III Domingo de Adviento: 12-11-16
La Paz Sea Con Ustedes,
Hoy celebramos el tercer domingo del Advenimiento, tradicionalmente conocido como domingo de Gaudete. “Gaudete” viene de la palabra Latina “gaudium,” que significa alegría, regocijo, o deleite; y así este fin de semana puede ser llamado “el domingo de alegría.” Ahora, podíamos pensar, “todo Advenimiento debe ser un tiempo de regocijo ¿No? ¡Después de todo nos estamos preparando para la venida de Cristo!” Bueno, sí, pero con alguna cualificación. Tradicionalmente, la temporada de Advenimiento fue establecida paralela a la temporada de la Cuaresma, un tiempo de oración y ayuno en preparación para el último sacrificio de amor en la cruz y la resurrección de Cristo, que rompería los lazos de muerte que nos mantenían cautivos. Así la temporada de Advenimiento fue establecida con intensión similar; era un tiempo para aumentar la oración, el ayuno y el arrepentimiento para prepararse para la venida del Salvador Jesucristo, nacido para morir para la salvación del mundo (como el regalo de incienso de los Reyes Magos que fue muy acertadamente un predictor de la Fiesta de la Epifanía). Si nos fijamos en lo que hemos estado discutiendo en los dos últimos domingos de Adviento, este tema de preparación y arrepentimiento se hace evidente en seguida. Por ejemplo, en el primer domingo de Advenimiento, nos recordaron a siempre estemos en guardia para la llegada del Salvador, y la semana pasada nos recordaron que necesitamos cambiar nuestra manera de pensar, i.e. arrepentirnos, a fin de estar bien dispuestos para recibir el regalo de la gloria de Dios que está por venir en la forma de la unidad de Dios con nosotros, en Su Hijo, Jesucristo, y su subsiguiente entrega del Espíritu Santo par que también nosotros podamos participar en la vida de Dios. Durante la temporada de Cuaresma, el domingo a la mitad de Advenimiento se celebra como el domingo de Laetare (nombrado por la palabra Latina “laetitia,” que significa alegría o deleite), previsto como recordatorio de la alegría que vendrá el domingo de Resurrección, para la gente que está en medio del ayuno y la penitencia de la Cuaresma; El domingo de Gaudete es paralelo al tiempo de Avenimiento siendo un recordatorio de la alegría que experimentaremos con el nacimiento de nuestro Señor en la Navidad, en medio de la difícil preparación para su venida que debemos hacer durante esta temporada de Advenimiento en la forma de más oración, ayuno y arrepentimiento. Es por esta razón que nuestras lecturas de este fin de semana nos exhortan a permanecer firmes a nuestros preparativos mientras que nos recuerdan de la alegría que está por venir.
Vemos esta tensión entre paciente resistencia y la alegre esperanza de salvación en clara exposicion en nuestras primera y segunda lecturas para hoy. Nuestra primera lectura viene de cerca del final de la primera parte del libro de Isaías (i.e. esa parte del libro que se piensa haber sido escrito por la histórica figura el mismo). Esta lectura sigue de cerca las partes que tratan con las profecías de Isaías contra Israel, advirtiéndoles del exilio venidero, así como las que tratan de las profecías contra las varias naciones vecinas. Así que esta porción de la obra de Isaías es para recordarle a la gente de la fidelidad de Dios. Si, ellos tendrán que sufrir las consecuencias de sus fechorías en la forma de perder el control de su patria y ser llevados al cauterio extranjero, sin embargo, esto no quiere decir que el Señor los abandonará o los olvidara, nada de eso. En vez, las palabras de Isaías hablan de algo verdaderamente maravilloso representando algo en una escala mucho más grandiosa que solamente el retorno del pueblo a su patria; algo más parecido a una redención cósmica; Isaías dice: “Que se alegre el desierto y la tierra seca, que con flores se alegre la pradera. Que se llene de flores como junquillos, que salte y cante “de contenta” (Isaías 35:1-2). Algunos podrían pensar que Isaías nada más está siendo retóricamente espectacular, representando la disposición psicológica de la gente como regresan a casa de su exilio; ¡como el sentimiento que tenemos cuando nos podemos reunir con un amigo que no hemos visto en algún tiempo, o como cuando llegamos a casa de vacaciones, todo parece estar bien, y todo parece que canta! Sin embargo, no creo que Isaías sea simplemente retorico aquí, e incluso si lo es, yo creo que nuestro Dios trata de decirnos algo más, y eso algo más es de lo que habla Pablo cuando nos dice que “…El universo está inquieto, pues quiere ver lo que verdaderamente son los hijos e hijas de Dios…Pero le queda la esperanza; porque el mundo creado también dejara de trabajar para el polvo, y compartirá lo libertad y la gloria de los hijos de Dios” (Romanos 8:19, 20-21). En breve, yo creo que Isaías está hablando de la nueva creación que se experimentará en la segunda venida de Jesucristo, cuando toda la creación será renovada a través de su restauración a perfecta harmonía con Dios. Por lo tanto, Isaías exhorta al pueblo, ‘Calma, no tengan miedo’ (Isaías 35:4) para aquellos a quienes el Señor rescate heredaran lo que el Señor quería que poseerán desde toda la eternidad, aquí representado como Sion (Isaías 35:10); aquellos que están enfermos tendrán plenitud de salud, los ojos de los ciegos verán, los oídos de los sordos oirán, los cojos saltaran y los mudos cantaran (Isaías 35:5-6). Y ¿qué ha motivado todo esto? La gloria del Señor ha aparecido; el esplendor del Señor se ha manifestado (Isaías 35:2), y esto lo que ha renovado todas las cosas.
Es con esta renovación en mente que oímos a Santiago decirnos en nuestra segunda lectura para hoy que tengan paciencia y hagan sus corazones firmes en la resolución hasta la venida del Señor (Santiago 5:7). Él nos presenta el ejemplo del sembrador que cuida pacientemente y cuidadosamente la tierra y el crecimiento de varias plantas, viendo que tengan todo lo que necesiten hasta que finalmente obtenga el resultado deseado en forma de sustento que da vida (Santiago 5:7). Además, añade que no se deben de quejar de su corriente situación, sino que mantengan la actitud del sembrador, quien sabe que toma tiempo para que una planta madure completamente y de su fruto (Santiago 5:9).
Esta es la situación en la que nos encontramos hoy en día, i.e. en medio del crecimiento. En nuestro Evangelio de hoy, encontramos, en la forma de una respuesta a Juan el Bautista, que efectivamente, El que iba a venir a hacer todas las cosas nuevas ha aparecido, trayendo las cosas de las que Isaías hablaba como signos de renovación; ‘los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y una buena nueva llega a los pobres’ (Mateo 11:4-5). Sin embargo, no vemos la plenitud de la visión de Isaías realizada; ¿Por qué es eso? Para estar seguro, el Salvador, el Hijo de Dios ha aparecido y ha ganado la salvación para toda la creación, y, sin embargo, todo, desde niño hasta el lirio, sigue sufriendo vejez y descomposición. La razón es que estamos en un estado de tensión, nuestra salvación ha sido ganada, pero aun no está completa; puesto de manera diferente, estamos en una etapa de ya pero todavía no, un estado de crecimiento.
Para explicar esto, San Maximus el Confesor dividió conceptualmente la historia en tres épocas: La primera fue la que culminó con la Encarnación del Hijo de Dios; la segunda, una época en la que aquellos que habían sido incorporados a la vida y muerte de Cristo a través del bautismo perseguían activamente la deificación; mientras que el tercero vimos como una era de deificación pasiva, i.e. la vida venidera, cuando vamos a participar pasivamente en la vida de la Trinidad (Ad Thalassium 22). Maximus creía que el Hijo de Dios, por su vida obediente, que culmino en su muerte y resurrección, convirtió el uso del sufrimiento y de la muerte en herramientas para condenar el pecado y a través de ellas poder vivir vidas cada vez más plenamente deificadas creciendo en conformidad a la voluntad de Dios, i.e. la vida que fuimos creados para vivir (Ad Thalassium 61). Para Maximus, lo hacemos cooperando libremente con la gracia de Dios en fe, que se nos dio en el bautismo, que nos permite utilizar nuestro sufrimiento, que podríamos llamar dolores de crecimiento, con el fin de crecer en virtud, que Maximus consideraba como tipos y prefiguraciones de los beneficios futuros,” i.e. características de los que viven en la felicidad eterna (Al Thalassium 22). Además, el creía que, a través del ejercicio de la virtud, “Dios que está siempre dispuesto a volverse humano, lo hace en aquellos que son dignos” (Ad Thalassium 22). Observen lo que Maximus está describiendo aquí, cuanto más nos conformamos con la voluntad de Dios, Dios vive más en y a través de nosotros; como San Pablo dice “He sido crucificado con Cristo y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Lo que vivo en mi carne, lo vivo con la fe: ahí tengo al Hijo de Dios que me amo y se entregó por mi (Gálatas 2:20). Como Maximus, Pablo ve esto tomando lugar a través de una interacción dramática entre la fe y la gracia. Además, ambos ven que soportar los sufrimientos tiene un efecto curativo en nuestras vidas (como Pablo dice ‘he sido crucificado con Cristo’) permitiéndonos a conformarnos cada vez más con la voluntad de Dios, no porque Dios este satisfecho por nuestros sufrimientos y los recompensa, sino porque nuestros sufrimientos indican nuestra caída, y así nos impulsa a volvernos hacia Dios, que es nuestra única fuente de vida plena y felicidad.
Amigos míos, es con esta sabiduría que la Iglesia previo a hacer el Advenimiento un tiempo de ayuno, oración y penitencia, porque Ella sabe, como Maximus y Pablo, que nuestras luchas tienen la capacidad de reorientar nuestra voluntad hacia la voluntad de Dios. Por otra parte, no debemos ver esta sumisión a la voluntad de Dios como una imposición sobre nuestra voluntad que restringe nuestras vidas, sino como creciendo en conformidad con nuestra naturaleza. Debemos recordar que fuimos creados ex nihilo, fuera de la nada, y que nuestra única existencia es en Dios, no aparte de él; aparte de él, solo podemos experimentar la muerte. Esto es para lo que el Hijo de Dios vino a recordarnos y a reparar, y es precisamente este mismo mensaje que la Iglesia busca: hacernos hiper-concientes de esto durante la temporada de Advenimiento. Tenemos una oportunidad durante las próximas dos semanas para sumergirnos en esta realidad. Lo hacemos por momentos de mayor silencio, oración, abnegación, y contemplación. De esta manera podemos obtener una comprensión más profunda de ese Fin al cual, junto con toda la creación se mueve, y si podemos aguantar estos dolores de crecimiento, comenzaremos a ver una transformación ocurrir, no solo en nosotros mismos, pero en todos y en todo lo que nos rodea. Porque al final, cooperación con la gracia de Dios significa vivir una vida de amor más completa. ¿Cómo sería tu vida si amaras más perfectamente? ¿Cómo se verían las personas que te rodean si vivieran el amor más perfectamente? ¿Cómo sería nuestro mundo si permitiéramos que el amor de Dios penetrara cada segundo del día, cada acción e interacción? Vemos estas preguntas y nos damos por vencidos inmediatamente, porque sabemos que no podemos vivir de tal manera. ¡PERO ESTO ES EXACTAMENTE EL PUNTO! ¡Nosotros no podemos, pero DIOS SI PUEDE! Y esta temporada de Advenimiento es una oportunidad para permitirle a Él a hacer precisamente eso, a penetrar cada momento de cada día, para que un mundo tan roto pueda ver más plenamente la gloria de Dios reflejada en él. No puedes controlar lo que hacen los demás, pero si puedes permitir que esta transformación tome lugar en ti y a través de ti, y al hacerlo, ¡te conviertes en un vehículo del tipo de alegría que es duradera y transformadora, la alegría de la salvación!
Su sirviente en Cristo,