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Alegría Del Advenimiento

gaudete-sundayIII Domingo de Adviento: 12-11-16

La Paz Sea Con Ustedes,

Hoy celebramos el tercer domingo del Advenimiento, tradicionalmente conocido como domingo de Gaudete.  “Gaudete” viene de la palabra Latina “gaudium,” que significa alegría, regocijo, o deleite; y así este fin de semana puede ser llamado “el domingo de alegría.” Ahora, podíamos pensar, “todo Advenimiento debe ser un tiempo de regocijo ¿No? ¡Después de todo nos estamos preparando para la venida de Cristo!” Bueno, sí, pero con alguna cualificación.  Tradicionalmente, la temporada de Advenimiento fue establecida paralela a la temporada de la Cuaresma, un tiempo de oración y ayuno en preparación para el último sacrificio de amor en la cruz y la resurrección de Cristo, que rompería los lazos de muerte que nos mantenían cautivos. Así la temporada de Advenimiento fue establecida con intensión similar; era un tiempo para aumentar la oración, el ayuno y el arrepentimiento para prepararse para la venida del Salvador Jesucristo, nacido para morir para la salvación del mundo (como el regalo de incienso de los Reyes Magos que fue muy acertadamente un predictor de la Fiesta de la Epifanía).  Si nos fijamos en lo que hemos estado discutiendo en los dos últimos domingos de Adviento, este tema de preparación y arrepentimiento se hace evidente en seguida.  Por ejemplo, en el primer domingo de Advenimiento, nos recordaron a siempre estemos en guardia para la llegada del Salvador, y la semana pasada nos recordaron que necesitamos cambiar nuestra manera de pensar, i.e. arrepentirnos, a fin de estar bien dispuestos para recibir el regalo de la gloria de Dios que está por venir en la forma de la unidad de Dios con nosotros, en Su Hijo, Jesucristo, y su subsiguiente entrega del Espíritu Santo par que también nosotros podamos participar en la vida de Dios.  Durante la temporada de Cuaresma, el domingo a la mitad de Advenimiento se celebra como el domingo de Laetare (nombrado por la palabra Latina “laetitia,” que significa alegría o deleite), previsto como recordatorio de la alegría que vendrá el domingo de Resurrección, para la gente que está en medio del ayuno y la penitencia de la Cuaresma; El domingo de Gaudete es paralelo al tiempo de Avenimiento siendo un recordatorio de la alegría que experimentaremos con el nacimiento de nuestro Señor en la Navidad, en medio de la difícil preparación para su venida que debemos hacer durante esta temporada de Advenimiento en la forma de más oración, ayuno y arrepentimiento.  Es por esta razón que nuestras lecturas de este fin de semana nos exhortan a permanecer firmes a nuestros preparativos mientras que nos recuerdan de la alegría que está por venir.

Vemos esta tensión entre paciente resistencia y la alegre esperanza de salvación en clara exposicion en nuestras primera y segunda lecturas para hoy.  Nuestra primera lectura viene de cerca del final de la primera parte del libro de Isaías (i.e. esa parte del libro que se piensa haber sido escrito por la histórica figura el mismo).  Esta lectura sigue de cerca las partes que tratan con las profecías de Isaías contra Israel, advirtiéndoles del exilio venidero, así como las que tratan de las profecías contra las varias naciones vecinas. Así que esta porción de la obra de Isaías es para recordarle a la gente de la fidelidad de Dios. Si, ellos tendrán que sufrir las consecuencias de sus fechorías en la forma de perder el control de su patria y ser llevados al cauterio extranjero, sin embargo, esto no quiere decir que el Señor los abandonará o los olvidara, nada de eso.  En vez, las palabras de Isaías hablan de algo verdaderamente maravilloso representando algo en una escala mucho más grandiosa que solamente el retorno del pueblo a su patria; algo más parecido a una redención cósmica; Isaías dice: “Que se alegre el desierto y la tierra seca, que con flores se alegre la pradera.  Que se llene de flores como junquillos, que salte y cante “de contenta” (Isaías 35:1-2).  Algunos podrían pensar que Isaías nada más está siendo retóricamente espectacular, representando la disposición psicológica de la gente como regresan a casa de su exilio; ¡como el sentimiento que tenemos cuando nos podemos reunir con un amigo que no hemos visto en algún tiempo, o como cuando llegamos a casa de vacaciones, todo parece estar bien, y todo parece que canta! Sin embargo, no creo que Isaías sea simplemente retorico aquí, e incluso si lo es, yo creo que nuestro Dios trata de decirnos algo más, y eso algo más es de lo que habla Pablo cuando nos dice que “…El universo está inquieto, pues quiere ver lo que verdaderamente son los hijos e hijas de Dios…Pero le queda la esperanza; porque el mundo creado también dejara de trabajar para el polvo, y compartirá lo libertad y la gloria de los hijos de Dios” (Romanos 8:19, 20-21). En breve, yo creo que Isaías está hablando de la nueva creación que se experimentará en la segunda venida de Jesucristo, cuando toda la creación será renovada a través de su restauración a perfecta harmonía con Dios. Por lo tanto, Isaías exhorta al pueblo, ‘Calma, no tengan miedo’ (Isaías 35:4) para aquellos a quienes el Señor rescate heredaran lo que el Señor quería que poseerán desde toda la eternidad, aquí representado como Sion (Isaías 35:10); aquellos que están enfermos tendrán plenitud de salud, los ojos de los ciegos verán, los oídos de los sordos oirán, los cojos saltaran y los mudos cantaran (Isaías 35:5-6). Y ¿qué ha motivado todo esto? La gloria del Señor ha aparecido; el esplendor del Señor se ha manifestado (Isaías 35:2), y esto lo que ha renovado todas las cosas.

Es con esta renovación en mente que oímos a Santiago decirnos en nuestra segunda lectura para hoy que tengan paciencia y hagan sus corazones firmes en la resolución hasta la venida del Señor (Santiago 5:7). Él nos presenta el ejemplo del sembrador que cuida pacientemente y cuidadosamente la tierra y el crecimiento de varias plantas, viendo que tengan todo lo que necesiten hasta que finalmente obtenga el resultado deseado en forma de sustento que da vida (Santiago 5:7). Además, añade que no se deben de quejar de su corriente situación, sino que mantengan la actitud del sembrador, quien sabe que toma tiempo para que una planta madure completamente y de su fruto (Santiago 5:9).

Esta es la situación en la que nos encontramos hoy en día, i.e. en medio del crecimiento. En nuestro Evangelio de hoy, encontramos, en la forma de una respuesta a Juan el Bautista, que efectivamente, El que iba a venir a hacer todas las cosas nuevas ha aparecido, trayendo las cosas de las que Isaías hablaba como signos de renovación; ‘los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y una buena nueva llega a los pobres’ (Mateo 11:4-5). Sin embargo, no vemos la plenitud de la visión de Isaías realizada; ¿Por qué es eso? Para estar seguro, el Salvador, el Hijo de Dios ha aparecido y ha ganado la salvación para toda la creación, y, sin embargo, todo, desde niño hasta el lirio, sigue sufriendo vejez y descomposición. La razón es que estamos en un estado de tensión, nuestra salvación ha sido ganada, pero aun no está completa; puesto de manera diferente, estamos en una etapa de ya pero todavía no, un estado de crecimiento.

Para explicar esto, San Maximus el Confesor dividió conceptualmente la historia en tres épocas: La primera fue la que culminó con la Encarnación del Hijo de Dios; la segunda, una época en la que aquellos que habían sido incorporados a la vida y muerte de Cristo a través del bautismo perseguían activamente la deificación; mientras que el tercero vimos como una era de deificación pasiva, i.e. la vida venidera, cuando vamos a participar pasivamente en la vida de la Trinidad (Ad Thalassium 22). Maximus creía que el Hijo de Dios, por su vida obediente, que culmino en su muerte y resurrección, convirtió el uso del sufrimiento y de la muerte en herramientas para condenar el pecado y a través de ellas poder vivir vidas cada vez más plenamente deificadas creciendo en conformidad a la voluntad de Dios, i.e. la vida que fuimos creados para vivir (Ad Thalassium 61). Para Maximus, lo hacemos cooperando libremente con la gracia de Dios en fe, que se nos dio en el bautismo, que nos permite utilizar nuestro sufrimiento, que podríamos llamar dolores de crecimiento, con el fin de crecer en virtud, que Maximus consideraba como tipos y prefiguraciones de los beneficios futuros,” i.e. características de los que viven en la felicidad eterna (Al Thalassium 22). Además, el creía que, a través del ejercicio de la virtud, “Dios que está siempre dispuesto a volverse humano, lo hace en aquellos que son dignos” (Ad Thalassium 22). Observen lo que Maximus está describiendo aquí, cuanto más nos conformamos con la voluntad de Dios, Dios vive más en y a través de nosotros; como San Pablo dice “He sido crucificado con Cristo y ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Lo que vivo en mi carne, lo vivo con la fe: ahí tengo al Hijo de Dios que me amo y se entregó por mi (Gálatas 2:20). Como Maximus, Pablo ve esto tomando lugar a través de una interacción dramática entre la fe y la gracia. Además, ambos ven que soportar los sufrimientos tiene un efecto curativo en nuestras vidas (como Pablo dice ‘he sido crucificado con Cristo’) permitiéndonos a conformarnos cada vez más con la voluntad de Dios, no porque Dios este satisfecho por nuestros sufrimientos y los recompensa, sino porque nuestros sufrimientos indican nuestra caída, y así nos impulsa a volvernos hacia Dios, que es nuestra única fuente de vida plena y felicidad.

Amigos míos, es con esta sabiduría que la Iglesia previo a hacer el Advenimiento un tiempo de ayuno, oración y penitencia, porque Ella sabe, como Maximus y Pablo, que nuestras luchas tienen la capacidad de reorientar nuestra voluntad hacia la voluntad de Dios. Por otra parte, no debemos ver esta sumisión a la voluntad de Dios como una imposición sobre nuestra voluntad que restringe nuestras vidas, sino como creciendo en conformidad con nuestra naturaleza. Debemos recordar que fuimos creados ex nihilo, fuera de la nada, y que nuestra única existencia es en Dios, no aparte de él; aparte de él, solo podemos experimentar la muerte. Esto es para lo que el Hijo de Dios vino a recordarnos y a reparar, y es precisamente este mismo mensaje que la Iglesia busca: hacernos hiper-concientes de esto durante la temporada de Advenimiento. Tenemos una oportunidad durante las próximas dos semanas para sumergirnos en esta realidad. Lo hacemos por momentos de mayor silencio, oración, abnegación, y contemplación. De esta manera podemos obtener una comprensión más profunda de ese Fin al cual, junto con toda la creación se mueve, y si podemos aguantar estos dolores de crecimiento, comenzaremos a ver una transformación ocurrir, no solo en nosotros mismos, pero en todos y en todo lo que nos rodea. Porque al final, cooperación con la gracia de Dios significa vivir una vida de amor más completa. ¿Cómo sería tu vida si amaras más perfectamente? ¿Cómo se verían las personas que te rodean si vivieran el amor más perfectamente? ¿Cómo sería nuestro mundo si permitiéramos que el amor de Dios penetrara cada segundo del día, cada acción e interacción? Vemos estas preguntas y nos damos por vencidos inmediatamente, porque sabemos que no podemos vivir de tal manera. ¡PERO ESTO ES EXACTAMENTE EL PUNTO! ¡Nosotros no podemos, pero DIOS SI PUEDE! Y esta temporada de Advenimiento es una oportunidad para permitirle a Él a hacer precisamente eso, a penetrar cada momento de cada día, para que un mundo tan roto pueda ver más plenamente la gloria de Dios reflejada en él. No puedes controlar lo que hacen los demás, pero si puedes permitir que esta transformación tome lugar en ti y a través de ti, y al hacerlo, ¡te conviertes en un vehículo del tipo de alegría que es duradera y transformadora, la alegría de la salvación!

Su sirviente en Cristo,

Tony

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La Venida de la Gloria de Dios

reign-of-godII Domingo de Adviento: 12-4-16

La Paz Sea Con Ustedes,

La semana pasada como comenzamos la temporada de Adviento, vimos que para estar verdaderamente preparados para darle la bienvenida a nuestro Salvador, debemos prepararnos para su venida viviendo de una manera que nos disponga a ser sus discípulos. Hacemos esto, como San Pablo nos recordó “poniéndonos la armadura de la luz” (Romanos 13:12).  Estas palabras tienen un par de connotaciones que son especialmente importantes para el mensaje que recibiremos hoy.  Primeramente, y lo más importante, nos recuerda el momento de nuestro bautismo, cuando fuimos reclamados para Jesucristo, y no solo fuimos hechos seguidores suyos, sino que también fuimos transformados y renovados a su semejanza porque como Él es la verdadera Luz del Mundo (Juan 8:12) nosotros también podamos llegar a ser luz en las tinieblas participando en Su Luz que es la Vida Misma (recuerden las palabras del Credo “Dios de Dios, Luz de Luz, verdadero Dios de verdadero Dios…”).  En segundo lugar, y consecuentemente “ponernos la armadura de luz no quiere decir nada más que “ponernos a Jesucristo” permitiéndole vivir a través de nosotros como Pablo tan a menudo nos llama a hacerlo.  ¿Cuál es la “armadura de Luz?” En su carta a los Efesios Pablo lo describe como ‘el cinturón de la verdad, la coraza de la justicia, poner el Evangelio de la paz a nuestros pies (para que guie nuestros pasos), el escudo de la fe, el casco de la salvación, y la espada del Espíritu (Efesios 6:10-17).  Poniéndonos esta armadura, al mismo tiempo imitamos la vida del Salvador y nos armamos para tomar parte en lo que vimos a C.S. Lewis llamar “una gran campaña de sabotaje,” (Mere Christianity, 46), es decir, estableciendo el Reino de Dios aquí y ahora, como la oración que Jesús nos enseno nos llama a hacer (Venga Tu Reino…Mateo 6:10).  Como vamos a ver se puede notar este mismo tema este fin de semana, veremos que es precisamente la venida de Jesucristo lo que nos trae el equipo que necesitamos para tomar parte en tal esfuerzo.

El evangelio de este fin de semana usa lo que algunos pueden ver como las imágenes oscuras que encontramos el pasado fin de semana donde Jesús hablo “del ladrón en la noche” que viene cuando menos lo esperamos (Mateo 24:43). Irónicamente, vimos que este ladrón es, en realidad, Jesucristo mismo, que viene a liberar a la humanidad de las garras del pecado y de la muerte que es el dominio (casa) del Diablo.  Este fin de semana, este tipo de advertencia viene de él que preparo el camino del Señor (Mateo 3:3), Juan el Bautista. En el Evangelio de hoy, oímos que el Bautista advierte a los líderes religiosos de su día diciendo: ¡Raza de víboras! ¿Cómo van a pensar que escaparan del castigo que se les viene encima?’ (Mateo 3:7).  Eso no es exactamente lo que podríamos pensar como buenas noticias Navideñas, ¿verdad? Pero tal vez deberían ser, déjenme explicar.  Vemos a Juan el Bautista diciéndoles a los Fariseos y a los Saduceos que deberían dejar de confiar de su estado terrenal y que en su lugar “Muestren los frutos de una sincera conversión” (Mateo 3:8).  La razón por la cual las palabras de Juan son tan terminantes es que él se da cuenta de lo que está por suceder, el Salvador que Israel ha estado esperando está a punto de llegar y si la gente no cambia seriamente su manera de pensar el vendrá y se ira justo como Jesús nos advirtió la semana pasada, como un ladrón en la noche.  Este cambio de pensar requiere que la gente ‘se arrepienta’ para darse cuenta que se han desviado de la forma en que Dios los llamo a vivir, y es imperativo que lo hagan inmediatamente para que puedan reconocer a El que vendrá después de Juan, trayendo consigo un don radicalmente transformador de vida, el Espíritu Santo (Mateo 3:11).  El mensaje de Juan es tan desesperado y fuerte porque él sabe que para recibir este Regalo de Vida requiere que reconozcamos que estamos en necesidad de tal transformación.  Si por otra parte pensamos que todo está como debe de ser, no estaremos adecuadamente dispuestos a recibir el regalo que el Salvador viene a otorgarnos.  La pregunta para nosotros es la misma.  ¿Cómo vemos la venida de Cristo? ¿Qué anticipamos que será su efecto?

Fácilmente nos envolvemos en las hermosas luces que adornan las casas, arboles, cercas, y faroles.  Nos esforzamos desesperadamente por comprar ese último regalo (o muchos de ellos) para poder intercambiarlos en reuniones familiares y empresariales.  Todo esto se dice ser parte del “sentimiento de Navidad” que por sí mismo suena como una cosa buena.  Pero otra vez, cual es el “sentimiento de la Navidad?” ¿Para qué es que nos esforzamos tanto en preparar? Si el “sentimiento de la Navidad” es simplemente para sentir la alegría, la emoción que anticipamos cuando estamos con nuestros seres queridos y amigos, acompañado de la ligera alegría de desenvolver un paquete maravillosamente envuelto, entonces podemos estar seguros de que esta Navidad será como la última.  Muchos de nosotros nos miramos unos a otros y nos decimos, “¡Que pronto se pasó! ¿A dónde se fue el tiempo?” ¿Por qué es esto? Me supongo que es porque generalmente nada pasa en Navidad que valga la pena.  Yo sé, esas no son palabras agradables a oír, (y tal vez que se me ha pegado la ira de Juan el Bautista), pero escúchenme.  Jesús no quiere que esta Navidad, o cualquier otro día de nuestras vidas sea igual que el resto.  Dios no se hizo hombre para entrar y decir “hola” para recordarnos que todavía está allí cuidando de nosotros desde algún lugar lejano, para que la respuesta propia en Navidad sea decirle hola educadamente y seguir muestro camino alegre como si fuéramos conocidos pasando unos a otros en la banqueta; una experiencia olvidable que podríamos decirle a nuestras esposas y niños casualmente en conversación “adivinen a quien vi hoy…” antes de discutir las cosas verdaderamente importantes como las cuentas y las promociones. ¡NO! Como dirían los Padres de la Iglesia de una forma u otra, ¡Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios! Si usted leyó esto y no reviso lo que se escribió otra vez, hay un problema.  Si eso no le explota la mente y hasta suena un poco herético, entonces esta Navidad pasara sin que pase algo que verdaderamente valga la pena.  Si, Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios. ¿Cómo sucede esto? Compartiendo en la vida misma de Dios a través de Su Don del Espíritu Santo.

Esta es la razón por la que el Hijo de Dios vino al mundo.  El tomo una naturaleza humana para que al sanarla de  la oscuridad del pecado y de la muerte la recrearía, disponiéndonos una vez más para poder participar en la vida para la cual fuimos creados desde el principio.  En otras palabras, al unirse hipostáticamente a la naturaleza humana, el Hijo de Dios hace posible que la familia humana se incorpore a la intimidad de la Vida Trinitaria.  Somos incorporados a esta vida en el bautismo del que habla Juan en el Evangelio de hoy.  Es el mismo Espíritu Santo que nos permite participar de la vida de Dios, dado a  nosotros a través del Hijo.  El Espíritu Santo es el Don que Jesús nos vino a otorgar.  Por esta razón la profecía de Isaías para este fin de semana habla de lo que tradicionalmente llegaron a ser conocidos como los dones del Espíritu Santo.  Estos dones no son otra cosa que las cualidades de Cristo que se hacen nuestras cuando recibimos el Don del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, fortaleza, piedad y temor de Dios.  Estas cualidades son parte integrantes de nuestro propio desarrollo como creaturas marcadas con el imago Dei en el momento de nuestra formación porque llevan a su madurez la vida de Dios dentro de nosotros.  Por esta razón, al escribir sobre el Sermón en el Monte, San Agustín emparejaba cada don con una bienaventuranza y una petición del Padre Nuestro, y de manera similar, San Tomas de Aquino las emparejaba con lo que el llamo “las virtudes capitales.” San Agustín añadiría que vivir una vida de virtud es esforzarse por la felicidad, y que “si la virtud conduce a la vida feliz, entonces no definiría la virtud de otra manera más que como el perfecto amor de Dios” (El Camino de la Iglesia Católica, página 22), mientras que San Gregorio de Nyssa iría un paso más allá a decir que ‘Dios es virtud.’

Amigos míos, lo que Dios tiene en mente para nosotros esta Navidad es una transformación radical, lo que Él quiere, en definitiva, es hacernos como El mismo. Y Él sabe que no podemos hacer esto por nuestra propia cuenta.  Él sabe que la única manera de llegar a ser como Él es que El primero se haga como nosotros.  Este es el significado de la época Navideña, y la época de Advenimiento es la anticipación de esa transformación.  Pregúntate a ti mismo ¿Qué pasaría si realmente me transformara  esta Navidad? Es difícil imaginarse, y para ponerlo simplemente, si nos permitiéramos ser transformados por la llegada de Cristo esta navidad (y todos los días), pasarían cosas que nunca nos podríamos imaginar.  Si queremos empezar a imaginar cómo sería esto, podríamos considerar las palabras de San Pablo que nos exhorta a “vivir en buen acuerdo, según el espíritu de Cristo Jesús.  Entonces ustedes, como un mismo corazón y una sola voz, alabaran a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 15:5-6).  Es difícil de imaginar tal harmonía en nuestro mundo de hoy, sin embargo, esto es precisamente lo que Isaías representa en nuestra primera lectura también, escribiendo que cuando el a quien el Espíritu del Señor aparezca: El lobo habitara con el cordero, la puma se acostara junto al cabrito, el ternero comerá al lado del león, y un niño chiquito los cuidara…No cometerán el mal, ni dañaran a su prójimo en todo mi cerro santo, pues, como llenan las aguas el mar, se llenara la tierra del conocimiento de YAVE” (Isaías 11;6 Y 9).  Tal imagen, aunque increíble, es solo la punta del iceberg cuando se trata de lo que el poder de Dios puede hacer en nuestras vidas si lo dejamos.  Esta temporada, Dios desea mostrarle al mundo Su gloria, y ¡El desea demostrar Su gloria a través de ti! Porque la gloria de Dios es una persona humana viviente; y la vida de la persona humana consiste en contemplar a Dios” (San Ireneo, Contra las Herejías, BK 4.20.7).  El Hijo de Dios viene esta Navidad, ¿Lo contemplaras y aceptaras el Regalo de Su Vida, o le pasaras como a una persona común que encuentras en la banqueta?  Tu respuesta hará toda la diferencia en el mundo, no solo para ti, ¡sino que para todos con los que te encuentres!

Su sirviente en Cristo,

Tony

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La Misión de Rescate

the-rescue-missionI Domingo de Adviento: 11-27-16

La Paz Sea Con Ustedes,

El pasado fin de semana, nuestro año litúrgico culmino con la celebración de la Fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Allí vimos que el Rey que proclamamos es diferente de cualquier otro gobernante soberano, porque no viene ante todo a imponernos la ley, sino que, Él es el Rey de Corazones que viene a despertar nuestros corazones al amor, demostrando su amor por nosotros. Este fin de semana comenzamos un nuevo ano litúrgico con el comienzo de la Temporada de Adviento donde nos preparamos para encontrarnos con el Rey de los Corazones que viene al mundo a rescatar los corazones de los que el ama.

¿A quien no le encanta una buena y anticuada historia de una doncella en peligro? Como niños, crecemos escuchando cuentos de doncellas que necesitan ser rescatadas por un príncipe. Recuerden a Blanca Nieves, La Bella Durmiente, Cenicienta, o más recientemente, Fiona en Shrek. Y quien se puede olvidar de cuando jugábamos los clásicos juegos de video Nintendo Super Mario Brothers, donde la misión era de navegar a Mario por un mundo de extrañas plantas come- plomero, gobernado por koopas malvadas con el fin de rescatar a la Princesa Peach para poder vivir felices para siempre. Podríamos añadir a la lista personajes como Mary Jane de Spiderman, la Princesa Leia de Star Wars, Ann Darow de King Kong, y Kim Mills de Taken, la lista podría seguir y seguir. El punto es que nos encanta una buena película de rescate. Fácilmente, nos encontramos captivados en un cuento que cuenta de un héroe haciendo todo lo que puede para salvar a la que ama, nos preguntamos: ¿Que tendrá que hacer para cumplir su misión? ¿Hasta dónde tendrá que ir? ¿Qué riesgos tendrá que tomar? ¿Saldrá todo bien al final? Nuestros corazones corren como animamos al héroe y esperamos que él logre su misión aun cuando las cosas parezcan desesperadas, todo el tiempo esperando que los escritores no nos hayan decepcionado: ¿Esto no podría posiblemente tener un final triste, o sí? nos preguntamos.

Como comenzamos un nuevo ano litúrgico es importante no perder la vista del drama que se desarrolla ante de nosotros. Muy a menudo, vamos a Misa o a un servicio el domingo y nos encontramos aburridos. Bostezamos, intentamos a echar un vistazo a nuestros teléfonos o reloj a ver cuánto tiempo más falta hasta que nos “dejen libres” de la monotonía de estar sentados en una banca de madera rodeados de cuerpos como zombis, tal parece que todos experimentan el mismo letargo. El problema es que no reconocemos el drama que se nos está siendo proclamado y en el que estamos participando, no solo en ese momento, pero en cada momento de nuestras vidas, todo a partir de ahí mismo de esa banca de madera. Si realmente comprendiéramos lo que está pasando, no tendríamos que arrastrarnos a la Iglesia los domingos, llegaríamos temprano, nos sentaríamos al borde de nuestros asientos esperando a escuchar la próxima parte de la historia, de la misma manera que un niño le pide a sus padres que lean un capitulo más antes de apagar la luz para dormir. La Iglesia se da cuenta de esto, y hace todo lo posible para establecer el drama para nosotros en la presentación del calendario litúrgico. Sin embargo, sino nos permitimos a participar en el drama, no solo nos perderemos la mayor parte de la historia más hermosa de amor que jamás haya sido contada, nos perderemos de las vidas para las cuales fuimos creados a vivir, vidas que desempeñan un papel único en el drama de la Divina Providencia. Ese drama comienza hoy.

Nuestra primera lectura de hoy del Libro de Isaías es el equivalente de un mensaje de autodestrucción de Misión Imposible que le presenta la misión a nuestro héroe. Allí, oímos al profeta decirnos que es lo que la venida de nuestro héroe traerá, y es un mensaje que todos debemos esperar, y además, es un mensaje en el que todos debemos reconocer que necesitamos la fuerza de un verdadero Salvador para poder llevarlo a cabo. El mensaje que oímos es la visión del profeta de la culminación del mundo, el fin de la historia de amor. Los días vienen, se nos dice, cuando “el cerro de la casa de YAVE encabezara a los otros montes y dominara los lugares más elevados. Irán a verlos todas las naciones” (Isaías 2:2). En esa montaña, se nos dice, no solamente ya no habrá guerra, pero hasta la posibilidad o amenaza de guerra se desaparecerá y será reemplazada por la paz para siempre. (Isaías 2:4). Es esta paz universal que El Rey de Corazones, nuestro Salvador- heroico, viene a iniciar. Podríamos darle un vistazo a esta profecía y nos preguntamos cómo esto es posible con todas las terribles cosas que están pasando en nuestro mundo hoy en día, y seguramente que había muchos en Israel en el tiempo que Isaías primero les dijo de su visión quienes se preguntarían la misma cosa. Ellos miraban a su alrededor como lo hacemos nosotros, y se preguntarían que es lo que se necesitaría para poner las cosas bien otra vez. Ellos sabrían, como nosotros, que algo dramático necesitaría pasar, pero nunca se imaginarían la solución, una solución tan impresionante que aun después de 2,000 años todavía tenemos que entender lo que realmente sucedió porque si lo entendiéramos, el mundo se vería mucho más diferente.

En nuestro mensaje del Evangelio de hoy, escuchamos a Jesús hablando acerca de que tan inesperada y hasta misteriosa es la solución a los problemas que el mundo se enfrenta. Allí encontramos a Jesús diciéndoles a sus discípulos, “Por eso estén despiertos, porque no saben en que día vendrá su Señor” (Mateo 24:42). Es interesante fijarnos que en su contexto histórico, Jesús les está diciendo a sus discípulos acerca de su segunda venida, y sin embargo la Iglesia elige usar este pasaje en particular para el primer Evangelio de Adviento, ¿Por qué? La razón es que su primera venida fue tan inesperada que muchos todavía tienen que darse cuenta de que sucedió. Jesús lo describe así: “Fíjense en esto: si un dueño de casa supiera a que hora de la noche lo va a asaltar un ladrón, seguramente permanecería despierto para impedir el asalto en su casa” (Mateo 24:43). Si el pasaje parece un poco misterioso, debería. ¿Quién es este ladrón de quien habla Jesús? Tal vez sería mejor primero preguntar ¿quién es el maestro de la casa? Dado que Jesús está hablando, podríamos asumir que el amo de la casa es Dios, pero estaríamos equivocados. Dos veces en el Evangelio de Juan, Jesús se refiere a Satanás como “el amo de este mundo” (Juan 12:31 y 14:30), Pablo se refiere a Satanás como “el dios de este mundo” en su Segunda Carta a los Corintios (2 Corintios 4:4), y en la Primera Epístola de Juan se nos dice que “el mundo entero está bajo el poder del Maligno” (1 Juan 5:19). Ahora, seguro que esto es una realidad desagradable, que es probablemente la razón por la que no hablamos de ella ya. Sin embargo, es real, y a un nivel práctico, hace la historia más creíble y dramática. Después de todo, si no necesitamos ser rescatados, “¿por qué necesitamos un Salvador-heroico? Podemos preguntarnos de inmediato, ¿cómo es posible que el mundo esté bajo el control de Satanás? Esta es una pregunta con la cual las mentes más grandes en la historia de nuestra religión se han enfrentado, desde Agustín hasta Aquinas, todos ellos con diferentes respuestas. Pero la principal cosa es esta+

: Satanás, aunque creado bueno, ha caído de la comunión con Dios, y por eso, desea que otros sean atrapados en la miseria que el experimenta. Habiendo pecado a la tentación de Satanás, nuestros primeros padres, se encontraron en el dominio de los caídos junto a él, que en una lucha cósmica busca asegurar nuestra separación eterna de nuestra propia fuente de vida, de Dios. Por esta razón, Jesús se refiere a Satanás en el Evangelio de hoy como “el amo de la casa” y a él como…espérense… ¿el ladrón? Parece extraño, ¿no? Pero algunos de los más grandes pensadores de nuestra tradición han contado la historia de nuestra salvación de la misma manera.

San Gregorio de Nyssa describió la Encarnación de esta manera: “Por eso fue que Dios, en orden de hacerse fácilmente accesible a el quien busco el rescate para nosotros, se veló en nuestra naturaleza. De esa manera, como lo es con los peces codiciosos, podría tragar la Divinidad como un anzuelo junto con la carne que era el anzuelo” (Discurso en Instrucción Religiosa, 24). Encontramos ecos del mismo tipo de historia en las obras de Agustín y Máximos el Confesor, pero mi descripción favorita viene de un pensador mucho más reciente. En Mere Christianity, C. S. Lewis describe el drama de la Encarnación de esta manera: “Territorio ocupado por los enemigos, eso es lo que este mundo es, el Cristianismo es la historia de cómo el rey legitimo ha aterrizado, podríamos decir disfrazado, y nos está llamando a todos a participar en una gran campaña de sabotaje” (Mere Christianity, Harper Collins, 46). La descripción de Lewis añade otra dimensión a la historia que es especialmente apropiada para que consideremos como comenzamos esta temporada de Adviento. Fíjense, nuestro Dios no nos pide que nos sentemos, nos relajemos y veamos la historia a medida que se desarrolla, sino que, en cambio nos pide que desempeñemos nuestro papel. Como San Pablo nos dice este día, “Ahora es la hora para despertarnos de nuestro sueño, porque nuestra salvación está cerca” (Romanos 13:11). ¿Y cómo es que despertaremos de nuestro sueño? Poniéndonos la armadura de luz y conduciéndonos como hijos de Dios.

Amigos míos, esto es de lo que se trata la Temporada de Adviento, preparándonos para darle la bienvenida a nuestro Rey y Salvador. Pero la única forma en que lo reconoceremos a su llegada es preparándonos de mente a través de la oración y la acción ayudando a los más necesitados; porque solo la virtud puede reconocer su arquetipo. Si por otro lado, nos dejamos atrapar en el comercio de la temporada, no tenemos casi ninguna posibilidad de reconocer a El que viene a rescatarnos; porque él no viene en las luces brillantes de la pompa y circunstancias, ni en un paquete brillante y firmemente envuelto, el viene como un bebe, acostado en un humilde pesebre. Este ano, no se sienten a ver como se desarrolla el drama, levántense de sus asientos y prepárense para participar en la misión de rescate más grande que el mundo haya visto imitando la humildad del Rey de Corazones. Al hacerlo así, pueden estar seguros que serán sorprendidos por la alegría que experimentaran a su venida. Habiendo pasado semanas haciendo el trabajo de reconocimiento de un humilde servicio a Dios y al prójimo, habrán preparado un lugar para que él entre en sus corazones.

Su servidor en Cristo,

Tony