Cuarto domingo de Tiempo Ordinario: ciclo A
La Paz sea con Ustedes,
Este fin de semana nuestras lecturas nos invitan a regresar justo a donde dejamos nuestras lecciones sobre cómo debemos vivir en imitación del Cordero de Dios. Pero primero vamos a recordar lo que hemos aprendido en los últimos dos domingos. Para empezar hace dos semanas encontramos que como individuos creados a través del Hijo en imago Dei, encontramos que va de acuerdo con nuestra naturaleza responder al don de vida Eucarísticamente, i.e. con una disposición de acción de gracias hacia Aquel que nos ha dado la existencia. En conjunción aprendimos que esta respuesta de acción de gracias le da eco al Cordero de Dios, quien supera la división del pecado y de la muerte por la ofrenda “este es mi cuerpo, entregado por ustedes,” tanto al Padre como a la familia humana, con el fin de reconciliar a ambos, actuando como puente metafísico entre las naturalezas dispares que atravesamos imitando la acción del Hijo. Luego el pasado fin de semana encontramos que es por esta misma respuesta que simultáneamente entramos en comunión con nuestro Creador así siendo transformados de la oscuridad de la división y de la muerte a la Luz de Vida y así convertirnos en redes vivientes proyectando la Luz de la Vida en la que participamos, al mundo caído con la esperanza de que todos puedan ser reunidos en la unidad de la gloria y la vida de Dios. Hoy aprendemos como es que debemos de participar en esta transformación de nuestras vidas a fin de que cada vez podamos convertirnos más eficazmente en redes que atraigan al mundo a unidad con su Creador.
El cambio es difícil. No les estoy diciendo nada de lo que ya saben, pero piensen en esto por un segundo. Recuerden la última vez que tuvieron que pasar por algún cambio de cualquier tipo. Podría haber sido un cambio de residencia, posiblemente una movida muy lejos del lugar que llama su casa por mucho tiempo. Quizás fue un cambio de empleo. O quizás fue un intento a una resolución de Año Nuevo, que las estadísticas muestran que están en grave peligro de dejarse al lado alrededor del primer mes en el Año Nuevo. En otras palabras, si ustedes hicieron alguna resolución de Año Nuevo, es más probable que no, que se darán por vencidos cualquiera de estos días. Ahora, no estoy planteando todos estos ejemplos para ser un tremendo deprimente, sino para demostrar la declaración con la que comencé; el cambio es difícil. ¿Por qué es eso?
Bueno, no voy a tratar de dar una respuesta científica o comprensiva a esa pregunta. Sin embargo, voy a presentar un par de ideas que creo que contribuyen en gran medida a nuestra aparente incapacidad para hacer cambios, ya sea voluntariamente o con éxito o ambos. Comencemos diciendo que muy a menudo la experiencia del cambio es diferente de nuestra planificación de la misma. ¿Por qué? Yo sugiero que porque naturalmente deseamos una vida de dinamismo, después de todo, somos por nuestra naturaleza hechos para participar en la vida dinámica de la fuerza que subyace toda la realidad, i.e. la vida Trina de nuestro Dios. Sin embargo, mientras que naturalmente tenemos sed de este dinamismo hay algo dentro de nosotros que parece desafiar naturalmente dicho dinamismo, deseando a permanecer en el mismo sitio, capaz de definirnos en un cierto título de profesión determinada, estatus económico, e incluso geográficamente, poniendo raíces y poseyendo una casa. Ahora, no estoy diciendo que estas cosas son malas en sí mismas, en vez mi enfoque esta en nuestro deseo de definirnos. Fíjense en lo que realmente es esto, es un deseo de estancarse, de estar en un lugar y decir, “esto es quien yo soy, esta es mi identidad.” Pero observen lo que ha ocurrido aquí, al tratar de definirnos y a plantar una bandera en algún espacio metafísico, hemos hecho precisamente lo que Adán y Eva hicieron cuando llegaron a ese árbol y arrancaron la proverbial manzana, estamos buscando la existencia por nosotros mismos, definida como nosotros la definiríamos, y esto es antitético a la naturaleza dinámica para la cual hemos sido creados.
Vamos dando un paso más allá. Muy a menudo cuando nos proponemos a cambiar, nos desilusionamos con la dificultad que nos enfrentamos en la realización de dicho cambio. Pregúntenle a cualquiera persona que haya intentado a dejar de beber, fumar, o intento a abstenerse de esa deliciosa pieza de chocolate para cortar unos centímetros de su línea de cintura, el cambio no es tan simple como decir, “Si, yo puedo dejar de hacer eso.” En otras palabras, lo que ha pasado es que nos hemos sobreestimado. Coincidentemente esto es precisamente porque las personas en Alcohólicos Anónimos tienen un patrocinador y porque los expertos nos dicen que si realmente queremos lograr nuestras metas, es mucho más probable que lo hagamos si le decimos a alguien que nos pueda responsabilizar. En breve, intentar a cambiar es la manera más rápida de llevarnos a la realidad, dándonos una visión realista de lo que estamos hechos.
Esto es precisamente lo que las lecturas para hoy nos llaman a entender. Pero primero, tomemos un rápido paso hacia atrás para tomar nota de un detalle contenido en nuestra lectura del Evangelio de la semana pasada. Allí nos dijeron que Jesús comenzó a predicar y a decir, “Renuncien a su mal camino, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mateo 4:17; mi traducción). La palabra aquí traducida como arrepentimiento es la palabra Greca metanoeite, que literalmente significa cambiar de opinión. Hace dos semanas vimos que la actitud del Cordero de Dios, al cual estamos llamados a imitar, es de humilde obediencia (Filipenses 2:6), y es precisamente la humildad la que permite una actitud de arrepentimiento a la cual Jesús nos llamó la semana pasada y que se hacen destacar en nuestras lecturas de hoy.
La razón porque la humildad tiene la capacidad de transformar la manera en que vemos las cosas se ve en el significado literal de la palabra. Humildad tiene sus raíces en la palabra Latina humus, que significa tierra o suelo. Así, una actitud humilde nos da una visión realística de la realidad, comenzando por nosotros mismos y nuestra situación metafísica en la vida, una situación metafísica caracterizada por una completa dependencia de nuestro Creador para cada momento de nuestra existencia (Sabiduría 11:24-25), “El cuya palabra poderosa mantiene el universo” (Hebreos 1-3; cf. Colosenses 1:17). Hoy, en nuestra lectura del Evangelio de Mateo, es esta misma Palabra por la que todas las cosas se mantienen en existencia que comienza su famoso Sermón del Monte con la proclamación de las bienaventuranzas.
Nuestra lectura del Evangelio comienza diciéndonos, “Jesús, al ver toda aquella muchedumbre, subió al monte. Se sentó, y sus discípulos se reunieron a su alrededor. Entonces comenzó a hablar y les ensenaba diciendo…” (Mateo 5:1-2). Para nosotros esto parece ser una simple descripción de colocación, pero para los judíos las acciones descritas aquí son extremamente significativas. Fíjense que se nos dice que primero ‘se sentó’ y luego ‘sus discípulos vinieron a él.’ ¿Por qué este orden de palabras en lugar de simplemente decir que sus discípulos estaban con él y les comenzó a enseñar? Porque en la cultura Judía, cuando los rabinos enseñaban, lo hacían sentados. Sin embargo, Jesús no está sentado en ninguna silla ordinaria, está sentado encima de una montaña. Recordemos aquí que Tomas de Aquino describió la sabiduría como el alcance de Dios, o la vista desde la cima de la montaña, desde la cual se puede ver el orden de las cosas. Observen ahora la hermosa complejidad aquí. Tenemos la misma Palabra de Dios a través de la cual todas las cosas habían sido hechas y en las cuales todo se mantiene en existencia (Colosenses 1:16-17). Aquel al que Pablo, y muchos Padres de la Iglesia después de él, identificarían como la misma Sabiduría de Dios (1 Corintios 1:24), físicamente ascendiendo al alcance de la sabiduría para ensenarnos. Para estar seguro, lo siguiente tendrá mucho que decirnos sobre la realidad de cómo son las cosas. Y el primer consejo que Jesús tiene para nosotros es ser humilde, como él dice “Felices los que tienen el espíritu del pobre” (Mateo 5:3). Si recordamos la definición de la humildad, esto tiene todo el sentido del mundo, porque teniendo una apropiada visión de nosotros mismos, i.e. sabiendo que toda nuestra existencia depende de Dios a cada segundo de cada día, nos coloca en una posición para comenzar a crecer más cerca de él.
San Agustín de Hipona leyó las bienaventuranzas como una receta para el desarrollo espiritual (El Sermón de nuestro Señor en el Monte, Libro 1, capitulo 4). Por consiguiente, Agustín nos dice que las palabras “Felices los que tienen el espíritu del pobre,” indican que la “primera fuente de bienaventuranza es la humildad,” ya que hace posible cada etapa subsecuente. Luego, Agustín identifica la mansedumbre con la piedad, que busca aprender todo lo que puede de las escrituras. La tercera etapa se caracteriza entonces por la comprensión, ya que aquellos que comprenden lo que hemos perdido al estar separados de Dios lloran por su estado actual. Esta realización nos conduce a la siguiente de hambre y sed de justicia, mientras buscamos trascender nuestro estado actual y vivir de acuerdo con las bendiciones para las cuales fuimos creados. Habiendo llegado a la quinta etapa, nos volvemos misericordiosos cuando buscamos a ayudar a otros que se han enredado a las dificultades de la vida, deseándoles que emprendan este viaje con nosotros. Viviendo misericordiosamente nos hace puros de corazón, llevándonos así a la siguiente etapa en la que somos capaces de discernir más fácilmente entre el bien y el mal. “Finalmente, la séptima máxima es la sabiduría misma. Es la contemplación de la verdad, haciendo al hombre completo pacifico, y asumiendo la semejanza de Dios” (ibid.). Viendo esto como el pináculo, Agustín vio la octava bienaventuranza como devolviéndonos al principio, porque “presenta y aprueba algo consumado y perfecto” (ibid.).
Amigos míos, hoy se nos llama a comenzar a subir la escalera de la bienaventuranza, y como se sube cualquiera otra escalera, requiere tener un pie firme en el escalón de abajo y concentrarse en el escalón de arriba, así es con nosotros a medida que tratamos de aumentar la intimidad que compartimos con nuestro Dios. Como la Encarnación nos ensena, hemos sido creados para compartir la misma vida de Dios, pero no podemos llegar allí basándonos en la fuerza de nuestra voluntad. Si, el cambio es difícil, y transformarse de un pecador a un santo es la transformación más difícil que cualquiera de nosotros experimentaríamos. Dentro de este proceso, la humildad que nuestro Dios nos dice que comencemos nos permite a ver dos cosas: “Para los hombre es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mateo 19:26).
Su sirviente en Cristo,
Tony Crescio is the founder of FRESHImage Ministries. He holds an MTS from the University of Notre Dame and is currently a PhD candidate in Christian Theology at Saint Louis University. His research focuses on the intersection between moral and sacramental theology. His dissertation is entitled, Presencing the Divine: Augustine, the Eucharist and the Ethics of Exemplarity.
Tony’s academic publications can be found here.