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Restaurando la Unidad

Vigésimo primer domingo en Tiempo Ordinario: ciclo a

La Pas Sea Con Ustedes,

El pasado fin de semana se nos dio la oportunidad de ver al Maestro de maestros interactuar con dos tipos de personalidad muy distintos, que pueden de una manera muy amplia dividir a la familia humana en dos tipos; Aquellos que son mansos y humildes de corazón, y aquellos que se sucumben a ese tipo más primordial de pecado, el orgullo.  Sobre el curso de nuestra discusión se hizo muy obvio que aquellos en el último grupo (Mateo 15:1-9) sucumbiendo a través del orgullo a una cosmovisión autorreferencial, eran incapaces de ejercer la docilidad necesaria para permitir que el único Instructor de Corazones penetrara en su dureza de corazón, perdiéndose una oportunidad invaluable de crecimiento curativo en el proceso.  A este grupo de orgullosos, la mujer cananea de gran fe, les sirvió como lamina reflejando la humildad de nuestro Señor (Mateo 15:21-28), permitiendo así que la Luz de la Verdad penetrara en su corazón y saliera al mundo para ver que es solamente por la fe, que trabaja a través del amor, que la persona humana puede servir como un agente de sanación para el mundo.  Este fin de semana, después de haber presenciado estos intercambios tan diversos, el Señor se vuelve a interrogarnos, planteando una pregunta cuyo impacto no conoce límites.

Las lecturas para esta semana tienen una importancia tradicional en términos de la vida de la Iglesia, como lo han hecho, desde algún  tiempo, centrarse en la persona de Pedro y su confesión a Jesús “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mateo 16:16), una confesión que le gana a Pedro gran elogios de nuestro Señor, que responde diciendo: “Feliz eres, Simón Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos.  Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificare mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás la podrán vencer.  Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedara atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedara desatado en el Cielo” (Mateo 17-19).  Este intercambio se ha convertido en el locus classicus para defender la comprensión de la Iglesia acerca de la primacía papal.  Una gran parte de nuestra discusión este día se centrara en este intercambio con el objetivo de (y quiero ser muy claro acerca de esto) complicar la discusión, sin negar las reclamaciones usuales que se hacen, ya que creo que la Iglesia en general (independientemente de su denominación) se puede beneficiar de tal enfoque, quizás proporcionando la base de un dialogo fructifero ecuménico cuando se trata de este tema.  Dicho de manera diferente, quisiera introducir algún matiz en los diálogos regulares de la sociedad que rodean este tema precisamente mirando el propio texto, que tiene mucho que decirnos acerca de quiénes somos como quien Pedro fue y es.

A modo de comienzo, sin embargo, como ha llegado a ser nuestra práctica, primero ampliaremos nuestro alcance contextual que nos dara una versión más clara de lo que está ocurriendo en estos encuentros tan importantes.  Es interesante observar que, en muchas maneras, Mateo está repitiendo aquí el patrón narrativo que había usado anteriormente en los capítulos 14 y 15.  Allí, vemos la alimentación de los cinco mil (Mateo 14:13-21); Manifestaciones de la divinidad de Jesús, primero como camina sobre el agua y calma la tormenta (Mateo 14:22-33) y luego como el realiza muchas sanaciones (Mateo 14:36); una interacción con los disidentes (Mateo 15:1-9); Jesús ensenando a los discípulos como grupo específico (Mateo 15:10-20); y finalmente, la declaración de fe de la mujer Cananea (Mateo 15:21-28).  El contexto más amplio para nuestro pasaje de hoy, entonces, incluyen los siguientes elementos; Jesús realiza muchas sanaciones (Mateo 15:29-31); La alimentación de los cuatro mil (Mateo 15:32-38); Una interacción con los disidentes (Mateo 16:1-4); Jesús ensenando a los discípulos como grupo específico (Mateo 16:5-12); La confesión de fe de Pedro (Mateo 16:13-20).  Si comparamos los dos conjuntos vemos que contienen casi los mismos elementos textuales, la única diferencia es que este último conjunto no incluye lo que he llamado “manifestaciones de la divinidad de Jesús.” Sin embargo, la razón por la cual no se ha enumerado aquí como un artículo separado no es debido a su ausencia, sino más bien a su reubicación, ya que en este último las manifestaciones de la divinidad de Jesús están contenidas en el intercambio entre nuestro Señor y Pedro, como ya veremos.

Reconociendo que el autor inspirado está tratando de crear un patrón interpretativo para que lo sigamos, nos enfocaremos una vez más en la disparidad entre el intercambio que Jesús tiene con los disidentes, y entre él y aquellos que, con humildad, lo reconocen por lo que realmente es, porque es en esta disparidad que podemos ver el método pedagógico divino con respecto a la familia humana.  Al hacerlo así, podemos ser breves, haciendo dos puntos interrelacionados.  Una vez más, como en el anterior ciclo textual, son los fariseos y los saduceos quienes vienen a confrontar a nuestro Señor (Mateo 16:1; cf. Mateo 15:1).  El movimiento de estos dos grupos (que en realidad se colapsan en uno, encontrando “armonía” en su agresión) en sí mismo tiene algo que ensenarnos.  Noten por favor que en ambos casos estos grupos le plantean una “pregunta” a Jesús (Mateo16:1; cf. Mateo 15:2).  Sin embargo, que formulan sus acusaciones en forma de una pregunta, no es más que un velo delgado retórico cubriendo sus corazones callosos, porque su intención no es de aprender del Maestro de maestros, sino más bien de ponerse por encima y en contra de el en un intento equivocado de hacerse, si no su superior, por lo menos su igual, como vemos en el intercambio subsiguiente (Mateo 16:2-4; cf. 15:3-9).  En cambio, noten una vez más el movimiento de la mujer Cananea que viene con una súplica genuina al Señor (Mateo 15-22), y en paciente humildad espera a recibir el regalo que ella sabe que él es capaz de darle (Mateo 15:27).

Aunque no es fácilmente evidente en el propio texto, este es precisamente el movimiento de Pedro; El que había estado con nuestro Señor desde el principio de su ministerio, dejando de inmediato sus redes (Mateo 4:18-22) a atener el llamado del Pastor y seguirlo donde quiera que vaya (cf. Juan 10-27).  Es precisamente su paciencia y docilidad que le permite recibir la revelación del Padre (Mateo 16-17) que, él que estaba delante de él, al que acompañaba todos los días, era el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mateo16:16), invertido con “palabras as de vida eterna,” (Juan 6:68), y capaz de otorgarlas a todos  aquellos que poseen el más precioso don de la humildad. Que más nos dice este contraste, si no es que la Verdad no es nuestra para captarla como una manzana de un árbol (Génesis 3:6), sino que debe ser humildemente y mansamente recibida como el don del pan sobre una mesa (Mateo 26:26) como la mujer cananea tan bien lo sabía (Mateo 15:27)? Y por la Palabra que habla (cf. Juan 1:1-2), iluminando a la familia humana en cuanto a quienes son ellos y quien es el (cf. Juan 1:9), es el mismo Uno por quien todas las cosas han sido creadas y en quien todas las cosas se mantienen unidas (Colosenses 1:17; cf. Romanos 11:36),  podemos concluir que la misma lección se aplica a la vida misma, pues la Vida y la Verdad son sinónimo de aquel que es el Camino a la vida eterna (cf. Juan 14:6).

Esta actitud de humildad y mansedumbre es mostrada por los discípulos cuando nuestro Señor se pone a instruirlos.  San Juan Crisóstomo pone de relieve estas características al destacar el método pedagógico divino utilizado por el instructor de Corazones, diciéndonos que nuestro Señor no les pregunto primero a sus discípulos su propia opinión, sino la de las personas en general “para que cuando hubieran dicho la opinión del pueblo, y luego se les preguntara ‘Pero ¿Quién dicen que yo soy?’ por la manera de Su pregunta que podrían ser llevados a una noción sublime, y no caer en la misma opinión baja como la multitud” (Homilía 54 sobre Mateo, 1).  Así como vimos el último fin de semana en el encuentro con la mujer cananita, nuestro Señor conoce las intricadas profundidades del corazón humano que está enfrente de él, y lo guía pacientemente a fin de que pueda recibir el don de la fe.  Este es el método pedagógico divino que ha estado funcionando a través de toda la historia humana, y su único deseo es que a través de nuestro aprendizaje, nuestros corazones puedan ser expandidos para recibir el gozo completo que es la vida de la Sabiduría Divina (cf. Juan 10:10).  La conversación que sigue con Pedro deja claro que esta vida de alegría plena es un conocimiento simultáneo de Dios y del si mismo, i.e. que nuestras identidades nos son conocidas solo en la medida en que conocemos a Dios.  Porque solo después de su confesión de Jesús como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo” Pedro oye de su llamado tan sublime, tu eres Pedro (o sea piedra), y sobre esta piedra edificare mi Iglesia…Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedara atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedara desatado en el Cielo” (Mateo 16:18-19).  Palabras más dulces nunca han sonado en un oído humano, que somos capaces de realizar una vez que superemos la connotación impugnada humanamente impuesta de ellas; oír a nuestro Amoroso Dios decirle a Pedro lo que él le había asegurado a los profetas de antes de él, oírle decir “Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía,’ es mi voz la que te llamo a ser y que ha llamado desde la quietud de cada noche desde entonces (1 Samuel 3), deseando compartir con vosotros los grandes planes que tengo para vosotros, planes para hacerlos mi instrumento de esperanza y amor para el mundo” (cf. Jeremías 29:11).  Y si hay alguna duda de que es la misma Palabra de Dios llamando a Pedro a su trabajo, consideren que su promesa está llena solo de lo que Dios puede llevar a cabo; ¡Porque le promete darle las llaves del Reino de los Cielos y conferirle el poder de perdonar los pecados (cf. San Juan Crisóstomo, Homilía 54 sobre Mateo, 3)! Y que otra cosa es el poder de perdonar los pecados que el poder de sanar las profundas divisiones ocultas dentro del corazón humano, la división tan espantosamente evidente entre los miembros de la familia humana cuya fuente radica en la división de la familia humana y su amoroso Creador.

Es a este punto que deseo complicar la discusión que típicamente rodea este pasaje de la Sagrada Escritura, pero no deseo hacerlo sobre mi lectura del texto, sino sobre la base de la lectura del texto de dos gran campeones de la Iglesia, representando ambos el este y el oeste; Uno ya ha sido introducido, San Juan Crisóstomo, y el otro San Agustín de Hipona.  Los dos tienen lecturas muy similares de este texto.  El primero nos dice que las palabras de nuestro Señor, “tú eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificare mi Iglesia,” nos sugiere que nuestro Señor se propone a construir su Iglesia sobre la fe de la confesión de Pedro (Homilía 45 sobre Mateo, 3), y el ultimo hace eco de la misma (cf. San Agustín de Hipona, Sermón 295).  Sin embargo, el último nos lleva un paso más delante y nos dice que la roca sobre la cual Cristo construirá su Iglesia es nada menos que el mismo (Tratado 124 sobre el Evangelio de San Juan, 5).  Para que no nos desmayemos por esta interpretación del texto (o quizás estén llenos de alegría según nuestras proclividades denominaciones), debemos señalar que Agustín está interpretando aquí el texto de una manera intra-escriptural, i.e. está interpretando este texto a la luz de otros pasajes bíblicos que se refrieren a Cristo como una roca.  Muy a menudo aparece esto como la “piedra angular,” como en “Él es la piedra que ustedes los constructores despreciaron y que se ha convertido en piedra angular” (Mateo 21:42; cf. Salmos 118:22-23; Hechos 4:11; 1 Pedro 2:7), o como “piedra de tropiezo” como en “piedra en la que la gente tropieza y roca que hace caer…” (Corintios 1:23; cf. 1 Pedro 2:8).  Que Cristo es la roca que solo puede proporcionarnos una base firme también nos lo sugiere el mismo en otros lugares, cuando al fin del Sermón del Monte él nos dice que “Si uno escucha estas palabras y las pone en práctica, dirán de el: aquí tienen al hombre sabio y prudente, que edifico su casa sobre roca…” (Mateo 7:24).  Además, esto de ninguna manera niega la primacía de Pedro entre los Apóstoles, lo cual es bastante evidente en las Escrituras, siendo constantemente nombrado primero entre los discípulos (cf. Mateo 4:18; 10:2; Marcos 3:16; Lucas 6:14) y funcionando constantemente como su portavoz (e. g. Juan 6:68 y Mateo 16:16).  Es más, esto ni siquiera niega que todavía funciona como una roca de la Iglesia, que su propio nombre implica (cf. N.B. Pedro en Latín es Petrus que significa roca, y en Griego es Kephas ambos significando roca) y que su función se lleva a cabo en armonía con todos los Apóstoles (Revelación 21:14).  Lo que si sugiere es que Pedro solo puede ser roca en un sentido derivado; i. e. su identidad se deriva de su relación con Cristo de la misma manera que todas nuestras identidades lo son.  Dicho de otra manera, cada persona humana solo encuentra su verdadero sí mismo en un amor armonioso con Dios, de tal manera que el modo más seguro de conocer el propósito con el que hemos sido creados es primero responder a la pregunta que Jesús nos plantea hoy, “¿Quién dicen que soy yo?” (Mateo 16:15).

Con lo que acabamos es una idea de la Iglesia expresada en el Nuevo Testamento; i.e. que la Iglesia es el cuerpo de Cristo del cual todos somos miembros (1 Corintios 12:12), funcionando como piedras vivas (1 Pedro 2:1-10) que constituyen la morada de Dios en la tierra, la casa de Dios están cimentados en el edificio cuyas bases son los apóstoles y los profetas, y cuya piedra angular es Cristo Jesús.  En él se ajustan los diversos elementos, y la construcción se eleva hasta formar un templo santo en el Señor.” Efesios 2:19-21).  El punto es que, tal como vemos en Génesis 1 que dentro del cosmos hay orden en igualdad y diversidad en armonía, también así es en la Iglesia (1 Corintios 12:12-30).

Bien, entonces, ¿Qué es lo que al fin significa todo esto, porque es tan importante que tengamos esta discusión? Encontramos la importancia de nuestra discusión en las promesas que Cristo le hace a Pedro; i.e. que el cuidado de su Cuerpo en la tierra y dentro del tiempo, la Iglesia, ha sido confiada a Pedro en comunión con los Apóstoles y a nosotros en comunión con ellos para una misión específica; Perdonar el pecado (Mateo 16:19).  Como San Agustín escribe, “Me atrevo a decir, nosotros también tenemos estas llaves.  Y ¿Qué voy a decir? ¿Que solo nosotros atamos, solo nosotros soltamos? No, también tú atas, también tus sueltas.  Cualquiera que está atado, como vez, está excluido de tu sociedad; Y cuando esta excluido de tu sociedad, está atado por ti, y cuando se ha reconciliado es desatado por ti, porque también abogas con Dios por el” (Sermón 229N, 2).  Quiero aclarar aquí lo que estoy tratando de decir siguiendo a Agustín.  ¿Perdonamos el pecado? Absolutamente, el pecado es la división, es una falta de amor al que Dios nos llama, y por lo tanto, cuando nos ofendemos y perdonamos a los que nos ofenden, perdonamos el pecado con el amor de Dios que vive en nosotros y a través de nosotros.  Es este amor, y solo este amor que un día sanara a la familia humana, una curación a la que todos estamos llamados a participar.  Dicho esto, ¿podemos perdonar los pecados cometidos contra Dios? No, esto queda a cargo de sus ministros ordenados, que actúan en la persona de Cristo y con su autoridad, como lo vemos en nuestro pasaje hoy (Mateo 16:19), otorgan su perdón a los que humildemente lo imploran.  Tomados juntos esta acción de perdón amoroso es la función del cuerpo de Cristo, para aliviar las divisiones entre la familia humana y Dios, y entre la propia familia humana.

Amigos míos, este es el mensaje del Evangelio, que el Hijo de Dios se ha convertido en el Hijo del Hombre con el fin de una vez más llevar a la familia humana a una harmonía amorosa con nuestro Dios. Como miembros de su Cuerpo, la Iglesia, todos tenemos la tarea de traer el poder sanador y salvífico del amor de Dios al mundo, a través de una vida que vive el doble amor a  Dios y al prójimo (Mateo 22:36-40); Perdonando a los que han pecado contra nosotros (Mateo 6:9-13); Y más perfectamente, amando incluso a aquellos que detestan las vidas de sacrificio que nos esforzamos a vivir, a nuestros enemigos, y rezando por su conversión al amor de Dios (Mateo 5:44). Miren a su alrededor, esta es una obra de la cual ninguna nación es capaz, aunque nos lo prometen una y otra vez, porque esta unidad no nace bajo una bandera, sino en el amoroso abrazo del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, los medios de nuestro Amoroso Dios de restaurar la unidad a nuestro mundo. Mientras miramos al mundo y vemos un lugar roto y dividido, un lugar lleno de aquellos que son aparentemente impenetrablemente hostiles a los que les rodean; Miremos el mal directamente en su ojo vacío y sin vida, y con cada acción de amor declararle: “No eres nada, el dolor que nos infliges llegara algún día a su fin; Porque nuestro rey ha venido, y está aquí para quedarse; Es su amor viviendo en nosotros, que pronto te destruirá: Y una vez más nos hará enteros, nos hará una, amorosa y armoniosa familia, compartiendo su felicidad eterna, tal como lo intento en el principio, pues la Palabra que hablo primero no dejara de tener la última Palabra.”

Palabra de Dios, Jesucristo, a través de ti el Padre hablo e hizo todas las cosas, creando un universo armoniosamente ordenado, unido en amor por el poder del Espíritu Santo. En nuestra ignorancia infantil, le pusimos fin a esta armonía, creando espacio para la discordia donde una vez hubo unidad; Ahora te rogamos que mires hacia nosotros, tan agobiados por la división, tan rotos por el odio, y ve que somos solo unos pequeños, anhelando que la presencia amorosa del Padre haga de nosotros una familia otra vez más. Dale a nuestras piernas temblorosas la estabilidad para caminar en la Luz de tu Palabra, de modo que estos pies, estas manos, estos labios puedan correr y abrazar tu imagen en todos los que encontremos este día, y coloca en cada uno un beso de paz, nacido del Amor que es el Espíritu Santo, con el cual tú y el Padre viven en eterna alegría, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amen.

Su servidor en Cristo,

Tony

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