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El Tejido de la Felicidad

Sexto domingo de Tiempo Ordinario: ciclo A

La Paz sea con Ustedes,

En los dos últimos fines de semana hemos estado explorando como entender a Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, como la Luz del mundo.  Además, hemos estado profundizando  nuestra comprensión  de lo que significa para nosotros ser participantes y portadores de la Luz que es Cristo.  Hace tres fines de semana vimos que decir que Cristo es la Luz es decir que él es la Verdad, la metáfora de la luz funcionando como un medio de comunicar como es que en su misma persona Cristo nos revela una última realidad, que es la unidad que brota de Deidad Trino que es nuestro Creador y cuyo ser soporta y está destinado a empapar todos los aspectos de nuestra vida.  Luego, hace dos fines de semana llegamos a entender cómo viviendo las bienaventuranzas nos conforma a esta realidad, permitiendo que la vida de Dios empape nuestra existencia, que a su vez, como vimos el fin de semana pasada, nos permite atestiguar de esta relación cada vez más profunda al mundo, extendiendo su mensaje de verdad a las áreas más rotas de nuestro mundo.  Este fin de semana se nos da una vista más cercana a la estructura de esta relación a fin de que podamos permitir que su estructura sirva como la base sobre la cual fijamos nuestra escalera de la bienaventuranza dándole una firme base.

El Evangelio para este fin de semana nos da una mirada de Jesús que a menudo descuidamos como sociedad y que es Jesús como legislador.  Muy a menudo, la descripción moderna de Jesús es una de “buen muchacho.”  Tendemos a pensar que Jesús es como alguien que quiere ser nuestro amigo, cuyo amor por nosotros nos anima a vivir la vida de la mana que pensamos que nos hace felices y nos da la licencia para hacerlo, no importa lo que hagamos, él nos amara de todos modos.  Por lo tanto, concluimos, nadie me puede juzgar ni decirme que lo que hago está bien o mal.  Si nuestro Evangelio hace una cosa para nosotros este día debe iluminarnos al hecho de que este modo de pensar no podría estar más lejos de la verdad.  Habiendo dicho esto, nuestras lecturas de hoy tienen mucho más que ofrecernos.

Para fin de comprender las palabras pronunciadas por Jesús con respecto a la Ley  en el Evangelio de hoy, es importante que las leamos dentro del contexto apropiado.  Debemos recordar que hace dos fines de semana comenzamos la sección del Evangelio de Mateo conocido como el Sermón del Monte.  Típicamente cuando oímos decir el Sermón del Monte pensamos en las Bienaventuranzas que comienzan  el sermón al principio del quinto capítulo del Evangelio de Mateo, pero la verdad es que este “sermón” es mucho más largo, llega hasta el fin del capítulo siete.  Esto siendo el caso, estaremos examinando su contenido hasta el comienzo de la Cuaresma.

Así que ¿Qué es el Sermón del Monte? En su comentario sobre el Sermón del Monte, San Agustín escribe que allí encontramos “como medida para las más altas normas de moralidad, es el perfecto patrón de la vida Cristiana” (El Sermón del Señor en el Monte, Libro 1, Capitulo 1).  Ahora, como gente de una cultura postmoderna, al oír la palabra “moralidad” nuestros oídos casi se cierran, ya que nos preocupa que alguien está a punto de decirnos que es lo que debemos de hacer.  Sin embargo, tomemos un segundo para considerar lo que significa la vida moral para Agustín.  Ustedes ven, para Agustín y el resto de los Padres de la Iglesia, junto con muchos otros pensadores antiguos, la cuestión de la moralidad esta esencialmente unida a la cuestión de lo que significa ser feliz en el sentido más verdadero del termino (cf. Agustín, El Modo de Vida de la Iglesia Católica, Libro 1, Capitulo 5.8).  Por lo tanto, cuando los Padres de la Iglesia leyeron el Sermón del Monte, entendieron que era la respuesta de Jesús a esta misma pregunta, como lo demuestra su principio con los  pronunciamientos definidos por la felicidad, que conocemos como las bienaventuranzas.  Esta idea se pierde un poco en la tradición ya que la palabra que traducimos como bendito es la palabra Griega makarios que es tan adecuadamente traducida “feliz” como es traducida “bendita.”  Por lo tanto, debemos entender el Sermón  en el Monte como la guía de Jesús para la felicidad.

Ahora, si todo lo que se ha dicho antes es realmente el caso, cuando empezamos a leer el Evangelio de hoy y escuchemos a Jesús diciéndonos “No crean que he venido a suprimir la Ley o los profetas.  He venido, no para deshacer, sino para traer lo definitivo” (Mateo 5:17), nos confundimos  un poco.  La razón siendo que en una sociedad contemporánea, la palabra “ley” ha llegado a tener la misma connotación negativa que la palabra “moralidad” tiene.  En pocas palabras, ambas palabras nos dan la impresión que le impone restricción a nuestra libertad, lo que a la vez impide nuestra capacidad de buscar la felicidad.  Por lo tanto, hablar de la ley, moralidad y felicidad en la misma frase simplemente no tiene sentido para nosotros.  Sin embargo, esto es meramente una percepción errónea de nuestra parte, que se ha incorporado culturalmente dentro de nuestras sensibilidades por varias razones, pero esto no debe de ser el caso, como un par de puntos clave nos demuestra.

Primero, como Cristianos creemos en un Dios que es nuestro Creador.  Y así como cualquier creador emprende el acto de la creación con un propósito específico para lo que él o ella crea en su mente, así también lo hace nuestro Dios.  La Iglesia nos ensena que este propósito esta grabado en la misma tela de nuestra naturaleza.  Para una explicación de cómo funciona esto, podemos mirar a Santo Tomas de Aquino.  Aquino escribió que estamos ordenados a nuestro fin (i.e. Nuestro propósito) por “principios interiores,” que naturalmente nos ordenan o nos obligan  interiormente a buscarlo, algo asi como la manera en que los objetos magnéticos se atraen unos a los otros (Summa Theologiae, I-IIae Q. 1.6 & Q. 2.4),  porque naturalmente deseamos nuestra perfección que logramos alcanzando dicho fin/propósito (Summa Theologiae, I-IIae Q. 1.7).  Además, porque estamos creados a la imagen de Dios, Aquino creyó que nuestro fin, o nuestro propósito, fue bienaventuranza (observen el paralelo con el Sermón del Monte), que el identifico como una activa participación en nuestro sumo Bien, i.e. Dios (Summa Theologiae, I-IIae Q. 3.1).  Puesto sencillamente, hemos sido creados para una perfecta comunión con Dios, y el mismo tejido de nuestra naturaleza busca esta comunión, que nosotros, a su vez, experimentamos básicamente como deseo a la felicidad.

Por favor fíjense, que en esta discusión de nuestro fin/propósito, hemos estado discutiendo la manera en que las cosas han sido creadas de manera que están intrínsecamente constituidas de una manera muy particular por una razón particular.  La descripción de cómo se han creado las cosas para existir dentro de una estructura ontológica, (i.e. la estructura básica de la realidad), la Iglesia habla de ella como la ley eterna.  Ahora observen que dentro de este paradigma, la Ley no es un conjunto arbitrario de regulaciones impuestas por un ser más grande que la vida que conocemos como Dios, sino que es una descripción de la última realidad, o nos dice la manera en que las cosas realmente son y han sido creadas para ser.  Así, cuando oímos “ley” debemos entenderla como una declaración de la realidad.” La Iglesia cree que esta ley ha sido cosida en el tejido de todas las cosas, incluyendo a nosotros mismos, de tal manera que tenemos una comprensión natural de la misma interiormente y exteriormente a través del funcionamiento de nuestro intelecto, este entendimiento se describe como la ley natural.  Además de la ley natural, la Iglesia habla de otra porción de la ley eterna conocida como Ley Divina.  Esta es la parte de la Ley que se nos ha sido revelada y que normalmente asociamos con los Diez Mandamientos.  Es en este último tipo de ley que encontramos a Jesús comentando el día de hoy.

En el Evangelio de hoy, cuando Jesus habla de la Ley el usa cuatro versiones de Ustedes han escuchado lo que se dijo…pero yo digo’ (Mateo 5:21, 27, 31 y33), indicando que él ha venido para ampliar y a perfeccionar la ley que fue dada al pueblo de Israel como parte de su pacto con Dios como el menciona en nuestro Evangelio de hoy (Mateo 5:27).  Así, desde la perspectiva de Jesús, no solo no debemos estar irracionalmente enojados hasta el punto de insultarnos unos a otros (Mateo 5:21-22); no solo no debemos engañar a nuestros cónyuges, pero no debemos mirar a alguien con lujuria (Mateo 5:27-28); y no debemos buscar una salida a nuestros compromisos, como el matrimonio, sino que debemos permanecer fieles a nuestra palabra (Mateo 3:31-32, y 33-36).

Ahora, podemos fácilmente absorbernos  en todos los “no” en las palabras de Jesús este día, y nos iríamos sintiéndonos reganados, sin embargo, esto perdería totalmente el punto.  Observen lo que Jesús nos está diciendo.  A través de su expansión de la Ley, Jesús nos está exhortando a vivir las vidas que hemos sido creados para vivir, y que puede conducirnos a la verdadera felicidad y que el después resumirá en un comprensivo mandamiento, i.e. Amar a Dios con todos nuestro corazón, alma y mente y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (cf. Mateo 22:37-39).  Observen por favor que en este sumario la totalidad de nuestras vidas están implicadas, lo que indica que la ley tiene que ver con el tejido mismo de nuestra naturaleza como se mencionó anteriormente.  Así, la razón por la que Jesús amplia la Ley no es para hacer que nuestras vidas sean más onerosas y  más molestias, sino ¡para que podamos vivir la vida al máximo! Esta es precisamente la razón por la que Dios nos revela su ley, como se nos recuerda en nuestra primera lectura para hoy (Siracida 15:15).

Amigos míos, como la Luz de la Vida Jesús viene a revelarnos lo que significa vivir la vida al máximo.  Hoy lo hace revelándonos más detalles sobre cómo vivir una vida plenamente humana.  Jesús no está simplemente sugiriendo un paradigma ético, está haciendo una declaración de la realidad, y hoy Jesús nos dice que es solo viviendo de acuerdo con esta realidad que podemos llevar una vida plena y verdaderamente feliz.  Esto es lo que nuestro Dios desea más que nada para nosotros, la manera en que nos creó está configurada para funcionar de esta manera, y cuando hizo imposible que el orden natural funcionara a través del pecado, envió a su Hijo para salvarnos o recrearnos, reintegrándonos, por decirlo así, a esta estructura (cf. Juan 10:10).  Sin embargo, como nuestro Creador él sabe cuál es nuestro propósito, pero no nos obligara a vivir de tal manera.  En vez, tal como nos recuerda nuestra primera lectura, nosotros tenemos que escoger (Siracida 15:15-16), y al final esta elección es realmente una cuestión de si deseamos una felicidad verdadera y duradera que nos encuentra convirtiéndonos en todo lo que hemos sido creados para ser.  Si lo hacemos, los ojos de la fe nos permitirán a ver las palabras que Jesús nos dice hoy por lo que verdaderamente son, una porción del pronunciamiento por el cual el coció junto el universo cuando el Padre hablo y a través de él fue creado todo, su Palabra (Juan 1:1-3; Colosenses 1:16).

Su sirviente en Cristo,

Tony

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