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Una Jornada Transformante

Segundo domingo de Cuaresma: ciclo A

La Paz Sea Con Ustedes,

El pasado fin de semana, como celebramos el primer domingo de Cuaresma, dos historias de tentación enmarcaron nuestra lección.  La primera es la historia de Adán y Eva siendo tentados por la serpiente (Satanás) en el jardín de Edén, llevando a la caída, i.e. la familia humana siendo separada de una vida de fácil comunión con Dios.  Con esta historia se nos recuerda que la familia humana necesitaba un remedio para reparar su relación rota con su Creador; en breve, esta historia estaba destinada a recordarnos que necesitamos un Salvador.  Luego, en la lectura del Evangelio escuchamos que Jesús se enfrentó con el Diablo en el desierto.  Al hablar de las dos lecturas hemos tenido especial cuidado en destacar los paralelos temáticos de las dos historias para observar como, en su vida, Jesús entra en la situación de ruptura de la familia humana y la deja en un modo correctivo; i.e. uno que es obediente  a la forma en que Dios ha creado las cosas vis a vis como Adán y Eva se alejaron de esa base de la realidad; precisamente para que podamos experimentar la curación en todos los aspectos de nuestras vidas.  Este fin de semana este tema es una vez más enfatizado, proporcionándonos adicional información sobre como este Salvador tiene la intención de reparar la situación de rotura en la que se encuentra la familia humana, y como se verá el producto de tal reparación.

En el pasado hemos hablado acerca de cómo es imperativo para los cristianos que comprendan la historia del Pueblo de Israel, como dice en el Antiguo Testamento, como nuestra historia; porque si no entendemos la historia del Pueblo de Israel, de ninguna manera entenderemos nuestra historia, nuestras vidas como hijos e hijas del Dios que nos hizo y quien desea ser uno con nosotros.  Nuestra primera lectura para hoy del libro de Génesis es un buen recordatorio de esta necesidad.  Esta historia sigue de cerca en los talones de la historia de la Torre de Babel, donde la familia humana conspiro entre ellos mismos diciendo: “Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo.  Así nos haremos famosos, y no nos dispersaremos por todo el mundo” (Génesis 11:4, énfasis mío).

Observen aquí tanto las buenas como las malas inclinaciones en guerra dentro de la familia humana y su solución defectuosa.  Con respecto al anterior se dan cuenta de que seguramente como viven, morirán y así, teniendo en cuenta la intuición natural de que no estamos creados para la muerte, sino para la vida buscan un medio de alcanzar la vida; de alcanzar la inmortalidad.  Que este es el caso se observa en que desean “hacer un nombre por si mismos;” porque ellos desean ser una presencia que no se desvanezca de la memoria, y en que no desean ser esparcidos por toda la tierra, consignados a una oscuridad errante.  Observen por favor, que el error cometido aquí por la familia humana es el mismo error que cometieron Adán y Eva, que se entregaron a la tentación de tomar la vida por si mismos aparte de Dios (Génesis 3:4-6).  Además, observen que es el mismo error en el que constantemente caemos victimas numerosas veces al día; simplemente queremos ser conocidos, deseamos la fama, y si no la fama, por lo menos hacer una impresión duradera en la historia; y esto de sí mismo no es malo, el punto es que no tenemos nada que dar aparte de Dios.  Vimos esto la semana pasada cuando el Diablo tentó a Jesús con el poder de controlar todos los reinos del mundo, a lo que Jesús respondió haciendo eco a Deuteronomio 6:13 “Adoraras al Señor tu Dios y a Él solo servirás” (Mateo 4:10).  En breve, la única manera de hacer un nombre para nosotros es tenerlo inscrito donde “no hay polilla ni oxido para hacer estragos, y donde no hay ladrones para romper el muro y robar” (Mateo 6:20); i.e. en el mismo corazón de Dios.  ¿Cómo hacemos esto? Abram nos da la respuesta.

Primero oímos hablar de Abram en la genealogía de Sem, el hijo de Noé (Génesis 11:26), que continua el “libro de las generaciones de Adán,” que comenzó en Génesis 5:1-32 antes de ser interrumpido por la historia de la maldad humana y del diluvio, y que luego fue continuado de nuevo al final de la historia del diluvio en versículos 9:28-29, y luego trazado a través de Sem en 10:21-32 antes de ser interrumpido brevemente por la historia de la Torre de Babel y de nuevo continuado en 11:10.  Al trazar la genealogía de la familia humana desde Adán y hasta Abram, el autor sagrado nos recuerda que Abram viene de la misma familia humana caída y quebrantada que causo el diluvio y construyo la Torre de Babel.  Y sin embargo, como Noé antes de él, que también proviene de la misma familia humana rota, Abram actúa de manera diferente.

Teniendo en mente lo que la familia humana buscaba a obtener mediante la construcción de la Torre de Babel, fíjense en las promesas que Dios le hace a Abram cuando lo llamo por primera vez: “Hare de ti una gran nación y te bendeciré; voy a engrandecer tu nombre, y tu serás una bendición.  Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan.  En ti serán bendecidas todas las razas de la tierra” (Génesis 12:2-3).  Observen por favor que aquí Dios le promete a Abram todo lo que aquellos en Babel deseaban obtener por sí mismos y MUCHO MÁS.  Ahora, tengan en cuenta dos diferencias que son clave; 1) Abram recibe estas cosas como un regalo, el no intenta apoderarse de ellas por sí mismo, y 2) para obtenerlos debe dejar todo lo que conoce, su casa, país, la casa de su padre y aventurarse en tierras desconocidas (Génesis 12:1); en breve, Abram está siendo llamado a hacer una jornada con Dios, un peregrinaje que durara el resto de su vida, y que continuara todo el Pueblo de Israel como sus descendientes.

Aquí hay dos elementos adicionales para tomar en cuenta en las palabras de Dios para Abram.  Primero, le promete bendecir a quienes bendigan a Abram y maldecir a aquellos que lo maldigan (Génesis 12:3), una señal de que Dios aquí se digna a ser identificado con aquellos con quienes está entrando en relación.  En segundo lugar promete que en Abram, todas las familias de la tierra serán bendecidas (ibíd.).  Ambas promesas se cumplirán finalmente en Jesús; la primera en que en la persona de Cristo, Dios se identifica con la humanidad uniendo la naturaleza humana a sí mismo con tal solidaridad que cerca del final de su ministerio Cristo le puede decir a sus seguidores que hacer el bien a una persona humana es hacer el bien a Dios (Mateo 25:40 y 45); y la segunda es cumplida precisamente por esta perfecta solidaridad.

Con todo esto en mente, nos dirigimos a nuestra lectura del Evangelio para hoy.  En eso, vemos a aquel quien es el cumplimiento de estas promesas ascender una montaña con Pedro, Santiago y Juan.  Aquí ya podemos ver las paralelas con la historia con el pueblo de Israel.  En el libro de Éxodo, justo después de que las palabras de la Ley de la Alianza son leídas al Pueblo de Israel por Moisés, Moisés sella el pacto entre Dios y el Pueblo rociando la sangre de los bueyes del sacrificio sobre la gente (Éxodo 24:6-8).  Luego Moisés subió al Monte Sinaí con Aarón, Nodab Y Abihu; observen el paralelo de tres compañeros; y allí se encuentran con Dios (Éxodo 24:9-10).  Luego, Moisés es señalado por Dios a que suba más alto para que él pueda recibir la ley en tabletas de piedra.  En el séptimo día (observen de nuevo que se dice que la Transfiguración tomo lugar el séptimo día Mateo 17:1, Moisés se enfrenta a la gloria de Dios, de tal manera que después de descender de la montaña la “piel de su cara resplandecía” (Éxodo 34:30), una recurrencia que tomaría lugar después de cada vez que Moisés se encontrase con Dios “cara a cara” (Éxodo 33:11 y 34: 33-35).  Por lo tanto, en estos paralelos estamos destinados a ver la historia del Pueblo de Israel siendo cumplida en la vida de Cristo, un hecho que se acentúa aún más por el hecho de que en la montaña de la Transfiguración Moisés y Elías aparecen con Jesús significando que toda la Ley y los Profetas predijeron la venida de Cristo y de una manera oculta hablaron de él a través de la inspiración del Espíritu Santo.

Aun, por todos los paralelos hay una diferencia significativa entre las “transfiguraciones” de Moisés y la transfiguración de Jesús, y esto es que Moisés fue transfigurado por estar en la presencia de Dios, transfigurándose por algo externo a él, mientras que con Cristo, la transfiguración es simplemente un regalo a Pedro, Santiago, y a Juan dándoles un vislumbre de a verdadera gloria natural a su misma persona (Mateo 17:2).  A este punto, podemos preguntarnos ¿Qué tiene que ver todo esto con la Cuaresma? Bueno, justo antes de ascender al monte de la Transfiguración, Jesús predice su Pasión, muerte y también le dice a sus discípulos “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.  Pues el que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que sacrifique su vida por causa mía, la hallara.  ¿De que serviría a uno ganar el mundo entero si se destruye a sí mismo? ¿Qué dará para rescatarse a sí mismo? (Mateo 16:24-26).

Amigos míos, durante esta temporada de Cuaresma se nos pide que renovemos nuestra resolución cuando se trata de cargar con las cruces que tratamos cada día, y hacer una firme decisión a cargar esas cruces para la mayor gloria de Dios.  Si, vivir la vida de un discípulo de Cristo solo puede conducir a un lugar, el Calvario, pero ¡El Calvario es la puerta de la entrada a la vida que vislumbramos en el monte de la Transfiguración! Porque vean, Cristo no vino simplemente a demostrar la gloria de Dios a la familia humana, sino que vino precisamente para que la familia humana ¡pueda compartir en esa misma gloria!  Esta es la bendición prometida a Abram y al igual que Abram, nosotros estamos llamados a alcanzar su cumplimiento a través de una jornada, una peregrinación en la que nos unimos a Cristo, lo que le permite guiar y animar nuestros pasos a medida que nos transfiguramos cada vez más en las personas que él nos creó para ser, porque en esto, Dios es verdaderamente glorificado (Juan 15:8).

Su sirviente en Cristo,

Tony

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