Quinto domingo de Cuaresma: ciclo a
La Paz Sea Con Ustedes,
Comenzamos nuestra jornada por la temporada de Cuaresma hace cinco y medio fines de semanas el Miércoles de Ceniza siendo recordados de la calidad radicalmente contingente de las vidas que vivimos. Porque al ser recordados que somos polvo y en polvo nos volveremos, nos damos cuenta de que “El hombre: sus días son como la hierba, el florece como la flor del campo; un soplo sobre él, y ya no existe y nunca más se sabrá donde estuvo” (Salmo 103: 15-16). Esta es una realidad que todos eludimos; Porque al considerar la muerte experimentamos una repugnancia interna que desea un remedio para lo que la naturaleza ha juzgado inevitable; Por nuestra misma naturaleza deseamos la vida, y quizás nunca más que cuando nos encontramos en la cara de la muerte. Esta temporada de Cuaresma ha intentado a instruirnos que este deseo tan profundo en nuestros corazones refleja el deseo del Dios que nos hizo, solo que el deseo del corazón humano nunca podría igualar la intensidad del amor que nuestro Dios tiene para la Vida en general y para la vida humana en particular. San Gregorio de Nyssa escribió que “el amor del hombre es una marca propia de la naturaleza divina,” (Oración Catequética, 15), y hoy vemos esta cualidad filantrópica de la vida divina en plena exhibición en la vida del Hijo Encarnado.
Casa: una palabra que tiene el poder que ilícita emoción en el corazón de la persona humana como ninguna otra, porque inmediatamente al oír la palabra las imágenes nos recuerdan del placentero olor de la comida hecha en casa, los ruidos placenteros de voces familiares, la vista de caras familiares, y objetos puestos cada uno en su propio lugar, todo junto crea una escena que trae un sentido de alegría y paz e nuestros corazones. Para muchos de nosotros algunos de los momentos más difíciles en la vida son aquellos que nos alejan del hogar, ya sea por elección o por coacción, y mientras estas escenas que en momentos de paz pueden traer alegría al corazón tienen el mismo poder de infligir tristeza. Dicen que hay dos tipos de personas que piensan en su hogar con más frecuencia que cualquier otra; Soldados y prisioneros. Lo que refleja una verdad antropológica de que aquellos que se encuentran lejos de casa por obligación recuerdan y anhelan los confines agradables de la casa con más frecuencia que los que escogen irse por sí mismos. Es en esta posición que el pueblo de Israel se encuentra en nuestra primera lectura para hoy.
Nuestra primera lectura viene del libro de Ezequiel, un profeta que vivió justo antes y durante el tiempo del exilio babilónico, que por ultimo seria víctima de exilo el mismo. Para muchos de nosotros las experiencias descritas anteriormente son lo más cercano que le llegaremos al exilio, sin embargo, no se acercan a la experiencia existencial del exilo literal. En términos contemporáneos, la experiencia del refugiado es más parecida a la del exilio, y, sin embargo, psicológicamente y espiritualmente, ser un refugiado moderno no puede alcanzar las profundidades de la experiencia de Tiempos antiguos. No digo esto para descartar el horror de la crisis de los refugiados modernos, sino más bien para resaltar un aspecto importante de lo que significaba para un pueblo antiguo ser exiliado. Y es que para los pueblos antiguos, el exilo no solo significaba que estabas lejos de las comodidades del hogar, sino que te habías alejado del dios de tu patria, porque se pensaba que los dioses habitaban el territorio en el que vivía su pueblo. Es este aspecto del exilo lo que hacia la experiencia no solo desgarrador sino que aterradora; Porque ahora uno se había separado de su fuente de protección supernatural sin medios de re-establecer la relación. En breve, ser exiliado era experimentar una especie de muerte mientras vivían; Uno estaba alejado de su casa, de su modo de vida y de su propio Dios.
Esta es precisamente el tipo de situación a la que se dirigía Dios a través del profeta Ezequiel en nuestra primera lectura para hoy. En esto el profeta nos dice que “Yave me hizo salir por medio de su espíritu. Me deposito en medio de un valle, que estaba lleno de huesos humanos” (Ezequiel 37:1). Los huesos rodeando al profeta eran un significado del pueblo exiliado, cuyo modo de vida se les había quitado y se decían a sí mismos Nuestro huesos se han secado, nuestras esperanzas se han muerto, hemos sido rechazados” (Ezequiel 37:11). Luego Dios le pregunta al profeta “¿Hijo de hombre, podrán revivir estos huesos?” (Ezequiel 37:3). Ya la respuesta está implícita en la pregunta; Una respuesta dada en Génesis cuando Dios respira su espíritu en el polvo de la tierra animando así el primer humano (Génesis 2:7). Y así como Adán había sido sometido a la muerte por su separación voluntaria de Dios, así también el pueblo de Israel se había sometido a esta muerte temporal conocida como exilio, al alejarse de la vida que Dios los había llamado a vivir (cf. Ezequiel capitulo 7). Sin embargo, de la misma manera que Dios una vez respiro vida a Adán donde no había ninguna, así que ahora Él daría vida a las personas liberándolos de cautiverio del exilo (Ezequiel 37:12-14). Simbolizado por los huesos que vuelven a la vida como el profeta les transmite el mensaje del Señor (Ezequiel 37:5-7).
Un poco de atención en las palabras que Dios le dice a Ezequiel que les diga a los huesos vale la pena notar aquí “Pondré en ustedes nervios, hare que brote en ustedes la carne, extenderé en ustedes la piel, colocare en ustedes un espíritu y vivirán: y sabrán que yo soy Yave” (Ezequiel 37:6). Fíjense por favor como Dios dice ‘hare que brote en ustedes la carne, extenderé en ustedes la piel.’ Ahora recuerden como después de la caída, inmediatamente después de decirles a nuestros primeros padres que volverían al polvo del que se habían sido formado (Génesis 3:19), “Yave Dios hizo para al hombre y su mujer unos vestidos de piel y con ellos los vistió” (Génesis 3:21). Después de haberlos vestido con carne Dios dice “Ahora el hombre es como uno de nosotros en el conocimiento del bien y del mal. Que no vaya también a echar mano al Árbol de la Vida, porque al comer de el viviría para siempre’ y así fue como Dios lo expulso del Jardín de Edén…Habiendo expulsado al hombre, puso querubines al oriente del Jardín del Edén, y también un remolino que disparaba rayos para guardar el camino hacia el Árbol de la Vida” (Génesis 22-24). Tomen nota que Dios expulsa a Adán y a Eva del jardín para que no vivan para siempre en el estado que su pecado les causo; i. e. Separados de Dios. La carne con la que Dios los arropa se convierte en los medios para su retorno a él por medio de su corruptibilidad. Vean la misericordia de Dios; Porque Dios ama tanto a la familia humana, a la que otorgo los reflejos de su belleza, creándolos a su imagen, que se niega a soportar esta separación y así transforma el castigo del pecado en su remedio; La muerte se convertirá ahora en la puerta de entrada a la vida, “y el castigo se convirtió en un signo de amor para la humanidad. ¡Esa, yo creo, es la forma en que Dios castiga!” (San Gregorio de Nazianzo, Oración 38, 12).
Sin embargo, ¿Cómo iba Dios a producir tal remedio? La persona humana no tiene el poder de superar las cadenas del pecado y la muerte con las que se ataron a la solicitud del Enemigo. No, se necesitaba una medicina más fuerte; Se necesitaba una muerte que no pudiera morir cf. San Atanasio, Sobre la Encarnación, 20). Así, en la plenitud de los tiempos la Vida Misma se hizo carne, uniéndose con lo corruptible para liberarse de las cadenas de la mortalidad. Y tan profundo era su deseo de encender en plena llama la incipiente imagen dentro de la humanidad que se dignó a experimentar sus tribulaciones, lo impasible haciéndose sujeto a la pasividad emocional del alma humana para demostrar que Dios también posee el corazón de un amante, el corazón de un amante par exellence que considera el cautiverio de su amada un afrento a su mismo Amor para la Vida.
El Evangelio de hoy deja desnudo el corazón de este Amante para que el mundo lo vea. Porque cuando se enfrenta con el dolor y la angustia de la muerte, el Dador de Vida se mueve a llorar. Jesús lloro (Juan 11:350, Tan seguro como lloro por Lázaro ¡el llora por ti y por mí! Porque “Dios no hizo la muerte, y no le gusta que se pierdan los vivos. El creo todas las cosas para que existan” (Sabiduría 1: 13-14), y viendo su benevolente acto de creación tan frustrado por el oscuro mal de la inexistencia, inspira dentro de sí una ira justa para destruir todo lo que retiene la vida. Así, el remueve todo lo que emita la sombra del mal sobre la vida con un mandamiento solemne “Quiten la piedra (Juan 11:39). Pero esto no fue suficiente, porque la gloria de Dioses es una persona humana plenamente viva (cf. San Ireneo, Contra las Herejías, Libro 4.20.7) y así cuando nos llama fuera de la oscuridad de la muerte y a la Luz de la Vida, le ordena a la muerte que suelte a sus amados diciendo ‘¡Desátenlos y déjenlos caminar!’ (cf. Juan 11:44).
Amigos míos, ¡miren como Dios desea su libertad! Tanto desea que ustedes experimenten la plenitud de la vida que los estragos del pecado que es la muerte misma del alma y el cuerpo lo mueven a lágrimas. Vemos esto ahora y lo veremos de nuevo en un par de semanas en el Jardín de Getsemaní; Tan ardientemente ama la vida el Hijo de Dios que incluso el pensamiento de la muerte empuja su cuerpo mortal a la tierra en angustia, pidiéndole al Padre que permita que la copa de la mortalidad pase de el si es posible (cf. Mateo 26: 38-39). Sin embargo, a pesar de su angustia, él se encomienda a Aquel que es la fuente de Vida diciendo “Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tu” (Mateo 26:39). Hoy el rostro del Amor sonríe sobre nosotros a través del dolor que afecta su más sagrado corazón, haciendo que las lágrimas corran de sus preciosísimos ojos y lleguen sobre de ti para nutrir la imagen de amor que él ha plantado allí para que pueda arraigar, romper la oscuridad del pecado y disfrutar la Luz brillante de su hermoso corazón. Mira este rostro ‘ve cómo te ama’ (Juan 11:36) y ¡permítete sentir las cálidas lagrimas del Salvador que llora, para que penetren al interior más profundo de tu alma llamándote a tu casa y a una nueva vida!
Su sirviente en Cristo,
Post image: Tim Green-Flickr
Tony Crescio is the founder of FRESHImage Ministries. He holds an MTS from the University of Notre Dame and is currently a PhD candidate in Christian Theology at Saint Louis University. His research focuses on the intersection between moral and sacramental theology. His dissertation is entitled, Presencing the Divine: Augustine, the Eucharist and the Ethics of Exemplarity.
Tony’s academic publications can be found here.