XXIV Domingo Ordinario: 9-11-16
La Paz Sea con Ustedes,
A través de las semanas pasadas, hemos recibido un curso difícil que nos da Jesús acerca del discipulado que alcanzo un cruce critico el último fin de semana. Ahí encontramos lo que verdaderamente requiere ser un discipulado, i.e. ser un verdadero discipulado se trata acerca de poder ver el mundo a través del paradigma de la cruz. Hablar de la cruz como paradigmático para la vida no es disminuir la realidad de la cruz, reduciéndola a un mero símbolo. Más bien, es un intento a hacer la cruz la base de la vida diaria, diciendo que si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús de Nazaret, tenemos que hacer la realidad del amor total de la cruz una realidad en muestra vida diaria. Claro que decir esto es una tarea muy difícil, es por eso que hoy; nuestro Dios nos ofrece una promesa de amor y de misericordia.
La misma visión Cristiana del mundo que nos podría llevar a basar nuestra vida diaria en la cruz solo tiene sentido comprendiendo otros ciertos aspectos del mismo punto de vista. Porque decir que la cruz representa un modelo de perfección en la vida, es decir algo decididamente raro, a menos de que haya algo más en la historia. El resto de la historia es la historia de la Salvación. Dios por su bondad amorosa crea el mundo. Nuestros primeros padres rompieron la bondad del orden de la creación al caer de la relación desinhibida que tenían con Dios y así, permitiendo que la muerte entrara al mundo. A partir de entonces, Dios trata de restablecer esta relación de varias maneras con el fin de regresar las cosas al orden correcto, un orden basado en amor. Esto por ultimo culminaría con la muerte de La Segunda Persona de la Santísima Trinidad en la cruz del Calvario, la única acción que pudiera deshacer la caída, y restaurar la creación a la relación propia con su amoroso Creador. Sin embargo, la cruz no es una varita mágica. Pues aunque la puerta a una vida llena de gracia se abrió, y la posibilidad de compartir en la vida de Dios ya reinstalada, hasta el fin de los tiempos la familia humana se enfrentara con la opción de aceptar o rechazar esta gracia. Esto crea una tensión que existe en nuestra experiencia de vida que se puede describir como “ya lista pero todavía no.” Porque la cruz de Jesús ya nos ha salvado, pero solamente experimentamos la plenitud de esa salvación en la medida en que nos permitamos a ser conformados a esa realidad. En breve, los medios para nuestra perfección ya han sido puestos a nuestra disposición, pero todavía luchamos con las ramificaciones de nuestra condición caída.
Nuestra primera lectura de hoy del libro de Éxodo, nos da un buen ejemplo de como se ve esta tención. Ahora, seguro que el Éxodo se llevó a cabo mucho antes del evento del Calvario, sin embargo, nos proporciona un buen ejemplo para nuestro tema, porque el establecimiento del convenio con Israel intento a hacer lo que hizo la cruz, i.e. establecer la comunión entre Dios y Su pueblo. Dicho esto, en la historia del día de hoy nos encontramos con el pueblo de Israel que acaba de ser liberado de la esclavitud en Egipto por la poderosa mano de Dios a través de la mediación de Moisés. Habiendo llevado a cabo el acto salvífico, un convenio se debía establecer entre el pueblo y el Dios que los salvo. Nos unimos a la historia precisamente cuando Moisés está recibiendo la Ley, los parámetros de este compromiso de Dios en el Sinaí. Ahora (este es el aspecto crucial de la historia) al mismo momento en que Dios le está dando la Ley, que les permitirá al pueblo a vivir en comunión con su Dios, a Moisés, el pueblo está creando un Becerro de Oro para adorarlo. (Éxodo 31:18-32:6). Si esto le parece increíble e incluso enloquecedor, así debe ser. Porque, al mismo momento que Dios le extiende su amor al pueblo, ellos le dan la espalda; el amor de Dios es rechazado. Nos preguntamos ¿Cómo podrían haber hecho eso? ¿Cómo podrían haber sido tan ineptos, tan malagradecidos?
El Evangelio de hoy nos proporciona con un segundo ejemplo de la misma acción. Allí, encontramos la Parábola del Hijo Prodigo, una historia que todos hemos oído, pero tal vez tomamos muchos aspectos por concedidos. Para nuestros propósitos, la última parte de la historia nos proporciona un buen complemento a lo que ya se ha discutido. Al fin de la Parábola, encontramos que el prodigo regreso a su casa a los brazos abiertos de su padre. Un final feliz antes de enfocarnos en el hijo mayor. El hijo mayor no comparte el sentimiento de su padre, y al mismo momento en que todos celebran el restablecimiento de la relación entre padre e hijo, el hijo mayor da la espalda con indignación, enojado por la bienvenida acogedora que su padre le da a su hermano prodigo (Lucas 15:20-25). Nos decimos, ¡que idiota! ¿Cómo pudo el ser tan cruel con su hermano y con su padre? ¿Cómo podía haber sido tan frio de corazón? Lo que es interesante es que las dos historias, producen reacciones muy similares dentro de nosotros (si estamos prestando atención). Nos repugnan las accionas del pueblo y las del hijo mayor, y con razón, porque las dos son historias del rechazo del amor. Tal vez que esto se debe a que no tomamos tiempo para considerar que las acciones del pueblo y las del hijo mayor son nuestras propias acciones, o quizás es precisamente porque nos damos cuenta de que así es. Cualquiera que sea el caso, parece que es un triste aspecto de nuestro estado caído que rechazamos el amor de Dios exactamente cuándo lo estamos experimentando. Considere por un momento, con qué frecuencia está en la Iglesia y su mente se comienza a desviar, en lugar de considerar la belleza del trabajo salvífico de Dios, usted critica la ropa de otro, o considera sus fechorías. Y, si tenemos la suficiente suerte de salir de Misa sin habernos distraído del amor que está enfrente de nosotros, muy a menudo, cuando llegamos al estacionamiento comenzamos con los chismes o a discutir unos con otros. Y este es solo un escenario. La lista no tiene fin, en poco tiempo podríamos sumar las veces en el último día que hemos quedado cortos de vivir el amor que hemos recibido, y nos sentimos desesperanzados. Sin embargo, no tenemos que desesperar.
Mis amigos, decir como Pablo lo dice hoy en su primera Carta a Timoteo, que somos primeros entre los principales pecadores (1 Timoteo 1:15), que hemos quedado cortos para lo que hemos sido creados, ¡es lo mismo que decir que estamos en desesperada necesidad del amor misericordioso de Dios! Es aquí que la vida de un Cristiano comienza: reconociendo que las cosas no son como deben ser y la única manera de arreglarlas es permitiendo que el amor misericordioso de Dios penetre en nuestras vidas para que el poder de ese amor llegue a ser evidente y transformador en las vidas de todos al nuestro alrededor, tal como se hizo para Pablo (1 Timoteo 1:16). Vivimos en una ironía confusa, y es precisamente al reconocer que vivimos en tal estado que nos permite reconocer que sí, hemos caído, pero nuestro Dios no quiere dejarnos allí. El desea envolvernos con Su amor misericordioso, para que nosotros, junto con toda la creación, podamos alcanzar la vida eterna con El. Este día, ¡permite que tu condición caída te lleve a los brazos misericordiosos del Redentor para que El continúe Su trabajo de amor dentro de ti y por medio de ti con todos los que te encuentres!
Su sirviente en Cristo,
Tony Crescio is the founder of FRESHImage Ministries. He holds an MTS from the University of Notre Dame and is currently a PhD candidate in Christian Theology at Saint Louis University. His research focuses on the intersection between moral and sacramental theology. His dissertation is entitled, Presencing the Divine: Augustine, the Eucharist and the Ethics of Exemplarity.
Tony’s academic publications can be found here.