XVIII domingo ordinario: 7-31-16
La Paz Sea con Usted,
Durante las últimas semanas hemos estado recibiendo un curso de Jesús respecto al fundamentalismo de discipulado. Hemos visto que la vida de un discípulo es: 1) Fundada sobre una relación con Cristo que busca unidad con El; 2) Tiene la imitación de Cristo como su propósito practico; y 3) Consiste de dos fundamentales y complementarias dimensiones: la activa y la contemplativa. Esta semana se nos da instrucción en cómo estas dos dimensiones de la vida de discipulado deben ser aplicados cuando se trata de bienes materiales.
“¡Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión!” Así comienza el mensaje relatado por Qohelet en nuestra primera lectura de Eclesiastés. Para muchos esto puede parecer cómo un comentario nihilista de la vida expresado por el autor, cuyo mismo nombre significa “recolector” o “adquiridor” en hebreo. Si leemos más adelante se nos informa al hecho que este individuo ha acumulado muchas de las cosas buenas que la vida tiene que ofrecer (riqueza, placer, poder), y ha llegado a la conclusión que no vale nada al fin de nuestra vida, todo lo que hemos adquirido tendrá que ser entregado a otro (cf. Ec. 2:21). La parábola relatada por Jesús en nuestro Evangelio de hoy tiene mucho del mismo mensaje, pero incluye dos distinciones importantes.
Para empezar, Jesús no nos dice que tener bienes materiales es malo, pero nos da una advertencia importante, que debemos que tener cuidado y protegernos contra toda codicia porque nuestra vida “no depende de la abundancia de los bienes que posea” (Lucas 12:15). La advertencia es contra la codicia, la característica que demuestra el hombre en la parábola, no es contra los bienes materiales por sí mismos. Esta es una distinción importante porque se nos dice que para el cristiano no es necesario denunciar todos los bienes materiales (a pesar que seguramente algunos lo hacen y sirven cómo viva proclamación enfática del mensaje proclamado hoy), sino que los bienes materiales se deben ver con la propia actitud.
Esta actitud es resumida y explicada mejor por el concepto la indiferencia ignaciana, cómo es explicado por San Ignacio de Loyola, un hombre que, cómo Qohelet, tuvo mucho de los bienes que el mundo ofrece antes de alcanzar su conversión. Cómo San Ignacio escribe en sus Ejercicios Espirituales: “Debemos entonces, sobre todas las cosas, tratar de establecer nosotros mismos un desapego completo con respecto a todas las cosas creadas…ya que el orden requiere que deseamos y escojamos en todo lo que nos conduzca de seguro al fin para el cual fuimos creados.” El fin que menciona aquí San Ignacio es el mismo fin al cual nuestra vida de discipulado es dirigida cómo lo explica San Pablo en la segunda lectura de hoy, unidad con nuestro Dios por medio de Jesucristo (cf. Col 3:1-5 &9-11). Por lo tanto, siguiendo el pensamiento de San Ignacio, debemos procurar tener todas las cosas en nuestra vida solamente a la medida que nos conduzca para acercarnos más a este fin, y rechazarlas si nos apartan o nos alejan más de este fin.
Mis amigos, Qohelet, Pablo y Jesús nos animan esta semana a mantener un desapego saludable cuando se trata de bienes materiales. Esto no es una condenación a los bienes materiales, sino un llamado para ver las cosas como son. Es decir, que los bienes materiales no tienen la capacidad para satisfacer, o traernos felicidad por si mismos. En ves, solo tienen valor si los podemos usar para acercarnos al fin para el cual hemos sido creados, unidad con Dios en Quién “vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28). Si podemos aceptar este mensaje no nos limitaremos a ser ricos en una manera que eventualmente se desvanezca, sino alcanzar a ser ricos en lo que vale ante Dios. Y ¿Qué es lo que vale ante Dios? Que tengamos vida, y la tengamos en plenitud (cf. Juan 10:10), cómo El lo probo cuando mando a Su Hijo para poder tener la posibilidad de vivir justo esa vida (cf. Juan 3:16). Así que, si nos hiciéramos ricos en lo que vale ante Dios, debemos vivir como el Hijo Encarnado. Es decir, debemos vivir vidas de amor sacrificial con todo lo que poseemos; bienes materiales, habilidades, tiempo, etc. Al hacerlo así, a la misma ves ayudamos a otros a vivir una vida en plenitud y de este modo acumularemos el tipo de riqueza que realmente vale ante Dios.
Su sirviente en Cristo,
Tony
Tony Crescio is the founder of FRESHImage Ministries. He holds an MTS from the University of Notre Dame and is currently a PhD candidate in Christian Theology at Saint Louis University. His research focuses on the intersection between moral and sacramental theology. His dissertation is entitled, Presencing the Divine: Augustine, the Eucharist and the Ethics of Exemplarity.
Tony’s academic publications can be found here.