto, a través de la muerte, resurrección y asunción de Jesucristo, Quien, como verdadero Dios y verdadero hombre, reconcilio a toda la creación con Dios dentro de Su misma Persona, ‘haciendo la paz a través de la sangre de la cruz’ (Colosos 1:20), como nos lo dice San Pablo.  Esto es muy a menudo donde nuestra comprensión de la salvación se pone un poco borrosa.  Para por un momento y pregúntate ¿Cómo experimento yo la salvación? ¿Cómo relaciono el sacrificio de amor realizado en la cruz? Para muchos de nosotros, la cruz nos parece algo muy distante, algo que tuvo lugar hace dos mil años, y aquí radica el problema cuando pensamos de la salvación.  Debido a los acontecimientos históricos que afectaron nuestra salvación (i.e. la vida, muerte resurrección, y ascensión de Jesucristo) ocurrieron hace muchos años, casi inmediatamente colocamos nuestra salvación en algún lugar en el futuro improvisto, como algo que ocurre cuando morimos.  Esto es problemático ya que esto nos empuja a concebir de la salvación como algo que hay que esperar en lugar de perseguir activamente, y en vez necesariamente nos priva de alguna experiencia concreta de salvación.  Esto es triste y equivocado, como vemos en las palabras que Jesús le dijo a Zaqueo en el Evangelio del pasado domingo.  Miren lo que nuestro Salvador le dice, “Zaqueo, baja en seguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa,” (Lucas 19:5) y después le dice a la multitud, “Hoy ha llegado la salvación a esta casa…” (Lucas 19:9).  Hoy es el día de la salvación, no mañana, no en diez, veinte, treinta, o en cien años, ¡HOY! ¿Por qué? Porque Zaqueo se ha reunido hoy con Jesús, y así es también con nosotros cuando encontramos a nuestro salvador por el camino que viajamos.  Ahora, seguro que nuestra salvación no está completa en esta vida, sino que será perfeccionada  en la vida venidera, como lo ha dicho nuestro Señor cuando menciona la resurrección que tendrá lugar en la era venidera cuando ya no habrá muerte’ (Lucas 20:35 y 36), una era en la que nada puede separarnos de Dios, ni por un solo instante.  Por lo tanto, existe una tención aquí, estamos en un estado de “ahora, pero aún no.” En otras palabras, experimentamos la salvación hoy, pero todavía no está completa. Y así es que nos enfocamos en la resurrección en nuestras lecturas para este día.  Debe quedar claro que no experimentamos la plenitud de la salvación a este lado de la eternidad, pero también debemos aclarar que somos capaces en algún sentido y a cierto grado  poder experimentar la salvación aquí y ahora.  La pregunta es ¿Cómo?

En su obra, De Trinita te, San Agustín habla del impacto de la muerte y resurrección de Cristo en términos de una proporción de 1:2.  Como continua a explicar, la única muerte de Jesús se relaciona con nuestra doble muerte, primero con respecto al alma y en segundo lugar con respecto a la muerte del cuerpo.  Igualmente se relaciona la única resurrección de Jesús a nuestra doble resurrección, primero con respecto al alma, que en cierto sentido al unirse a la espiritualidad cristiana ya experimenta la resurrección al unirse a El Quien ya está sentado a la mano derecha del Padre, y en segundo lugar, con respecto al cuerpo el cual en la era venidera ya no experimentara la muerte (De Trinita te, libro 4.5-6; cf. Lucas 20:34-36).  Por lo tanto lo que Agustín nos ayuda a ver es que en Cristo, ya hemos experimentado la muerte y la resurrección en las aguas del bautismo.  Entrando en el agua morimos con Cristo, y saliendo, resucitamos a una nueva vida con El cómo lo describe Pablo (Colosenses 2:12).  Ahora, sabiendo esto, sería una tontería pensar que esta vida que vivimos tiene que permanecer completamente escondida hasta el día que tomemos nuestro último aliento, porque si este fuera el caso, ¿qué clase de vida sería? Este no debe ser el caso, porque nuestro Dios, es un Dios de vida y todos están vivos para El (Lucas 20:38).  Por lo tanto, experimentamos una vida resucitada aquí y ahora a la medida que vivimos unidos a nuestro Dios.  La forma en la que hacemos esto es viviendo una vida de virtud en la cual el amor tiene una primacía de lugar.  Es al cultivar una vida de virtud que podremos ordenar nuestros amores correctamente, y esto nos acerca cada vez más a cumplir el doble mandamiento de amor de Dios y amor al prójimo (Lucas 10:27 y Mateo 22:37-39).

Amigos míos, nuestro Dios no nos pide que nos esperemos para experimentar de la alegría de la salvación, más bien, llamándonos a imitar el amor que Él tiene para nosotros, nos llama de inmediato al gozo de la resurrección.  Seguro que vivir de tal manera es difícil, y no podemos vivir de tal manera solos, este es el punto.  Para vivir de tal manera debemos buscar la unidad con Dios, Quien en turno nos habilita para poder crecer en tal estilo de vida.  Por esta razón San Pablo reza por los Tesalonicenses “Que los anime el propio Cristo Jesús, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado dándonos en su misericordia un consuelo eterno y una esperanza feliz.  Él les dará el consuelo interior y los hará progresar en todo bien de palabra o de obra” (2Tesalonicenses 2:16-17).  Fíjense por favor, que la gracia de la que habla Pablo la cual recibimos de Cristo es para fortalecernos por cada buena acción y palabra.  En otras palabras la gracia que recibimos nos permite vivir una vida llena de amor con cada palabra que decimos y cada acto que hacemos.  De esta manera no necesitamos esperar hasta el día que morimos para experimentar la vida y la alegría de la resurrección, sino que permitiendo que la gracia de Dios nos penetre, le permitimos a Él a que viva en y a través de nosotros permitiéndonos experimentar el amor y la alegría de la salvación, y también así poder compartir ese amor y alegría con otros para que ellos también puedan experimentarlos ¡HOY MISMO!

Su sirviente en Cristo,

Tony

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Un Vistazo A La Felicidad

sycamoreXXXI Domingo Ordinario: 10-30-16

La paz sea con Ustedes,

El pasado fin de semana, en la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos, vimos que podemos hacer lo que Dios nos llama a hacer, i.e. perdonar, ser generosos, etc., y todavía estar lejos de quien es que se nos llama a ser, si lo hacemos por las razones equivocadas.  Es decir, si vivimos el tipo de vida que la Biblia nos indica a fin de edificarnos tanto en nuestra mente como en la mente de los demás, entonces nos hemos alejado del camino que se nos ha llamado a seguir.  Vimos esto en la vida del fariseo, quien estaba más interesado en hacerle saber a Dios y a todos los demás lo grande que era en vez de verdaderamente tratar de cultivar una relación con Dios.  A cambio, vimos que lo que se requiere para mantener una relación con Dios es la humildad, ya que solo la humildad nos da la perspectiva correcta, i.e. que somos totalmente dependientes de Dios para todo lo que somos y tenemos.  Este fin de semana, encontramos un ejemplo de lo que puede suceder si nos acercamos a Dios con la actitud correcta en nuestros corazones.

¿Qué es lo que tú deseas? ¿Qué realmente quieres más que alguna otra cosa? Experimentamos toda una serie de deseos a lo largo de nuestro día; tenemos hambre y deseamos comer, nos cansamos y deseamos dormir, vemos un anuncio para el ultimo smart phone y deseamos los medios para obtener uno, nuestro favorito equipo deportivo va a jugar esta noche y deseamos ver el partido, vemos que un trabajo se abrió en la empresa para la que trabajamos y deseamos esa promoción.  La lista podría seguir y seguir y seguir. Dicho simplemente, somos creaturas de deseo; y esto de sí mismo no es malo; muy a menudo las cosas que deseamos son naturales y simplemente nos ayudan a sobrevivir, así como los deseos de comer y de descansar lo muestran. Pero al final, debe haber algo que nos obliga a seguir adelante, debe haber un deseo que triunfa sobre todos los otros y los dirige. La pregunta es ¿Qué es ese deseo?

Una y otra vez en sus obras, San Agustín sostiene la proposición de que el último deseo de todo ser humano es la felicidad. El escribe: “Ciertamente todos deseamos vivir felices. No hay ningún ser humano que no asentiría a este discurso casi antes de que se pronunciara” (El Modo de Vida de la Iglesia Católica, p.4). Yo sugeriría que esto no es menos el caso hoy de lo que era hace 1600 años cuando Agustín escribió estas palabras. Me pareció que este era el caso cuando tuve el privilegio de servir como un ministro de jóvenes y adultos jóvenes. Si se les pregunta a los jóvenes de hoy en día que es lo que desean, más a menudo que no, ellos dicen directamente que desean ser felices. ¡Y esto es una cosa buena! La tradición cristiana sostiene que fuimos creados para ser felices, y que esto es al final el propósito de la vida cristiana, obtener la felicidad. Sin embargo, esta tradición sostiene que, mientras que es perfectamente natural y bueno querer ser feliz, solo hay una manera de ser verdaderamente feliz. Así contrariamente a la creencia popular, sus enseñanzas tienen la intención de llevarnos a la vida feliz. La pregunta es entonces, ¿Cómo es que podemos ser felices? En el Evangelio de hoy, se nos presenta una figura muy interesante llamado Zaqueo. Se nos dice que Zaqueo era un recaudador de impuestos, y como vimos la semana pasada, y como el mismo Zaqueo parece sugerir en nuestro mensaje del Evangelio para este fin de semana, la tentación estaba allí para que el aprovechara de su posición, cobrando mas de la cantidad requerida para “llenar sus bolsillos” por decirlo así. Esto lo hizo como a todos los recaudadores de impuestos de su tiempo, un objeto de burla, como vemos afirmado en la historia de hoy (Lucas 19:7). ¿Por qué existe esta tentación? Si asumimos que ultimadamente todos deseamos ser felices, se entiende que Zaqueo o cualquiera persona que se entrega a la tentación de abusar su posición para beneficio personal, lo hacen porque creen, aunque falsamente, que al hacerlo les traerá más felicidad. Así vemos que como el resto de nosotros, Zaqueo es susceptible de sucumbir a la tentación de vez en cuando, y que tiene sus luchas en la vida, entre estas luchas, se nos dice que era de “poca estatura” (Lucas 19:3). Si, la razón por la cual Zaqueo fue famoso es porque era un hombre bajo. Si han escuchado la canción cantada acerca de el por la historieta popular de niños, Veggietales, nos dicen que “Zaqueo era un pequeño hombre y un hombre pequeño era el,” una y otra vez y en el video, nos incitan signos en varios idiomas afirmando lo mismo. ¿Por qué todo este énfasis en la estatura de Zaqueo como un hombre desafiado verticalmente?

La tradición cristiana sostiene que nuestro único Objeto de la felicidad y nuestro verdadero Bien, es Dios, y aparte de Él, no podemos ser verdaderamente felices. Además, como vemos en nuestra primera lectura de hoy del Libro de Sabiduría, La tradición Cristiana sostiene que solo Dios ha creado todas las cosas, pero que continuamente las mantiene en existencia pos Su presencia inmediata (Sabiduría 11:24-12:1). Si estas enseñanzas son verdaderas, parece que no deberíamos tener ningún problema para ser feliz, porque deberíamos ser capaces de ver nuestro Objeto de felicidad a nuestro alrededor, y tener profundo placer en eso. Sin embargo, el índice la depresión y el suicidio siguen aumentando en nuestro mundo. Y ¿Quién entre nosotros no sufre de tristeza o ansiedad de vez en cuando? ¿Cuál es el problema? El problema es que, como Zaqueo, todos estamos desafiados verticalmente.

Demos un vistazo a la lectura del Evangelio nuevamente. ¿Por qué se nos dice que Zaqueo era corto de estatura? La multitud que lo rodeaba le impedía a ver a Jesús, el objeto de su deseo, y así es con todos nosotros. Si, nuestro Dios, el Objeto de nuestra felicidad impregna nuestro mundo en cada cosa que vive y respira, y sin embargo, estamos tan distraídos por falsos objetos de felicidad que no reconocemos Su presencia, y así fallamos al no poner nuestras esperanzas en la Única cosa que puede hacernos verdaderamente felices. Esta es la razón por la que Zaqueo se nos presenta como un ejemplo para nosotros este día. El nombre Zaqueo significa “limpio” o “puro” en Hebreo. Si, con todo y sus faltas, su propio nombre nos sugiere que este hombre estaba limpio o puro, ¿Cómo puede ser esto? La pureza de Zaqueo estaba en su deseo. Si, cayo una y otra vez, se quedó corto de lo que es vivir una vida verdaderamente humana, en breve, pecó, al igual que todos nosotros. Pero esto no cambia el hecho de que últimamente, Zaqueo tenía su único objeto de deseo en su Dios. Es por eso que subió a ese árbol para ver a Jesús, él sabía que tenía que pasar por encima de la multitud y por encima del ruido de la multitud a su alrededor si iba a poder ver bien a Jesús y a encontrarlo. En otras palabras, Zaqueo fue motivado por fe, fe que independientemente de lo que decía la multitud, el necesitaba llegar a Jesús, y la suprema ironía de la historia, como llegamos a aprender, es que ¡Jesús lo estaba buscando a él! Imagínate sentado en ese árbol. Todo lo que quieres es ver a Jesús, solo para poner los ojos en Él por un segundo, y en lugar de pasar, ¡Él camina directamente a ti y te dice que te bajes porque va a cenar contigo!

Amigos míos, ¡esta es nuestra historia! Pasamos tanto tiempo y esfuerzo tratando de encontrar la felicidad y todo el tiempo, ¡nuestro Dios nos está buscando para darnos lo que anhelamos más que cualquier otra cosa! No debe pasar desapercibido por nosotros que este encuentro toma lugar en un árbol. Fue un árbol en el cual Adán y Eva se metieron y nos metieron en la difícil situación a la que nos enfrentamos (Génisis 3:1-24), y fue un árbol que nuestro Salvador subió para liberarnos de todo lo que nos inquieta reuniéndonos con Dios (Juan 3:14-15). Todos tenemos nuestros individuales árboles que subir, nuestras cruces que cargar, y el mensaje que nuestro Dios tiene para nosotros este día es que si nos mantenemos enfocados en El, podemos estar seguros de que El “lleve a efecto sus buenos propósitos, haciendo que su fue sea activa y eficiente. De ese modo el nombre de Jesús, nuestro Señor, será glorificado a través de ustedes y ustedes lo serán en él, por gracia de nuestro Dios y de Cristo Jesús, el Señor (2 Tesalonicenses 1:11-12). Al fin de los Veggietales, la canción de Zaqueo nos dice que Zaqueo era un “hombrecito feliz” porque vio al Señor ese día. El vio al Señor ese día porque actuó sobre la fe, ignorando las distracciones del mundo que le rodeaban. Hoy, no corras de los desafíos que enfrentas, sino que enfréntalos de frente con fe, sabiendo que nuestro Dios te encontrará allí y te dará la gracia necesaria para superarlos. Y al hacerlo, permites que la fe haga lo que está destinada a hacer, que es darte una experiencia real de lo que tu anhelas aquí y ahora, la verdadera felicidad.

Su sirviente en Cristo,

Tony

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La Alegría de la Oración

joyXXIX Domingo Ordinario: 10-16-16

La Pas Sea Con Ustedes,

La semana pasada fuimos exhortados a vivir con actitud de gratitud, estando siempre agradecidos por el regalo de vida que Dios nos concede (Hechos 17:28).  Encontramos ejemplos de esta actitud de gratitud en Naamán el leproso en nuestra primera lectura del Segundo libro de Reyes, y en el Samaritano leproso en la historia del Evangelio.  Este domingo, se nos da cierta dirección en cuanto a cómo es que podemos vivir con este tipo de visión de la vida, que nos asegura a permanecer cerca de nuestra fuente de la vida.

La comunicación es la fundación de toda relación.  Compañías como Hallmark, AT & T, Twitter y Facebook, han construido sus empresas sobre la base de este aspecto fundamental de la vida humana.  En breve, nos damos cuenta que si queremos mantener las relaciones con los demás, la comunicación debe de llevarse a cabo.  El agüe de las redes sociales da evidencia al hecho que, como seres humanos, sentimos la necesidad de comunicarnos, de compartir todo, desde ideas (algunas buenas, otras no tan buenas), hasta los sentimientos.  Esto es una cosa buena, ya que la comunicación  conduce a mayor comprensión mutua.  Consideremos las amistades que se desarrollan  entre nosotros, se forman sobre el tiempo y crecen a medida que nos conocemos más profundamente.  En breve, comunicarnos es una función de nuestra humanidad, una humanidad que solo puede ser vivida al máximo en comunión con Dios.  Esta comprensión de lo que somos el la base de nuestras lecturas de hoy.

En nuestra primera lectura de hoy encontramos al pueblo de Israel en camino a la tierra prometida, y como van, se encuentran con los ejércitos de Amalec, los cuales intentan a impedirles su viaje.  Esta es una buena metáfora para nuestra jornada en la fe.  A veces, encontraremos cosas que nos impiden a acercarnos mas cerca de Dios; algunas veces estos impedimentos son más grandes, a veces más pequeños.  Sin embargo, cualquiera que sea el grado de la dificultad, Moisés nos proporciona una buena respuesta.  Encontramos a Moisés en camino a la cima de una colina como el ejército de Israel se dispone a comenzar la batalla (Éxodo 17:10).  Hablando bíblicamente, encuentros con Dios muy a menudo ocurren en lugares con gran altitud, e.g. el episodio de la zarza ardiente (Éxodo 3); La profecía de Isaías con respecto a todas las naciones que se unen para adorar en la montaña santa de Dios (Isaías 2:2-4); y la Transfiguración (Mateo 17:1-9, Marcos 9:2-8, Lucas 9:28-36) para nombrar unas pocas.  La idea básica es que para encontrarnos con Dios debemos elevarnos a un plano que esta “más alto” de nuestras experiencias normales de cada día.  Después, dense cuenta de la acción de Moisés.  Cada vez que Moisés levanta sus brazos, Israel tiene éxito en la batalla, pero cuando los baja, Israel sufre regresión.  La idea expresada aquí es que cuando Moisés se eleva a Dios, simbólico de la oración, Israel es capaz de avanzar, pero cuando se para la oración, Israel es abrumado.  Eso es lo que pasa con nosotros.  En nuestras relaciones, es crítico que mantengamos las líneas de comunicación abiertas.  Si las líneas de comunicación se cierran, experimentamos un retraso en la relación.  Esta es la misma cosa que sucede en nuestra relación con Dios.  Si guardamos las líneas de comunicación abiertas con oración,  cada vez nos acercamos más a Él, pero si paramos la oración, experimentamos un retraso en la relación.  Esta es la misma idea que Jesús nos comunica en el Evangelio de hoy.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos cuenta una parábola acerca de una viuda que siempre va a ver a un juez injusto para pedirle que rinda una decisión justa para ella contra su enemigo (Lucas 18:2-3).  El hecho que la mujer es viuda en la parábola es muy significante.  En aquellos días, siendo una viuda significaba que su propia vida estaba en peligro ya que las mujeres en gran parte, no eran capaz de mantenerse por sí mismas.  No se nos dice que mal se le ha hecho a la viuda; solo sabemos que se está enfrentando a algún tipo de juicio en su vida provocado por alguien que le ha hecho un mal.  Por  lo tanto, la viuda le ruega al juez que le dé una decisión justa a su caso.  En otras palabras, la viuda está abogando por su bienestar, sabiendo que su bienestar depende de la sentencia de este juez.  Es más, ella lo hace con gran persistencia, hasta el punto de que el juez cede su petición.  En breve, la viuda reconoce su situación precaria; ella reconoce que sin la ayuda de este juez, su vida está en peligro.  Este es el ejemplo que Jesús pone enfrente de nosotros como paradigma de cómo es que debemos rezar.

En su famosa carta a Proba, una viuda rica, San Agustín la exhorta a que rece siempre como “uno que esta desolado.” En otras palabras, como alguien que es radicalmente dependiente de Dios para todas las cosas, lo cual hubiese sido difícil para ella ya que era rica y capaz de hacerse cargo de su bienestar  temporal por su propia cuenta.  Este es un peligro en el cual muy a menudo caímos en nuestras vidas. Miramos a nuestro alrededor y vemos que tenemos todas nuestras necesidades básicas y hacemos esa falsa suposición, aunque no tengamos esa intención, que somos de alguna manera autodependientes.  Lo que nuestra lectura de hoy, y lo que San Agustín le escribió a Proba nos recuerda que nada podría estar más lejos de la verdad.

Amigos míos, la belleza de la persona humana es que hemos sido sellados con la misma imagen y semejanza del Dios Quien nos ha creado.  Esto quiere decir muchas cosas, pero a fondo lo que quiere decir es que para vivir una vida plenamente humana necesitamos estar en perfecta comunión con Dios; a la inversa, aparte de Dios, no podemos vivir una vida plenamente humana.  Esta es la gran lección de la Encarnación, Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, unidos hipostáticamente en una sola persona.  Esta es la vida a la cual estamos destinados a vivir.  Tristemente, esta no es la situación en que nos encontramos.  Desafortunadamente, vivimos en un mundo que está lleno de pecado.  Miren a su alrededor, la violencia, el odio, la división, la enfermedad, y la misma muerte, nos dice que las cosas no son como lo deberían ser.  Como cristianos, creemos que la única anécdota para nuestra situación es la solución que encontramos en Jesucristo, y por eso vivimos día con día tratando de acercarnos más a él.  A fin de hacer esto, tenemos que guardar las líneas de comunicación entre Dios y nosotros abiertas en todo momento (1 Tesalonicenses 5:16-18).  Al hacerlo así, tendremos la paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7), porque vamos a saber que el Dios que permitió al pueblo de Israel a superar los obstáculos a los cuales se enfrentaban nos ayudara a hacer lo mismo, todo el tiempo dándonos cuenta de la verdad en lo que nos dijo; Que aparte de Él, no podemos hacer nada (Juan 15:5), pero unidos con el produciremos abundantes frutos y nuestra alegría será completa (Juan 15:8 y 11).

Su sirviente en Cristo,

Tony