I Domingo de Adviento: 11-27-16
La Paz Sea Con Ustedes,
El pasado fin de semana, nuestro año litúrgico culmino con la celebración de la Fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Allí vimos que el Rey que proclamamos es diferente de cualquier otro gobernante soberano, porque no viene ante todo a imponernos la ley, sino que, Él es el Rey de Corazones que viene a despertar nuestros corazones al amor, demostrando su amor por nosotros. Este fin de semana comenzamos un nuevo ano litúrgico con el comienzo de la Temporada de Adviento donde nos preparamos para encontrarnos con el Rey de los Corazones que viene al mundo a rescatar los corazones de los que el ama.
¿A quien no le encanta una buena y anticuada historia de una doncella en peligro? Como niños, crecemos escuchando cuentos de doncellas que necesitan ser rescatadas por un príncipe. Recuerden a Blanca Nieves, La Bella Durmiente, Cenicienta, o más recientemente, Fiona en Shrek. Y quien se puede olvidar de cuando jugábamos los clásicos juegos de video Nintendo Super Mario Brothers, donde la misión era de navegar a Mario por un mundo de extrañas plantas come- plomero, gobernado por koopas malvadas con el fin de rescatar a la Princesa Peach para poder vivir felices para siempre. Podríamos añadir a la lista personajes como Mary Jane de Spiderman, la Princesa Leia de Star Wars, Ann Darow de King Kong, y Kim Mills de Taken, la lista podría seguir y seguir. El punto es que nos encanta una buena película de rescate. Fácilmente, nos encontramos captivados en un cuento que cuenta de un héroe haciendo todo lo que puede para salvar a la que ama, nos preguntamos: ¿Que tendrá que hacer para cumplir su misión? ¿Hasta dónde tendrá que ir? ¿Qué riesgos tendrá que tomar? ¿Saldrá todo bien al final? Nuestros corazones corren como animamos al héroe y esperamos que él logre su misión aun cuando las cosas parezcan desesperadas, todo el tiempo esperando que los escritores no nos hayan decepcionado: ¿Esto no podría posiblemente tener un final triste, o sí? nos preguntamos.
Como comenzamos un nuevo ano litúrgico es importante no perder la vista del drama que se desarrolla ante de nosotros. Muy a menudo, vamos a Misa o a un servicio el domingo y nos encontramos aburridos. Bostezamos, intentamos a echar un vistazo a nuestros teléfonos o reloj a ver cuánto tiempo más falta hasta que nos “dejen libres” de la monotonía de estar sentados en una banca de madera rodeados de cuerpos como zombis, tal parece que todos experimentan el mismo letargo. El problema es que no reconocemos el drama que se nos está siendo proclamado y en el que estamos participando, no solo en ese momento, pero en cada momento de nuestras vidas, todo a partir de ahí mismo de esa banca de madera. Si realmente comprendiéramos lo que está pasando, no tendríamos que arrastrarnos a la Iglesia los domingos, llegaríamos temprano, nos sentaríamos al borde de nuestros asientos esperando a escuchar la próxima parte de la historia, de la misma manera que un niño le pide a sus padres que lean un capitulo más antes de apagar la luz para dormir. La Iglesia se da cuenta de esto, y hace todo lo posible para establecer el drama para nosotros en la presentación del calendario litúrgico. Sin embargo, sino nos permitimos a participar en el drama, no solo nos perderemos la mayor parte de la historia más hermosa de amor que jamás haya sido contada, nos perderemos de las vidas para las cuales fuimos creados a vivir, vidas que desempeñan un papel único en el drama de la Divina Providencia. Ese drama comienza hoy.
Nuestra primera lectura de hoy del Libro de Isaías es el equivalente de un mensaje de autodestrucción de Misión Imposible que le presenta la misión a nuestro héroe. Allí, oímos al profeta decirnos que es lo que la venida de nuestro héroe traerá, y es un mensaje que todos debemos esperar, y además, es un mensaje en el que todos debemos reconocer que necesitamos la fuerza de un verdadero Salvador para poder llevarlo a cabo. El mensaje que oímos es la visión del profeta de la culminación del mundo, el fin de la historia de amor. Los días vienen, se nos dice, cuando “el cerro de la casa de YAVE encabezara a los otros montes y dominara los lugares más elevados. Irán a verlos todas las naciones” (Isaías 2:2). En esa montaña, se nos dice, no solamente ya no habrá guerra, pero hasta la posibilidad o amenaza de guerra se desaparecerá y será reemplazada por la paz para siempre. (Isaías 2:4). Es esta paz universal que El Rey de Corazones, nuestro Salvador- heroico, viene a iniciar. Podríamos darle un vistazo a esta profecía y nos preguntamos cómo esto es posible con todas las terribles cosas que están pasando en nuestro mundo hoy en día, y seguramente que había muchos en Israel en el tiempo que Isaías primero les dijo de su visión quienes se preguntarían la misma cosa. Ellos miraban a su alrededor como lo hacemos nosotros, y se preguntarían que es lo que se necesitaría para poner las cosas bien otra vez. Ellos sabrían, como nosotros, que algo dramático necesitaría pasar, pero nunca se imaginarían la solución, una solución tan impresionante que aun después de 2,000 años todavía tenemos que entender lo que realmente sucedió porque si lo entendiéramos, el mundo se vería mucho más diferente.
En nuestro mensaje del Evangelio de hoy, escuchamos a Jesús hablando acerca de que tan inesperada y hasta misteriosa es la solución a los problemas que el mundo se enfrenta. Allí encontramos a Jesús diciéndoles a sus discípulos, “Por eso estén despiertos, porque no saben en que día vendrá su Señor” (Mateo 24:42). Es interesante fijarnos que en su contexto histórico, Jesús les está diciendo a sus discípulos acerca de su segunda venida, y sin embargo la Iglesia elige usar este pasaje en particular para el primer Evangelio de Adviento, ¿Por qué? La razón es que su primera venida fue tan inesperada que muchos todavía tienen que darse cuenta de que sucedió. Jesús lo describe así: “Fíjense en esto: si un dueño de casa supiera a que hora de la noche lo va a asaltar un ladrón, seguramente permanecería despierto para impedir el asalto en su casa” (Mateo 24:43). Si el pasaje parece un poco misterioso, debería. ¿Quién es este ladrón de quien habla Jesús? Tal vez sería mejor primero preguntar ¿quién es el maestro de la casa? Dado que Jesús está hablando, podríamos asumir que el amo de la casa es Dios, pero estaríamos equivocados. Dos veces en el Evangelio de Juan, Jesús se refiere a Satanás como “el amo de este mundo” (Juan 12:31 y 14:30), Pablo se refiere a Satanás como “el dios de este mundo” en su Segunda Carta a los Corintios (2 Corintios 4:4), y en la Primera Epístola de Juan se nos dice que “el mundo entero está bajo el poder del Maligno” (1 Juan 5:19). Ahora, seguro que esto es una realidad desagradable, que es probablemente la razón por la que no hablamos de ella ya. Sin embargo, es real, y a un nivel práctico, hace la historia más creíble y dramática. Después de todo, si no necesitamos ser rescatados, “¿por qué necesitamos un Salvador-heroico? Podemos preguntarnos de inmediato, ¿cómo es posible que el mundo esté bajo el control de Satanás? Esta es una pregunta con la cual las mentes más grandes en la historia de nuestra religión se han enfrentado, desde Agustín hasta Aquinas, todos ellos con diferentes respuestas. Pero la principal cosa es esta+
: Satanás, aunque creado bueno, ha caído de la comunión con Dios, y por eso, desea que otros sean atrapados en la miseria que el experimenta. Habiendo pecado a la tentación de Satanás, nuestros primeros padres, se encontraron en el dominio de los caídos junto a él, que en una lucha cósmica busca asegurar nuestra separación eterna de nuestra propia fuente de vida, de Dios. Por esta razón, Jesús se refiere a Satanás en el Evangelio de hoy como “el amo de la casa” y a él como…espérense… ¿el ladrón? Parece extraño, ¿no? Pero algunos de los más grandes pensadores de nuestra tradición han contado la historia de nuestra salvación de la misma manera.
San Gregorio de Nyssa describió la Encarnación de esta manera: “Por eso fue que Dios, en orden de hacerse fácilmente accesible a el quien busco el rescate para nosotros, se veló en nuestra naturaleza. De esa manera, como lo es con los peces codiciosos, podría tragar la Divinidad como un anzuelo junto con la carne que era el anzuelo” (Discurso en Instrucción Religiosa, 24). Encontramos ecos del mismo tipo de historia en las obras de Agustín y Máximos el Confesor, pero mi descripción favorita viene de un pensador mucho más reciente. En Mere Christianity, C. S. Lewis describe el drama de la Encarnación de esta manera: “Territorio ocupado por los enemigos, eso es lo que este mundo es, el Cristianismo es la historia de cómo el rey legitimo ha aterrizado, podríamos decir disfrazado, y nos está llamando a todos a participar en una gran campaña de sabotaje” (Mere Christianity, Harper Collins, 46). La descripción de Lewis añade otra dimensión a la historia que es especialmente apropiada para que consideremos como comenzamos esta temporada de Adviento. Fíjense, nuestro Dios no nos pide que nos sentemos, nos relajemos y veamos la historia a medida que se desarrolla, sino que, en cambio nos pide que desempeñemos nuestro papel. Como San Pablo nos dice este día, “Ahora es la hora para despertarnos de nuestro sueño, porque nuestra salvación está cerca” (Romanos 13:11). ¿Y cómo es que despertaremos de nuestro sueño? Poniéndonos la armadura de luz y conduciéndonos como hijos de Dios.
Amigos míos, esto es de lo que se trata la Temporada de Adviento, preparándonos para darle la bienvenida a nuestro Rey y Salvador. Pero la única forma en que lo reconoceremos a su llegada es preparándonos de mente a través de la oración y la acción ayudando a los más necesitados; porque solo la virtud puede reconocer su arquetipo. Si por otro lado, nos dejamos atrapar en el comercio de la temporada, no tenemos casi ninguna posibilidad de reconocer a El que viene a rescatarnos; porque él no viene en las luces brillantes de la pompa y circunstancias, ni en un paquete brillante y firmemente envuelto, el viene como un bebe, acostado en un humilde pesebre. Este ano, no se sienten a ver como se desarrolla el drama, levántense de sus asientos y prepárense para participar en la misión de rescate más grande que el mundo haya visto imitando la humildad del Rey de Corazones. Al hacerlo así, pueden estar seguros que serán sorprendidos por la alegría que experimentaran a su venida. Habiendo pasado semanas haciendo el trabajo de reconocimiento de un humilde servicio a Dios y al prójimo, habrán preparado un lugar para que él entre en sus corazones.
Su servidor en Cristo,